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sábado, 8 de mayo de 2010

El perro de Baskerville y Sherlock Holmes en el cine

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Probablemente, no ha habido actor como el gran Peter Cushing que haya encarnado la figura de Sherlock Holmes con tal cautivador poderío, representando la agudeza en estado quintaesenciado, con esa esquiva frialdad que destila la condición del observador reflexivo que sabe desprenderse de cualquier perturbación de los afectos. Su mirada, de aguila rapaz, era la del que sabe a la vez poseer la pertinente visión de conjunto y la capacidad de advertir el más mínimo detalle revelador. Sus mismos movimientos parecían dar cuerpo a un estado permanente de atentos reflejos en tensión, al acecho, camuflados bajo una apariencia imperturbable.n buena medida, gracias a él, podría considerarse a 'El perro de Baskerville' (1959), de Terence Fisher, la obra maestra de todas las númerosas obras cinematográficas que se han aproximado a este detective, ya reconocible hasta en su aguileño perfil, desde variados puntos de vista, a veces adaptando las propias novelas o relatos de Arthur Conan Doyle, o realizando variaciones, a través de guiones originales para la pantalla, en algunos casos incluso fuera del tiempo en el que acaecieron sus aventuras literarias, en los finales del siglo XIX.
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Uno de esos casos de guión no inspirado en ninguna de las creaciones literarias de Doyle es la otra película que, para mi gusto, rivalizaría con la de Fisher en ser la mejor aproximación cinematrográfica a esta figura: 'La vida privada de Sherlock Holmes' (1970), de Billy Wilder. Desde luego, la más entrañable y lírica, de un poso meláncolico que rasga las emociones como el violín de ese hermoso leitmotiv musical compuesto por Miklos Rosza.Aunque ya se produjeran varias traslaciones al cine desde 1900, y, en especial durante los años 30, la primera figura, o presencia, que caló en el acervo popular, sobre todo en Estados Unidos, como imagen asociada a la del detective de Baker Street, es la de Basil Rathbone. Junto a Nigel Bruce, que encarnaba al doctor Watson, interpretó alrededor de quince películas. Las dos primeras, una de ellas otra versión de 'El perro de Baskerville' producción de la Fox, situaban a ambos en su tiempo, pero el resto de la serie, ya producida por la Universal, los trasplantó a esa misma época, durante la segunda guerra mundial. Incluso en algún caso, enfrentados a tramas de espionaje relacionadas con el conflicto bélico. La mayor parte de estas obras fueron dirigidas por Roy William Neill, y otras por cineastas como Sidney Lenfield, Alfred L Werker o John Rawlins, en algunos casos bordeando el género del terror, y aún sin ser demasiado conspicuas mantuvieron un sugerente tono medio.
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Otras interesantes aportaciones son las realizadas por James Hill con 'Estudio de terror' (1965), con John Neville y Donald houston, como el duo protagonista, y enfrentados, en este caso, por primera vez, a la figura de Jack el Destripador. Sobría, y con eficaces apuntes turbios, se constituye en una apreciable obra, injustamente olvidada, y en la que hay contenidos elementos retomados, y mejorados, en 'Asesinato por decreto' (1978), de Bob Clark, donde Sherlock y Watson, interpretados por Christopher Plummer y James Mason, se enfrentaban de nuevo a Jack el destripador, donde se acrecentaba la atmósfera malsana y una incisiva radiografia de los oscuros mecanismos del poder. Es evidente la inspiración que ambas, sobre todo la segunda, supusieron, en trama y atmósfera, para la notable 'Desde el infierno' de los hermanos Hughes (aunque aquí la figura de Holmes tuviera su correspondencia en la del inspector encarnado por Johnny Depp). No dejar de reseñar que quizá la interpretación de Mason sea la más memorables realizadas sobre la figura de Watson (antológica e inolvidable es la secuencia en la que lucha por cazar unos guisantes de su plato, y ve cómo Holmes los tritura indiferente a su lucha mientras está entregado a una de sus especulaciones deductivas).
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'Elemental doctor Freud' (1976), de Herbert Ross, es una simpática y apreciable aproximación, conjugando la intriga con la comedia. Basada en una novela del, luego director, Nicholas Meyer, unía en la aventura a Holmes y Watson (Nicol Williamson y Robert Duvall) con el doctor Freud (Alan Arkin)-recordemos como Meyer hacía coincidir los personajes de HG Wells y Jack el destripador en una de sus primeras realizaciones, 'Los pasajeros del tiempo' (1979)-. Freud comparte esclarecimiento de un enigma a la vez que psicoanaliza a Holmes, para descubrir el por qué de su adicción a la cocaina, y de su fijación con su Nemesis, el profesor Moriarty. ¿Por qué está obsesionado Holmes con que es el 'Napoleon del crimen' cuando es un mero e inofensivo profesor de matemáticas que fue preceptor de Holmes en su infancia?.Más discretas son 'El hermano más tonto de Sherlock Holmes' (1975), de Gene Wilder, o 'Sin pistas' (1988) de Thom Eberhardt, en la cuál se parte de una peculiar premisa. Las obras las escribía Watson, pero no existía nigún Holmes, y debía contratar a un actor de cara a la imagen pública y llevar a cabo los casos encargados. Lo mejor, sin duda, las encarnaciones, respectivamente, de Ben Kingsley y Michael Caine. Otra 'fántastica' variación o invención sobre la figura de Holmes es 'El secreto de la pirámide' (1986), de Barry Levinson, en la que se juega con los orígenes de Holmes, en sus años adolescentes, a traves de unos hechos que explicarían cómo conoció a Watson o el por qué de su esquiva frialdad y empecinado cerebral comportamiento en su edad adulta. Siempre hay un dolor tras esa máscara creada. La obra de Levinson, sin ser una maravilla pero sin duda un grato disfrute, recupera por momentos esa atmosfera de misterio, con sabor a humo de biblioteca y calles neblinosas, y misterios agazapados en las sombras.
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Volviendo a la insigne obra de Fisher, se sumergía de modo cautivador en las aguas más que del terror, diría, de lo siniestro. Ya la paleta de colores, de negros y rojos, parecían dar a las sombras una presencia física, como encarnación palpitante de las turbias corrientes de emociones resentidas y codiciosas que laten, camufladas, en las entrañas del relato, y de los personajes. Y elocuentemente espacializadas en los subterraneos de una mina, o las arenas movedizas de los pantanos. Sólo una presencia como la de Sherlock, como esa aparición en sombras en lo alto de una colina, puede ser capaz de desgarrar los velos de la oscuridad, tramados desde el pasado, y mantenidos a través de leyendas que cultivan el miedo.
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Como esas ruinas de culturas ancestrales que remiten a una condición atávica en el ser humano: el abuso o la depredación, o 'el hombre es un lobo para el hombre'.Una leyenda que tiene la base de la crueldad de aquellos aristócratas del siglo XVIII, que sustentaban su poder en el capricho y la humillación (narrado en un prodigioso y turbador prologo). Substrato que recuerda al que también se utilizaba en los primeros compases de 'La maldición del hombre lobo' (1960). Prólogos o introduciones situados en el pasado que quedan adheridos a la narración como el crispado peso de la memoria hecho de abyección y depravación. Y no hay representación más ajustada que la agudeza de Sherlock Holmes, su analítica inteligencia, para contrarrestar y desvelar las sugestiones del miedo sobre las que se crean leyendas que camuflan los codiciosos intereses.

No hay que dejar de mencionar las brillantes y exquisitas aportaciones, en 'El perro de Baskerville' (1959), de Terence Fisher, de Jack Asher en la dirección de fotografía de Bernard Robinson en la dirección artística y James Bernard con la partitura musical. Como el afinado guión de Peter bryan adaptando la obra de Arthur Conan Doyle. Y por supuesto, el gran reparto encabezado por Peter Cushing, con Andre Morell como el Doctor Watson, Christopher Lee, David Oxley, Francis de Wolff, Miles Malleson y Marla Landi.

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