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sábado, 1 de mayo de 2010

El luchador

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'El luchador' (2008), de Darren Aronofsky, se teje sobre el contraste entre unas condiciones de vida precaria, dificiles, siempre en el filo, y el espacio del éxito, o de lo 'posible', como el escenario en el que quizá conseguir librarse de esas penalidades, el del espectáculo, el ring de lucha libre en el que combate Randy (Mickey Rourke). Como Cassidy (Marisa Tomei), el interés afectivo de Randy, trabaja de stripper en un oscuro local. La trama, tanto narrativa como simbólica, es sencilla, y Aronofsky la transciende con una mirada que surge de las entrañas de ese quebrado mundo cotidiano. La opción de un estilo narrativo y visual deudor de modos del documental ( de ahí la elección de operador Maryse Alberti, habitual del mismo) dota de un pálpito de inmediatez, y desterrando el énfasis, el tremendismo dramatizador. Concisa, incluso lacónica en ocasiones (aun refinada en su tenebrismo visual, hecho de luz nublada), esa mirada distanciada, o más bien contenida, y tiernamente pudorosa, hace palpables y visibles las grietas de lo real, sin forzar la emoción, sino dejando que brote desde esas fisuras, así auténtica, desde las entrañas del personaje, y de sus condiciones de vida. Aronofsky no 'teledirige' al espectador. En otras manos, un material así podría haber desembocado en un rosario de clichés, pero esa opción de posicionar de entrada al espectador como testigo desde la distancia, como si siguiera a un personaje real en sus cuitas cotidianas, logra que se sumerja de modo más profundo en su desgarradura -algo parecido a lo que consiguió, con otros métodos, Clint Eastwood con 'Million dolar baby (2005) con material reflexivo, escénico y de personajes afín, haciendo sangrar la narración con la oscuridad que se apoderaba del relato-.
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Así, evita que Randy se convierta en un 'personaje', deviniendo un ser real en tránsito, y no sólo eso, sino que hace más manifiesto su doliente escisión entre su condición real y su personaje, ese luchador en el escenario de un ring, esa máscara en la que se sostiene para poder seguir sobreviviendo en el día a día. De ahí la afinada elección de alterar el orden narrativo en un momento decisivo. En esa brutal pelea que le provoca el ataque al corazón. Aronofski alterna el combate en sí, con la cura posterior, cuando le extraen las grapas que le han clavado en el cuerpo. Evita el trivial tremendismo del espectáculo, y remarca las dolientes consecuencias, ese trance, casi vía crucis, al que debe someterse para poder conseguir un dinero para mantenerse a flote en su vida. Aranofski enfoca a lo real, no a la contingencia del espectáculo (a su extravagante peculiaridad) que es al fin y al cabo lo que mueve a esta cultura asentada en lo mediático, más que en lo inmediato, en el fenómeno, más que en el individuo. Pero eso ha quedado ya bien claro en el largo y poderoso plano con el que se inicia la película, sin duda uno de los planos introductorios más hermosos que se han rodado en estos últimos años. Un plano general en los vestuarios, en el que vemos a Randy al fondo, a la derecha, sentado, de espaldas a la cámara, recuperándose de un combate. No se puede decir más con un sólo plano, con su dilatada duración, con ese juego de vacío y lleno en el encuadre, sobre un personaje, y sus circunstancias.
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Aronofsky traza su mirada desde la precariedad, y el afán de superación del personaje, a través de elocuentes silencios y tránsitos (la ausencia en vida) y tanteos de una recuperación (de la presencia en vida) en su esforzada forja de relaciones afectivas ( su reconciliación con el pasado a través de su hija, y la creación de un futuro posible con Cassidy), en contraste con ese sórdido y violento espacio del éxito que representa el cuadrilátero (el impostado acontecimiento), la metáfora de esta sociedad construida sobre una representación definida por el inclemente combate para ya simplemente poder sobrevivir.Aquí los contrastes vibran y sangran. Quedémonos con el último e incierto salto de Randy, todo un hermoso gesto declarativo, del personaje, que no se arredra ni ante la más adversa circunstancia, y del cineasta, por convertirlo en emblema de su perspectiva. Todo es incierto, cual figuras suspendidas en el vacío, excepto la mirada honesta que mira las cosas de frente, aunque duela. Pero es lo que tiene querer buscar, y retratar, la emoción verdadera.La genuina reflexión es interrogación, y obras como ésta nos hacen preguntarnos sobre qué materiales está hecha la vida, o las circunstancias en las que vivimos, a riesgo de perder pie. Y, a la vez, dejando constancia de que siempre nos quedará el impulso del salto.

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