El hombre de Alcatraz (The birdman of Alcatraz, 1962), es la primera de las cuatro excelente obras realizadas por John Frankenheimer cuya acción transcurre en una prisión. Después vendrían El hombre de Kiev (1968), Contra el muro (1994) y la producción televisiva Andersonville (1996), sin olvidar las notables secuencias carcelarias del inicio de Operación Reno (2000), o del pasajero cautiverio del protagonista de French Connection II (1975). En otras obras la sensación de la vida como prisión, en un sentido figurado o abstracto, se vertebra como idea cardinal, caso de las magistrales Los temerarios del aire (1969 o Yo vigilo el camino (1970). Frankenheimer recibió el encargo de dirigir El hombre de Alcatraz tras que Charles Crichton no conectara con Burt Lancaster y fuera despedido al de dos semanas (Lancaster recurrirá de nuevo a Frankenheimer dos años después, cuando despida a Arthur Penn como director de El tren). Frankenheimer señaló que era un guion demasiado extenso que debería recortarse. Y así fue, dio como resultado un montaje de cuatro horas y media. Recomendó una reescritura de guion y que se rodara de nuevo lo que fuera necesario. Y así se hizo (Lancaster aprovechó la reescritura para rodar Vencedores o vencidos de Stanley Kramer), dando como resultado un montaje de dos horas y veinte minutos. La obra, que adapta la biografía de Thomas Gaddis publicada en 1955, relata la vida carcelaria (prisionera) de Robert Stroud (Burt Lancaster), quien pasó 54 años de su vida en prisión, y 42 de ellos incomunicado (moriría un año después de que se estrenara la película, un día antes del atentado a Kennedy, sin haber conseguido la libertad condicional). La película se trama sobre dos trayectos paralelos, que están entrelazados, conjugados. Uno implica la descongestión, o liberación, de una mirada, o actitud, y el otro la confrontación con la prisión de las inflexibles normas. El primero, es el trayecto íntimo del propio Stroud, de aquel joven de poco más de veinte años, en la prisión de Leavenworth, desafiante, airado, visceral, agresivo, hosco, que en nada cree, autoconvencido de que sólo se defiende de la vida ( como así justifica que mate al guardián, se defendía de su porra), sin sentir remordimiento alguno, al hombre de más de cincuenta años que se muestra perplejo con el joven malherido, en las secuencias del motín de Alcatraz, que no cree que la vida tenga algún sentido, y menos la suya, cuyo destino ve condenado a vivir entre rejas, y por tanto que no vale la pena vivir.
El otro trayecto de la película es el de la relación de Stroud con el sistema normativo, impositivo y alienante, encarnado, especialmente, en la figura de Shoemaker (Karl Malden), su interlocutor y antagonista como director de los presidios en Leavenworth (durante sus primeros años; será durante su reemplazo cuando sepa que ha adoptado a un gorrión) y Alcatraz. En la realidad fueron dos distintos, pero condensa simbólicamente cómo su relación con la mentalidad institucional no varía, elocuentemente reflejado en su rostro en sombras cuando dialoga con Stroud en la celda de aislamiento tras que Stroud haya matado al guardián. Es el rostro ( o la ausencia del mismo) que nunca le comprenderá, será su sombra, aquella que nunca logrará superar, que siempre querrá doblegarle. Es el absurdo obtuso de la fijación u observación inflexible de las reglas o normas; no importa que no tengan suficiente aire en el tren, sino que infrinja las normas rompiendo el cristal, por lo que es castigado con un periodo de aislamiento; es la cuadriculada actitud que cuando es joven Stroud no logra encajarar, por lo que se deja llevar por la desesperada impotencia cuando el guardián, por haber realizado Stroud un pequeña infracción, no le permitirá ver a su madre que ha hecho un viaje de 3000 kilómetros; Shoemaker piensa, convencido, que treinta días de aislamiento en la oscuridad de una celda será suficiente para que aprenda y modifique la actitud, sin comprender que puede acentuar el resentimiento. Una falta de flexibilidad, de comprensión, que define a la condición del esbirro, el que permite que se reproduzcan los sistemas injustos (ellos sólo cumplen de acuerdo a unas reglas del sistema; irreflexivos, autómatas, obtusos y cuadriculados).
Mentalidad que también está teñida de susceptibilidad (reverso de la soberbia, o de la falta de autoestima), esa que determina que nieguen a Stroud reducciones de condena, pese a sus logros, incluida la publicación de un admirado libro sobre ornitología, y mejora de conducta, porque, como declara Comstock (Hugh Marlowe), un alcaide posterior, ¿Quién se cree que es? ¿acaso mejor que ellos, como si fuera el centro del mundo con sus éxitos con el estudio de los pájaros y el descubrimiento de curas?. Stroud sigue enfrentándose a ellos con éxito, como cuando, apoyándose en la opinión pública suscitada por la atención de los medios, consigue que no reduzcan aun más sus derechos privándole de la compañía sin pájaros e imposibilitándole de hacer negocios. Por eso, se puede considerar como una acción de despecho la repentina decisión del sistema de trasladarle a otra prisión, Alcatraz, en plena noche, dejando atrás a sus pájaros y cualquier posesión. No es sino un soberbio gesto correctivo con el que dejan constancia de son ellos quienes controlan. Por ello, la estancia en Alcatraz se definirá por la sublevación, en dos fases, la intelectual y la física. La primera, la reflexiva, está protagonizada por Stroud. La mente cuadriculada de Shoemaker, quien está convencido de que ha mejorado las condiciones de los prisioneros con respecto a cómo eran treinta años antes (sin grilletes, en un entorno limpio, sin tener que realizar trabajos forzados...), no será capaz de entender cuando Stroud le cuestione, con el libro que está escribiendo sobre las injusticias y desatinos de la política penitenciaria, su ansia obcecada y compulsiva de modelar a los prisioneros, de sustraer su individualidad, de querer convertirlos en una masa impersonal que manipulan. Y así es que los presos, al sentirse, al ser liberados, unos autómatas, reincidirán, y volverán a la cárcel, porque sólo quieren sojuzgarles. Es la prisión de una mentalidad que mata a la vida, que la convierte en funciones, barrotes, reglas, celdas. No hay rehabilitación real en las medidas disciplinarias de Shoemaker, porque rehabilitación implica recuperación de la dignidad, y no es la dignidad la que los prisioneros recuperan, ya que más bien es pisoteada.
Stroud, en cambio, encuentra la vida, entregándose a la de los demás, la de otras criaturas, que transforma su forma de tratar a los otros seres humanos, no desde la actitud y perspectiva de alguien dentro de una jaula, sino como si estuvieran ambos fuera de ella, como pájaros que pueden volar. La vida late entre los planos de la película, se cuela entre sus resquicios apoderándose de la misma, como de la mente, y la mirada de Stroud; qué soberana interpretación de Lancaster, cómo se modifica su mirada a lo largo de la película: por ejemplo. el momento en que alimenta por primera vez a Runty, la cría de gorrión, cómo esta devora con fruición la comida, alargando su cuello; o ese momento de puro asombro, eso que intenta transmitir en su entraña la película como actitud de vida, aquel dilatado plano en el que somos testigos de la maravilla de la vida, el nacimiento de un canario, resquebrajando la cáscara del huevo, sus primeros forcejeos con la vida, desprendiéndose de esa cáscara, hasta que logra salir al mundo, habitar la vida (en esta isla de pájaros, que es como llaman a Alcatraz, metáfora de nuestra realidad, al fin y al cabo), como la propia gestación, con el paso de los años, de la mirada liberada de Stroud.
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