La excelente Harry Black y el tigre (1958), de Hugo Fregonese, también se tramaba sobre reflejos entre humano y animal. Harry (Stewart Granger) es un cazador que persigue a un tigre de Bengala que aterroriza a unos poblados en la India. El trayecto del tigre y Harry se conjugan. Se dispone a disparar sobre ese tigre cuando el pasado irrumpe con el ruido del motor de un coche. El tigre se sobresalta, y huye. Harry también se sobresaltará, y tendrá tentaciones de huir, cuando sepa que él, Desmond (Anthony Steele), es el hombre que, indirectamente, propició que ahora tenga media pierna de metal, y ella, Christian (Barbara Rush), es la mujer que amó doce años atrás, una espina clavada en las entrañas de la que no se ha desprendido. Hay garras que se temen más que las del tigre. Por eso, animal y humano superarán, recuperándose de unas heridas, una convalecencia en paralelo. En La bestia el padre que desatendió a sus hijas se confronta con una circunstancia de peligro en la que debe pugnar por salvar sus vidas. La venganza del león que está asolando la zona se proyecta contra todo aquel que representa a la especie a la que pertenecían los que mataron a su manada. No hace distinción. Es la furia desbocada, como a Nathan, bajo su compostura y sus modos razonables, corroe la amargura de haber propiciado el fracaso de su matrimonio y cierto resentimiento en sus hijas, en particular en Mare.
En su anterior obra, A la deriva (2018), el cineasta islandés se centraba en la confrontación de la protagonista con otra situación extrema. En aquel caso, el elemento era el agua. El velero en el que navegaba con su marido, queda inutilizado, e incomunicado, tras el paso de un huracán, y queda a la deriva. El giro final revelaba un estado de enajenación que disponía de una radical diferencia con respecto a la que se desentrañaba en la previa Everest (2015). Si en Everest evidenciaba un imprudente y hasta arrogante autoengaño, en A la deriva, la sugestión, como cualquier película que nuestra mente genera como dinamo reanimadora, y puede ser el recuerdo del amor que más nos ha llenado, se proyecta como impulso de acción. En La bestia, como en la película previa, y a diferencia del atmosférico artificio, más abstracto, de la estupenda serie Katla (2021), creada por él mismo, se busca la inmediatez, la captación del momento, de la fisicidad, del percance. Recurre de modo frecuente a largos planos secuencias con los que la cámara sigue el desplazamiento de los personajes. Incide en la incertidumbre. No se sabe qué puede revelar el desplazamiento. En ocasiones, la amenaza se insinúa en profundidad de campo sin que el personaje lo advierta. El espacio dentro o fuera del encuadre es una incierta amenaza. La conclusión de la confrontación final, entre Nathan y el león, implica el reajuste de una circunstancia vital, la reasunción de una responsabilidad que se desprende la negligencia. El amor a los que se quiere se asocia con la defensa de un territorio. El humano puede ser el elemento hostil en el territorio del león, como también un león en del otra manada de leones, que adquiere la resonancia metafórica de la propia manada de Nathan.
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