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miércoles, 12 de octubre de 2011
En rodaje: Sidney Lumet, Albert Finney, Lauren Bacall y George Colouris. Asesinato en el Orient Express y su atmósfera tenebrosa
Sidney Lumet dando indicaciones a Albert Finney, Lauren Bacall y George Couloris, durante elrodaje de 'Asesinato en el Orient Express' (Murder on the Orient Express, 1974). Entre las adaptaciones realizadas de obras de Agatha Christie, considero ésta mi preferida, sin entrar en valoraciones de si es peor o mejor que otras también sugerentes como 'Diez negritos' (1945), de René Clair o 'Muerte en el Nilo' (1978), de John Guillermin. Y lo es porque porque, de un modo más manifiesto, logra transmitir lo que me hacían sentir durante mi infancia las intensas lecturas de la prólija obra de Agatha Christie (que determinaron que mis primeros pinitos literarios fuera emulaciones de su obra), unas sensación de tenebroso arrobo que alcanzó su zenit con la lectura, un domingo, de 'Diez negritos', y las consecuentes pesadillas nocturnas aún electrificado por esas siniestras sensaciones. Esa tenebrosa atmósfera, sedimentada en el magnífico prologo de la película ( y que no existe en la novela), es lo que se extiende como una ponzoña contenida, como una corrupción que empapa pero no acaba de brotar, al resto de la narración, con esa afinada elección de colores que parecen que exudan sordidez, tinieblas sulfuradas pero a la vez amortiguadas (¿por qué no?,parecen salidos de una obra de Caravaggio; portentoso el trabajo del gran Geoffrey Unsworth en la dirección foográfica). Esa nocturnidad violenta y furtiva del prólogo,de rostros no discernidos, de tragedias consecutivas tras el secuestro de un niño aquella noche, parece seguir pendiendo en el tren en el que acaece el criimen, dilucidación que será solventada por Hercules Poirot (Albert Finney), mientras está detenido el tren ante un túnel porque la nieve impide el avance, y será coincidente con el esclarecimiento del crimen el que el tren pueda de nuevo arrancar porque la vía está ya despejada. Al respecto, también destacar la brillante secuencia de partida del tren de la estación, tras la presentación de buena parte de los principales personajes, teñida de elusivas miradas y enigmáticos, por ambiguos, gestos, en la que se palpa ya algo turbio, y a la vez, algo que se pone, por fin,en movimiento ( el plan que se ejecutará, largamente rumiado durante años, acorde a un dolor retenido, contenido, durante demasiado tiempo) , en la que brilla, como reflejo de impulso, la gran banda sonora de Richard Rodney Bennet. Es esta conseguida tenébrosa atmósfera lo que hace que sea de nuevo un placer revisitar esta obra repetidas veces, más allá de la mecanica de la intriga, y la inexistente ya incógnita ( por conocida). Y, también, el gusto de disfrutar de la gran creación creación de Albert Finney como Poirot, que ya desde niño me pareció la encarnación que se correspondía con cómo imaginaba a Poirot en mis lecturas. Aunque fuera cuestionado como un ejercicio de alarde transformista, capta la esencia del detective de unmodo más afinado que David Suchet (cuya mirada era ya demasiado manifiestamente aguda) y el demasiado afable encarnado por Peter Ustinov ( aunque ambos estén estupendos). Finney crea un personaje atildado, pagado de sí mismo, de su apariencia que cuida con remarcada meticulosidad, pero es a la vez el camuflaje que despista a los demás, ya que ese ensimismamiento (real pero también parte de una representación) camufla una agudeza de observación, la sagacidad del que aparentemente mira para otro lado (o a sí mismo) pero capta todo detalle ( el don de la mirada periférica).
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