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martes, 24 de abril de 2018

Un lugar tranquilo

El acople de la voz disconforme. Espacios abandonados, ya sólo habitados por desechos, sombras furtivas que se desplazan sigilosas en lo que fue un establecimiento comercial, una familia que busca medicación para uno de los tres hijos. Son sombras porque quieren pasar inadvertidas, y el sigilo parece su salvoconducto para que así sea. Un mínimo ruido y la amenaza se hará visible, irrumpirá de cualquier parte, con consecuencias fatales, como una súbita y expeditiva extracción. En un segundo, quedas fuera de la realidad. Es la secuencia introductoria de Un lugar tranquilo (2018), tercera obra de John Krasinski. Ya evidencia sus principales cualidades, su capacidad de condensación y la precisión, con pocos elementos, con que traza una atmósfera de amenaza. Nos define la circunstancia colectiva a través la portada de un periódico, una invasión de alienígenas, y a través de las notas escritas por el padre en su refugio nos sitúa en la circunstancia individual, el número de alienígenas avistados en la zona, tres, criaturas ciegas que localizan a través del sonido (como los murciélagos), y la interrogante que pende como el resquicio que pudiera incrementar las posibilidades de su supervivencia: ¿cuál es su punto débil?. Los personajes se comunican con el lenguaje de sordos. De hecho, la hija mayor, Regan (Millicent Simmonds) padece de sordera, lo que determina que los planos desde su perspectiva carezcan de sonido alguno.
En cierto momento, los padres, Lee (John Krasinski) y Evelyn (Emily Blunt) se preguntan quiénes son si no son capaces de proteger a su familia. Para amplificar su desvalimiento, y multiplicar de modo exponencial los desafíos para su capacidad de solventar las adversidades, estas se acrecientan con el hecho de que Evelyn esté embarazada (¿cómo evitar los berridos de un bebé o los gritos durante el parto?). Sólo unos sonidos más fuertes, como el de una cascada o unos fuegos pirotécnicos, puede camuflar, como una cortina, los sonidos que emitan. Lee se esfuerza en lograr diseñar el aparato de sordera que facilite que su hija pueda escuchar. Hasta el momento no han sido fructíferos, pero la hija rechaza su nuevo intento. En su gesto, en su hosca reacción pende el resentimiento, y la desesperación, por no sentirse lo suficientemente querida, y sí sentirse responsable de la tragedia que extirpó a uno de los componentes de su familia. Siente que fue su negligencia la que lo determinó, negligencia relacionada con su diferente relación con la realidad, que siente como menos capaz, por estar condicionada por su dificultad de oír, por tanto, menos consciente de lo que posibilita la amenaza. Cuando decida probar el último aparato de sordera, siente un acople que provoca una aguda distorsión de sonido. Ella no deja de ser una interferencia en el seno de su familia, una voluntad en colisión, el reflejo de una falta de comunicación, ya que el padre ignora cómo se siente de culpable o no querida su hija, más atento a una amenaza exterior ante la que no hacerse audible o visible. Pero ese acople de sonido también determinará otra interferencia, y esta no estará relacionada con los desajustes internos sino con la posibilidad de una sublevación, la de un sonido que no tema dejarse oír sino todo lo contrario.
Krasinski evidencia una notable pericia narrativa, manifiesta en las secuencias nucleares, los ataques de las criaturas alienígenas. A este respecto, hay que destacar cómo dosifica el discernimiento de su aspecto. John Krasinski mencionaba a Tiburón (1975), de Steven Spielberg como referente. Como también en Alien (1979), de Ridley Scott, el avistamiento será fugazmente entrevisto, o parcial, hasta que podamos disponer de una visión completa, ya en su último tramo. Al fin y al cabo, el miedo no suele mirar de frente. Krasinski señalaba, en concreto, cómo el policía, que encarnaba Roy Scheider había decido trasladarse de la ciudad a esa pequeña localidad costera para evitar situaciones amenazantes: la confrontación con la amenaza del tiburón no dejaba de ser la confrontación con sus propios miedos. Es decir, un lugar tranquilo que realmente no lo es, pero que quieres creer que lo es porque haces oídos sordos a la realidad. Espejismos de refugios. Por eso, Un lugar tranquilo, aparte de la relevancia de la cuestión familiar (lo primero que le atrajo del guión, que leyó cuando él y Emily acababan de tener su segundo hijo) también dispone de sutiles resonancias con respecto a la circunstancia política del país: Puedes cerrar los ojos y esconder la cabeza en la arena, o puedes decidir intervenir en lo que está pasando, declaró Krasinski. Puedes temer que sepan lo que piensas, por sus posibles consecuencias funestas para ti o tu familia, pero no hay que temer a los monstruos que no aceptan discrepancias. Hay que dejarse oír, crear el oportuno acople que afecte a los que quieren imponer su voz, su criterio. Por eso, el gesto final, excelente plano de cierre, es bien elocuente. Alan Silvestri compone una excelente banda sonora

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