Translate

miércoles, 11 de abril de 2018

Nuestro hombre en La Habana

Durante la II guerra mundial, desde 1941, Graham Greene, como agente del MI6, estuvo destinado en la península ibérica. Tuvo conocimiento, en Portugal, de agentes alemanes que vendían información falsa porque les reportaba un dinero adicional, ya que se pagaban los informes y no los hechos. Entre ellos, destacaba un doble agente español, 'Garbo', quien hizo creer al servicio de espionaje alemán que disponía de una red de colaboradores en Inglaterra. Les facilitaba informes sobre movimientos tácticos y operaciones. Tras finalizar la contienda el cineasta Cavalcanti le propuso colaborar juntos en algún proyecto. Greene, inspirándose en 'Garbo', creó una premisa argumental sobre un vendedor de aspiradoras en Estonia, pero al proyecto le fue negada la posibilidad de ser producido porque el gobierno británico no permitíó ese tratamiento irónico sobre el servicio secreto. Greene retomaría el proyecto más adelante, en forma de novela, ubicando la acción en Cuba, en forma de novela, que sería publicada en 1958. Alfred Hitchcock optó por conseguir sus derechos pero Greene no sentía, desde sus tiempos de crítico de cine, dos décadas atrás, mucha simpatía, por lo que prefirió a Carol Reed, con quien ya había colaborado en dos ocasiones, en 'El ídolo caído' (1948), en la que él mismo adaptó su propio relato corto, y en 'El tercer hombre' (1949), para la que idéo el argumento y escribió el guión que posteriormente convertiría en novela.
Si uno de los atributos, o una de las virtudes, de 'El tercer hombre' era la tenebrosidad de su trabajo lumínico (portentosa labor de Robert Krasker), de raigambre expresionista, que incidía en las turbias sombras de la postguerra, en 'Nuestro hombre en La Habana' (Our man in Havana, 1959), priman los grises, y una iluminación amortiguada, acorde a la misma difusa tonalidad de la obra entre la comedia y el drama, o cómo lo absurdo puede confundir sus límites con lo trágico (para lo que Oswald Morris redujo el nivel de luz). No dejan de ser un modélico ejemplo, tanto la novela de Greene como la película, de cómo aplicar una mirada irónica sobre las inconsistencias e inconsecuencias (o grotesca condición) de las tramas y lides geopolíticas (en concreto, una cáustica mirada por la candente entonces guerra fría), sin dejar de revelar sus terribles (letales) efectos, en el que el factor humano es contingente o hasta accesorio (piezas de un tablero de pulso de estrategias de poder). O, dicho de otro modo, Greene y Reed logran suscitar la sonrisa, para después congelarla.
Wormold (Alec Guinness) es un vendedor de aspiradoras en La Habana, durante el régimen de Fulgencio Batista (poco después del rodaje Castro tomaría el poder), que es escogido por un agente del servicio británico, Hawthorne (Noel Coward) para ejercer de 'espía'. Wormold acepta por una mera necesidad monetaria, en concreto por causa de su hija, a la que quisiera enviar a un colegio a Suiza, y a la que no puede negar el capricho de comprar un caballo. Dada su carencia de informes, sus superiores en Londres le reclaman más actividad, y en concreto que aliste agentes. Para salir del paso Wormold decide hacer uso de la imaginación: Se inventa unos agentes colaboradores (algunos son personas que conoce, aunque sólo de vista; a otros los dota de un nombre que no recuerda que pertenecen a algunos que realmente conoce), envía informes que copia de los periódicos y dibujos, que no son sino de partes de las aspiradores, que hace pasar como armas de una base militar secreta en las montañas (que no existe).
Lo que Wormold no prevé es que se lo tomen tan en consideración, tanto sus 'superiores', comandados por 'C' (Ralph Richardson), a quien Hawthorne no querrá contradecir, al reconocer el dibujo de la aspiradora, por no perder su trabajo, como sus enemigos. Uno de esos 'agentes' inventados de hecho será asesinado, y otro, al que quiso alistar infructuosamente, será arrojado, amordazado y atado, en frente de su casa. Sus superiores le envían una secretaria, Beatrice (Maureen O'Hara) y un operador de radio, esperando que presente sus agentes a éstos. Los enemigos incluso intentarán asesinarle a él (que la víctima inocente sea un perrito hace más doliente lo terrible del absurdo), y, para su desolación, tomará consciencia de que sus 'invenciones' han implicado a un amigo suyo, Hasselbach (Burl Ives) de ascendencia alemana, a quien han también utilizado, y con fatales consecuencias.
Wormold, además, tendrá que lidiar con la constante presencia del capitán Segura (Ernie Kovacks), quien corteja a su hija, y con quien mantendrá un partida de damas con botellas de whisky y bourbon, para así, tras que caiga inconsciente por la borrachera, robarle la lista de los agentes y poder ajusticiar con su pistola al hombre que mató a su amigo. Reed logra crear una sutil atmósfera, con medida atención a los gestos y lo insinuado, que tras sus trazos aparentemente livianos, se va ensombreciendo progresivamente hasta lograr fundir absurdo y tragedia en una tenebrosa comedia de errores.

2 comentarios:

  1. Una película que se parece mucho a esta es "El sastre de Panamá" de John Boorman segun la novela de John Le Carré. Las dos tratan sobre mentiras que se escapan de las manos. Geniales las dos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Le Carré se inspiró explícitamente en la obra de Greene. Y Boorman realizó la que me parece, con, o tras, El general, su más inspirada obra.

      Eliminar