
Uno de los primeros planos de
Baltimore (2023), cuarto largometraje de ficción del dueto
irlandés Joe Lawlor y Christine Molloy, en el que Rose (Imogen
Poots) se aleja, en primer término del encuadre, de una mansión,
puede evocar, por su maquillaje y gesto, aquel de Joker (Heath
Ledger) en El caballero oscuro (2008), de Christopher Nolan, cuando
se aleja de un edificio, el cual explosionaba por causa del artefacto
que había colocado. No explota la mansión tras Rose, pero su acción
adquiere parecida resonancia metafórica. Joker dinamitaba un sistema
que pretendía desestabilizar. Rose Dugdale, en 1974, junto a otros
tres integrantes del IRA, acababa de robar diecinueve valiosas
pinturas, valoradas en ocho millones de libras, para negociar con los
cuadros tanto la entrega de quinientas mil libras como la
excarcelación y repatriación de dos hermanas, compañeras de lucha
armada, acusadas de colocar bombas. Antes de ese plano se condensa, en la
brillante introducción, acompañada de la voice over de Rose,
cómo es una cuestión de sublevación con respecto hacia una serie
de imposiciones que fuerzan a la postración, además de una
divergencia de mirada, y concepción, de realidad. Se nos presenta a
Rose, yacente en el suelo de Russborough House, la mansión en la que
realizan el robo, y en tres breves flashbacks su disgusto con el modo
o enfoque de vida contra el que se rebeló en primera instancia,
aquel que caracteriza a su pertenencia a la privilegiada clase alta,
como cuando fue iniciada, con diez años, en la caza del zorro o, con
dieciséis, cómo sus padres querían programar su vida, incluido
matrimonio. Sus enfoques no podían ser más divergentes, como queda
metafórica constancia en la secuencia en la que tanto para ella como
para su madre una pintura dispone de muy diferente resonancia. La
madre se fija particularmente en un objeto y ella en una sirvienta,
negra, sirvienta, una mujer relegada, de acuerdo al relato (o
escenario de realidad) dominante, a los márgenes o fuera de campo.

Durante la narración otras pinturas
adquieren relevancia, sea aquella que refleja como ella no es lo que
parece, no tanto porque se caracterice como una mujer francesa, con
una peluca de distinto color al suyo, para efectuar el robo, sino por
cómo diverge, de modo radical, con los valores o la concepción de
la realidad de sus padres, quienes pretendían que se amoldará a sus
designios en cuanto configuración de cómo debía ser su vida. De
hecho, años después Rose, junto a su novio entonces, no dudó en
intentar realizar un robo en la mansión de sus padres quienes, al
sorprenderla, no dudaron en denunciarla a la policía. Pero mientras
él fue condenado a seis años de cárcel, ella por pertenecer a la
clase alta, no ingresó en prisión. El otro cuadro relevante, que
conecta con el que ve con su madre, es Señora escribiendo una
carta con su doncella, de Johannes Vermeer. Ella se ve como
aquella doncella que mira a través de la ventana, hacia la realidad
que quisiera materializar como propia. Es una mujer que siente que su
realidad ha sido sustraída, o impedida, y la equipara con la que
sufre Irlanda con respecto a los imperativos de Inglaterra, de ahí
que se una a esa sublevación. Poco después del plano citado, el
mismo encuadre muestra momentos antes a Rose dirigiéndose hacia esa
mansión. Vuelve su cabeza para mirar, sonriente, hacia cámara. Es
un detalle que apunta a la singularidad de su construcción narrativa
y planteamiento expresivo.

La narración se caracteriza por una estructura narrativa dislocada, cual fractura, que materializa esa privación de realidad frente a tantas imposiciones (una estructura no linear que parece haber suscitado desconcierto a más de uno por lo que evidencian ciertas reseñas). Combina, alterna, diversos tiempos: Los acontecimientos dentro de esa mansión durante el robo, los que
acaecen posteriormente mientras esperan la respuesta del gobierno
británico, con diversos encuentros con vecinos que inoculan la
inseguridad sobre su circunstancia, y varios retrocesos en el pasado,
sea su estancia en Oxford, donde escribió su tesina sobre
Wittgenstein, y se unió a un grupo de mujeres que realizaban
acciones de protesta contra la discriminación que se ejercía sobre
ellas, como cuando, disfrazadas de hombres, entran en un club que no
permitía el acceso de mujeres, sea su unión a un grupo que lucha
por los derechos sociales en favor de los que sufrían privaciones,
en el que adopta una posición de liderato, sea la desolación ante
los sucesos del Domingo sangriento en 1971, en el que fueron
asesinados veintitrés civiles por el ejército británico, y su
unión al IRA, con la demostración de sus capacidades para crear un
artefacto explosivo. Es fundamental, en la modulación de la
narrativa, y creación de la atmósfera emocional acorde la desazón
de ese desajuste de relación con la realidad, la magnífica banda
sonora de Stephen McKeon, de cariz tan severo como tétrico, también virtud del anterior largometraje de ficción de este dúo irlandés, la también excelente La interpretación de Rose (2019). Un
desajuste que también encuentra su correspondencia con secuencias en
las que imagina lo que teme que tenga que realizar como lo que
desearía que ocurriera. En un excelente pasaje narrativo, en dos
tiempos distintos, apunta con su pistola a dos diferentes personas,
una por lo que representa, otra porque podría denunciarla. Pero es
incapaz. Posteriormente, accidentalmente, atropella a un zorro, al
que sí dispara, por compasión. Sus acciones definen a quien
realmente se puede equiparar, metafóricamente, como esa criatura
raposa, perseguida o atropellada, que intentaba sublevarse contra las
imposiciones de modos de configurar la realidad.