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miércoles, 18 de abril de 2018
Principios de verano (y la Trilogía de Noriko)
La actriz Setsuko Hara, con la que Yasujiro Ozu colaboraría en otras tres ocasiones más, encarna a diferentes personajes que se llaman Noriko (El sufijo ko precedido por el ideograma nori remite a la idea de comienzo, principio o aurora), en la Trilogía de Noriko, que integran Primavera tardía (Banshun, 1949), Principios de verano (Bukashu, 1951) y Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari ,1953). La serenidad y armonía que destina el singular estilo de Ozu es el aliento equilibrado que contempla las agitaciones de los que habitan las mareas de la vida, desvelando sus sombras, carencias y desencuentros con la despejada respiración de la mirada conciliada, la de la templanza. La mirada serena es consciente de esa inevitable relación entre plenitud y vacíos, entre presencias y ausencias. Sentir que uno fluye contrarresta la fisura entre ilusiones y decepciones, porque en el fluir reside lo real.
En una secuencia de Primavera tardía, el profesor Shukichi (Cheshu Ryu) conversa con su amigo, el profesor Onodera (Masao Mishima) ante un jardín zen. Los planos sobre ambos se alternan con planos desde diferentes angulaciones de ese espacio hecho de vacío, arena, y llenos, las piedras, mientras Shukishi conversa sobre esa paradoja de la necesidad que los hijos abandonen el hogar y se marchen (por su tradición, cuando se casen), y la felicidad de ver que crean su propia vida, como en su caso por su hija Noriko (Setsuko Hara) y la sensación de vacío porque ya no estén o la preocupación porque el paso propicie una decepción para los hijos. En Cuentos de Tokio, la decepción, cuestión nuclear en la obra, afecta a los padres, como refleja esa conversación sobre que sus hijos no han llegado a ser lo que esperaban (viven en las afueras, y el hijo, en concreto, tiene una consulta en pequeña escala): el contraplano de unas pequeñas nubes desperdigadas hace cuerpo de esa sensación de sueños difuminados.
En Principios de verano, un hombre anciano (Kokuten Kodo) escucha el canto de los pájaros, sentado ante el jardín del hogar de su hermano. Uno de los dos nietos de este entra en la habitación y le dice tonto, pero el anciano sigue con la mirada prendida en el fuera de campo, en el canto del pájaro. El niño sale al pasillo y le indica a su hermano mayor que no ha conseguido reacción alguna, que ha permanecido imperturbable. El hermano le dice que insista. El niño vuelve a situarse junto al anciano, y vuelve a llamarle tonto. El anciano se vuelve, y se ríe, divertido. El niño sale corriendo, el anciano se levanta, como si se incorporara una sonrisa, y sigue contemplando el jardín, el canto del pájaro. La transición a la siguiente secuencia se realiza sobre un plano de una efigie de Buda, en un parque, ante la que está sentado el anciano, degustando los rayos del sol sobre su piel. A su lado está su sobrina, Noriko (Setsuko Hara), sonrisa hecha mujer, a quien pregunta, de nuevo, qué edad tiene. Cuando ella responde que 28, él señala que ya es tiempo de casarse. Ambos se sonríen. En esa secuencia se condensa el núcleo de la sublime Principios de verano,el núcleo que se irradia como luz a través de diversos rayos o pétalos. Aunque haya quienes intenten ensombrecerlo con su reacción cuando la elección de Noriko no sea la que esperaban o consideraban conveniente o ideal para ellos.
Pétalos de una flor: Shukichi y Shige (Ichirô Sugai y Chieko Higashiyama), los padres de Noriko, sentados en un parque, tras afirmar que ha sido un hermoso día, contemplan cómo un globo asciende, ante lo que ella apunta que algún niño estará llorando por haber perdido el globo. Lo que para uno es un resplandor de alegría, para otro puede ser causa de lamento. Perspectivas, ángulos, paradojas. A Koichi (Chishu Ryu), el hermano mayor de Noriko, le molesta que su hermana se resista a plegarse a las tradiciones (o más bien a la voluntad masculina): Koichi se queja de que las mujeres se hayan vuelto tan descaradas, como no capta las sutiles puyas que le lanzan su esposa Fumiko ((Kuniko Miyake) y Noriko, con respecto a que, del mismo modo que se queja de que su hermana no le respeta como debiera, él no respeta la voluntad de las mujeres, como por ejemplo, en ese instante, no permitiendo que su esposa, Fumiko, tome más cerveza. Noriko replica que las mujeres no son más descaradas, es que a los hombres les sobraba suficiencia. Koichi está empecinado en que su hermana se case con un hombre, mayor de cuarenta años, que considera como el marido ideal, en cuanto a posición y atributos. El conseguirlo se convierte en una forma simbólica de imponerse ante la disidencia femenina (Noriko le ha expresado que no es que no pueda casarse, es que no quiere). Por otro lado, no deja de ser irónico el hecho de las sonrientes rivalidades entre las casadas y las solteras, como si habitaran dos dimensiones distintas, rivalidad en la que forcejean subterráneamente las nociones de status y de libertad (Fumiko llegará a reconocer a Noriko cómo le hubiera gustado tener más experiencia antes de casarse).
En Primavera tardía, también pesa sobre el personaje de Noriko el principal conflicto, cuando se la induce a decidirse ya a casarse, presionada por padre y tía sobre todo, o incluso por su amiga, Aya (Yumeji Tsukioka), quien vive en una casa de diseño más moderno. Es por un lado el peso de una tradición y por otro el de la asunción de que la naturaleza está definida por el cambio. Y es que Noriko se muestra remisa a dar ese paso, dado el fuerte apego que siente por su padre, del que no desea separarse. No sólo se resistirá a la imposición de esos intermediarios que le buscan un marido, sino que el pesar se incrementa cuando su padre recurra a una estratagema, una mentira, para empujarla a dar el paso: Le hace creer que se va a casar, por lo que su presencia será accesoria.
En Cuentos de Tokio, quien es más receptiva, o realmente cálida, con los padres, es la nuera viuda, Noriko (Setsuko Hara), precisamente quien más carencias tiene ( no puede alojarlos), porque es quien es más consciente la perdida (la de su marido); ante todo reacciona con una sonrisa, incluso cuando al pedir en su trabajo que le den el día libre para guiar por la ciudad a ambos, el jefe le dice que se lo restará de su sueldo. Ozu diferencia a ésta, que no tiene un vínculo de sangre, con los hijos, en una secuencia: aquella desde la que miran el horizonte de Tokio desde unas escaleras. Cuando les señala dónde viven sus hijos, no hay contraplano; cuando les señala donde vive ella, a donde les invita, sí hay contraplano. La decepción, que puede encontrar su emblema en esas imágenes repetidas en las transiciones de las chimeneas de fábricas que expelen un humo negro, afecta a todos los personajes, a todas las relaciones y generaciones.
En Principios de verano, los dos hijos de Koichi no hacen más que reclamar que les compre más vías para su tren eléctrico. El hijo mayor responde con una notoria pataleta cuando descubre que un paquete que trae a casa contiene una hogaza de pan, no más vías, reacción ante la que el padre pierde los estribos. Los niños, despechados, desaparecen, hasta que son encontrados en una estación. Vías férreas que no se construyen, puentes que no se crean, o que se queman, rebelión a un orden establecido. Noriko elige a un hombre viudo; el hecho de que tenga un hijo le transmite más confianza que un hombre que estuviera soltero aún con cuarenta años. Su decisión trastorna a su familia, particularmente a su hermano, que intenta hacerle ver que es una tonta, pero ella se muestra imperturbable, sin perder la sonrisa, mientras sigue escuchando su particular canto de pájaro, la decisión que dotará de armonía a su vida en un ambiente rural, donde, precisamente, vive su anciano tío. El viento acaricia los frondosos prados. La cámara se desplaza, como la sonrisa de Noriko. Sus padres contemplan la procesión que acompaña a una novia. Los pétalos se disgregan. El tiempo pasa. Evocan la felicidad que compartieron. Comienza el verano.
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