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lunes, 9 de febrero de 2015

Objetivo mortal

Unas maletas con sendas bombas nucleares en lo alto de las Torres Gemelas. ¿Las ha colocado el propio gobierno estadounidense, aunque diga que es obra de unos terroristas islámicos, para justificar un conflicto bélico en Oriente Medio? Tras que los dos aviones colisionaran contra las Torres Gémelas el 11 de septiembre del 2001, se especuló con que quizá no fue un mero ataque suicida de Al Qaeda, un movimiento de resistencia islámica, o grupo terrorista, según el enfoque. Se consideró que estuvieran involucrados de modo directo los propios poderes fácticos estadounidenses, o cuando menos que permitieran el ataque, conocedores de que se iba a producir. Fuera la causa que fuera, desde luego les liberó de la presión internacional que les estaba poniendo contra las cuerdas con las exigencias del G8 de que redujeran las emisiones de CO2. Por contra, su industria no sólo no se vió afectada, sino que, por ese ataque, encontró el apoyo emocional, como víctima, para incrementar sus hostilidades con los países de Oriente Medio, en el cual el petróleo era, y es, pieza clave en lid aunque oportunamente disimuladas con otras justificaciones. En la mordaz 'Objetivo mortal' (Wrong is right, 1982), de Richard Brooks, no hay dudas. Las maletas no las han colocado el grupo islamista, liderado por Rafeeq (Henry Silva), aunque había amenazado con hacerlo. La hábil estratagema del gobierno, adelantándose, les justifica para realizar una invasión, cuando, precisamente, se había deteriorado la imagen del presidente estadounidense, Lockwood (George Grizzard) y de su gabinete. Por supuesto, en la intrincada trama de agencias, departamentos gubernamentales, traficantes de armas y grupos de resistencia o terroristas (según el enfoque), lo que está en juego es el petroleo. Resulta inquietante que el panorama haya cambiado tan poco desde hace treinta años, y la desconcertante rima de ciertos hechos, o elementos de la trama (de la realidad y de la pantalla, que tantas veces parecen confundirse). Y parece, como apunta el título original, que lo erróneo sigue siendo lo correcto. O es lo que sigue prevaleciendo.
No deja de ser significativo que el actor que interpreta al presidente encarnara al personaje más marrullero y mezquino en 'Tempestad sobre Washington' (1962), de Otto Preminger, aquel que con sus sucias maniobras provoca el suicidio del congresista que tiene que decidir si un aspirante a presidente es validado o no, tras amenazarle con desvelar sus experiencias homosexuales en el ejercito. 'Objetivo mortal' es una sátira, como 'Teléfono rojo ¿volamos hacia Moscú?' (1962), incluso diría que más equilibrada. En esta sátira que arroja hacia todos los frentes, la mirada es la de un periodista, Hale Sean Connery. En las secuencias iniciales se puede apreciar un antecedente de la reciente 'Nightcrawler' (2014), de Dan Gilroy. Unas escenas de violencia que parecen reales, pero que son representaciones, lo que se desvela cuando Hale desvela que lo son, escenificaciones, y que asocia con esa atracción por las imágenes violentas que siente el ciudadano común, y a la violencia latente, que tantas veces se queda en deseo reprimido. Hale surca el desierto en un velero mientras suena la música de 'Lawrence de Arabia' (1962), de David Lean. Es una mirada entre dos mundos, entre la mirada integrada y la mirada exploradora (aunque, irónicamente, quien se parece más a Lawrence es el traficante de armas, Unger, Hardy Kruger). Hale puede parecer en primera instancia, una mirada cínica, por su consciencia del impacto de las imágenes para la consecución de una mayor audiencia, pero más que cínico es escéptico, porque no ceja en su propósito de desentrañar la verdad, o lo real. Una mirada que no se deja sugestionar fácilmente por la manipulación de las apariencias, como el aparente suicidio de un mandatario arabe, porque él sabe mucho de manipulación. También el presidente y su gabinete no deja de preguntarse por el incremento o disminución de su 'audiencia', del mayor o menor apoyo de los ciudadanos.
Brooks había realizado una de las más hermosas obras sobre la revolución, con 'Los profesionales' (1966), y un demoledor cuestionamiento de la pena de muerte en 'A sangre fría' (1967). Y una no menos desoladora mirada sobre el posible trágico destino de quien intenta desafiar los límites que se imponen, en 'Buscando al sr Goodbar' (1977). O había realizado en 1952, 'El cuarto poder', una de las obras más señeras, casi emblemáticas, sobre la actividad comprometida del periodismo en busca de la verdad, sin recurrir a sensacionalismos, ni ceder a presiones de los poderes fácticos. Treinta años después no se hace ascos a lo primero, y con respecto a lo segundo sabe negociar porque sabe lo fundamental que resulta el dominio de la información, de lo que se visibiliza, de cómo se representa la realidad. El ojo de Hale es un ojo que desentraña, y por lo tanto inconveniente, pero es también un ojo que puede resultar útil. El ojo que batalla en el fragor de otras batallas. Y eso es la película, aunque ni siquiera su planteamiento corrosivo sirviera para que fuera apreciado en el momento de su estreno del mismo modo que sus obras más valoradas, incluso fue calificada de desmañada. Quizá es de esas obras a las que la perspectiva del tiempo ayuda a apreciar su visionaria agudeza.

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