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domingo, 8 de febrero de 2015

Enxaneta

En las secuencias iniciales de 'Enxaneta' (2013), de Alfonso Amador, una mujer, Blanca (Silvia Mir), busca. En las secuencias finales, un hombre, Alberto (Alberto Iglesias), busca. En las secuencias entremedias, el núcleo que arde y se seca a un mismo tiempo, un hombre y una mujer, Blanca y Alberto, no se encuentran. No dejan de buscarse desde hace cinco años de relación, pero la colisión no deja de producirse, y se asemeja a un bucle. Enxaneta es el último casteller que se encarama en la torre humana que conforma el castell. Si se mantiene, con los brazos extendidos, el logro del equilibrio se consigue. En la relación entre Alberto y Silvia parece que no se consolida el equilibrio. Una discusión, una malentendido, quiebra lo que los cuerpos, cuando el silencio de las palabras domina la relación, consolidan como provisional equilibrio. Su relación no deja de caerse, y volver a levantarse, esperando que los brazos pueden extenderse, del uno al otro, sin precipitarse de nuevo en el vacío, para de nuevo intentar ascender. En las primeras secuencias, cuando Silvia intenta encontrarse de nuevo con Alberto, incluso asciende la fachada del edificio para alcanzar el piso en el que vive y penetrar en el interior a través del balcón. En las previas secuencias, no ha dejado de llamar, de tocar su timbre. Se ha desplazado por el espacio, ha dormitado en la playa, ha hablado con algún otro hombre que salía del mar tras haber buceado. Durante esos largos pasajes, aún no se sabe por qué su insistencia, a quién busca, por qué. Se desplaza, quizá porque ante todo seamos tránsitos, acciones entremedias. A veces, logramos subirnos a la torre, y parece que el acontecimiento alumbra el momento. Mientras, el buceo parece siempre en la distancia. Para Silvia y Alberto el buceo en las emociones resulta conflictivo.
En la secuencia inicial, cuando Silvia es una mujer que conduce un coche, una mujer que se dirige en cierta dirección, en la noche, en la radio se habla sobre los desajustes entre las fantasías amorosas, entre los sueños, y la articulación de los sentimientos en el discurrir cotidiano. Los sueños, las aspiraciones, no son parte del tiempo. Parecen habitar siempre la luz, el día. En la noche, los contornos son difusos. A veces, no logras discernir bien al otro, lo que ha querido decir, expresar. Dices algo con toda la buena intención, pero no es el comentario que se esperaba, con las implicaciones que se esperaban, y parece que representa otra cosa, que no sientes lo que quieren que sientas porque no pareces expresarlo del modo correcto, y la trama de los sentimientos se hace difusa, las aguas se enrarecen por los remolinos de los equívocos, y las relaciones ya no son un espacio de cuerpos, agua, sol y arena, sino desciframientos y explicaciones de lo que se ha querido decir, como si fuéramos textos sobre los que no se puede dejar de hacer comentarios e interpretaciones, y los cuerpos se siguen buscando, en la noche, y si antes una llamaba, y buscaba, ahora otro llama, y busca, y puede ser el mismo tiempo, porque todos los tiempos se parecen, porque siempre es el mismo año de los cinco, es un bucle, y no una torre donde los brazos se encuentran y se sostienen en un equilibrio que desafía a toda maraña que precipite la caída.

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