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jueves, 12 de febrero de 2015

El expreso de Shangai

'El expreso de Shangai' (1932), de Josef Von Sternberg. Un viaje en tren puede convertirse en un viaje en el tiempo, o en la recuperación del que quedó suspendido por decisiones o reacciones equivocadas. El escenario sacudido por una revolución no deja de ser el reflejo de la revolución pendiente en los sentimientos de un hombre y una mujer que fueron contendientes cuando aspiraban a ser cómplices. Las artimañas de mujer de provocar celos para ver la reacción del hombre provocaron la susceptible huida de él pensando que ella no le correspondía. Ella, Anna, ahora Shangai Lily (Marlene Dietrich), camufló sus sentimientos, sus expectativas, en las espesuras de los equívocos reflejos (movedizos, como las arenas) en ese tablero de ajedrez del quizá no siempre suelen ser conscientes las dos partes. Él, el doctor Harvey (Clive Brook), interpretó el signo como el indicativo contrario. Y tomó la dirección opuesta. Abandonó, desistió. Como el que vio a la muerte en el mercado de una ciudad, y creyó que su gesto era una amenaza hacia él, y se dio a la fuga, para encontrarse en Samarkanda con ella y descubrir que el gesto de la muerte no era sino un signo de sorpresa, por verle en aquella ciudad, cuando esperaba encontrarle para quedarse con su vida en Samarkanda. Harvey se encuentra con la vida en el tren que se dirige de Pekín a Shangai. cuyos compañeros de viajes también están definidos por esas equívocas o falsas apariencias, que se irán revelando progresivamente. Se puede decir que ha estado más cerca de la muerte en vida durante los cinco años sin verla. Años en los que no ha mirado a otras mujeres, porque aún se esforzaba en conseguir dejar de verla en otras mujeres. La visión de la foto de ella que él mantiene en su reloj es la revelación para Shangai Lily de que ese amor ha permanecido en suspenso en el tiempo.
Sus compañeros de viaje también se definen, como reflejo, por las equívocas o falsas apariencias, que se irán desvelando progresivamente. Como ellos, por fin, comenzarán a verse el uno al otro. Aunque él, en principio, piense que esa mujer ahora conocida como Shangai Lily, que ha cautivado a los hombres durante esos cinco años, quizá quiera volver a hacer lo mismo con él. Las apariencias de ambos parecen el reflejo de la sombra que fueron entonces, la negación de lo que sentían, la apariencia difusa de lo que sentían. Él parece envasado en formol, el gesto adusto, una estatua, distancia y humo, nadie diría que aún arden en él ese griterío de brasas que ella no logró discernir en el pasado. Por eso, necesitó agitar la maleza de la esquiva apariencia con estrategias arteras, esas estrategias que lindan entre la apertura de un boquete en la oscuridad, para que entre la luz esclarecedora que dota de certeza, y la inmersión en los abismos de la apariencias que abren heridas que ciegan. La apariencia de ella es la hiperbolización de los temores en el pasado, la distancia que impone no es pétrea, como la de él, sino exuberante, es la exuberancia del artificio. Tampoco se avistan en su floresta las heridas y fragilidades y temblores. La aridez de él y la exuberancia de ella camuflan su intemperie. Esa intemperie que quiere dotarse de refugio con la piel del otro. Ella parece que ha sido de muchos hombres, o que ha subyugado a muchos más hombres, como si no fuera sino una mera apariencia que se convierte en remolino que cautiva y abisma.
Por eso, su reaparición podría parecer la del fantasma de sus miedos. Como los es para ella su reaparición de gesto altivo y esquivo. Él entrecierra los ojos, ranuras en las que cuesta introducirse, ella los abre como faros, o carcajadas. Pero lo que parece cerrarse no ha dejado de estar abierto, aunque en agazapado. Y lo que parece abrirse no es reflejo de indiferencia, ni implica que no se arrastren sombras tras tanta luz que proyecta como una actriz en un escenario rebosante de focos. "Seducción y perversión mantienen relaciones sutiles. ¿La seducción no es ya una desviación del orden del mundo?", escribe Jean Baudrillard en 'De la seducción'. ¿Acaso ella no demolía en la inaccesible piedra del esfinge cuando le puso a prueba porque no lograba discernir si él sentía lo mismo que ella ?. Ella le dice que cuando necesitaba su confianza él no se la dio, y ahora que no la necesita él sí se la da. Pero aquel pasado sigue presente en ambos, como una historia interrumpida que sigue vibrando como el extremo del nervio que necesita que vuelvan a coserle al otro extremo. Si ella con su sinuosa artimaña del pasado buscaba un gesto revelador en él, ahora será él receloso quien necesite ese gesto de ella. Una circunstancia imprevista, el secuestro por parte de la guerrilla china, propiciará que ambos expongan lo que sienten con respecto al otro. Esta vez, Shangai Lily no se esconde en la espesura que camufla, sino que se ofrece incluso de sacrificio, ofreciéndose como amante del lider de los guerrilleros, Chang (Werner Oland), cuando peligra la vida de Harvey. Este no sabrá de ese gesto, por lo que se confrontará con su recelo, con el que el que lleva acumulado como costra desde hace cinco años, y afrontará que el amor es cuestión de confianza. Y que las apariencias son equívocas. El fin del viaje supondrá la extirpación de un recelo que sólo servía para inmovilizar ese viaje cómplice que ambos anhelan realizar, ahora ya ajenos a la multitud, despreocupados del condicionamiento de la mirada de otros, ya expuestos el uno al otro, mientras se besan porque han puesto en marcha al fin su propio tren de amor de miradas despejadas.

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