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jueves, 8 de mayo de 2014

En un lugar sin ley

Hay obras cuyo comienzo ya es un final. La narración restante es como una prorroga, o las excrecencias, los residuos, de una colisión entre los sueños y la realidad. Es, por tanto, una canción de despedida, una mirada que se aleja , y se apaga lentamente. Aunque esa mirada intente aproximarse, y recuperar aquel abrazo que se convirtió en recuerdo. Pero no hay retorno posible al hogar. En las primeras secuencias de la hermosa 'En un lugar sin ley' (Aint´t them bodies saints, 2013), de David Lowery queda condensado ese vínculo, ese abrazo que une las entrañas de Ruth (Rooney Mara) y Bob (Casey Affleck). Y el miedo, las dudas, sobre los frágiles cimientos sobre los que se sostiene ese amor, sobre un futuro que parece ya papel quemado o ruido de grilletes. Qué se puede gestar si la realidad alrededor parece derrumbarse. En la bella última novela de Richard Ford, 'Canada', se relata cómo los padres del narrador deciden un día atracar un banco para solucionar, reparar, sus precariedades. Un gesto desesperado, el de unas personas, como se remarca, normales, personas como cualquier otra, qué hay que las diferencia, cuándo se convierten en 'otros', en forajidos, cuándo dejan de ser como cualquier otra persona que se califica de normal. Como Bob y Ruth. Un día, las vida les empuja a realizar ese acto que supone cruzar cierta línea, y quizá no haya posible retorno. Eres ya otro, estás ya marcado. Y la luz parece que la pierdas.
La luz alumbra, con una potencia evocadora desacostumbrada, en las imágenes de 'En un lugar sin ley', como el aliento que se anhela recuperar, como vibra una sensación de intemperie, rastreable también en otras obras recientes cuya acción dramática acontece en la America rural, como 'Mud' (2013) de Jeff Nichols o 'Joe' (2013) David Gordon Greene, y que parecen radiografiar cierto extravío colectivo, como si se sintieran tanto desgajados de su pasado como de su presente, porque quizá el futuro parezca como un bote sobre las copas de los árboles. Concurre una violencia latente, una crispación contenida en la misma tierra, en la piel de los que la habitan, que estalla en las tres películas, y, de un modo u otro, con trágica conclusión. La tierra de las ilusiones parece quemada, los amores arrasados, las miradas parecen encorvarse en sus silencios, aunque no desistan de convertirlos en gestos, en cuerpos presentes. En las hermosas secuencias iniciales de 'En un lugar sin ley', se condensa, como si fueran versos entrecortados, la armonía con la que sueñan, su desintegración, cuando se convierten en balas y prisión, y su añoranza, las cartas que Bob escribe durante su encarcelamiento, y que desafían al paso del tiempo.
Pero la nostalgia, el anhelo, abrasa. Cuando la vida tiene una sola dirección, y son los ojos y el abrazo de quien amas, no hay muros que impidan el reto a la realidad. A veces el relato parece que amansa las fauces de la realidad, como la versión que gesta Bob de su huida, aunque la realidad fuera un mero prosaico salto de un autobús en marcha. Los relatos intentan encaramarse sobre la realidad, como los sueños. Y la figura que huye merodea alrededor de su sueño, de aquellos ojos que dieron a luz, a la niña que nació de su amor, ahora protegida, cercada, por otros hombres, el policía enamorado, Patrick (Ben Foster), y el padre del cómplice que murió en el atraco, Skerrit (Keith Carradine). No hay otras direcciones, la figura que cometió la infracción perdió su derecho a un hogar, a un abrazo, a una tierra que germinara. Bob mira perplejo a quien le ha disparado sin conocerle, perplejo le pregunta por qué, si ha sido sólo por dinero. La interrogante sangra, se hace silencio. La narración se despliega en sus fraseos musicales, pues no es sino música, versos salpicados de despedidas cuando los sueños parecían empezar a desplegarse, un nervio seccionado cuando acariciaba la hierba en un prado. Esta estupenda obra se estrena este viernes 9

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