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domingo, 2 de febrero de 2014

A puerta fría

Se podrían rastrean en el plano final de 'A puerta fría' (2012), de Xavi Puebla, ecos del plano final de 'El apartamento' (1960), de Billy Wilder. Pero no hay sonrisas, las sonrisas de dos náufragos que se apoyan en su singladura hacia un horizonte incierto en un territorio (laboral) hostil, plagado de criaturas sin escrúpulos (sobre todo, en las posiciones con capacidad de decisión). No hay cartas, el juego que establece un lazo cómplice entre dos que han optado por la intemperie de la integridad, sumidos en los márgenes tras no aceptar las reglas de un juego inclemente que no acepta que no hagas concesiones. Lo que hay en el plano final de 'A puerta fría', son copas con alcohol y pesadumbre, dos figuras atrapadas en un remolino entre un pasado que contemplan como vida desperdiciada y un futuro de sombras purulentas, en el que la integridad no parece tener resquicio donde aposentarse. Carmelo (Hector Colomé) aún no ha logrado encajar que nadie del sector ha asistido al funeral de un comercial que vivió en el pasado momentos de éxito, que lo convirtieron casi en una leyenda por sus logros en ventas, y que acabó malviviendo vendiendo cafeteras. Nadie se acuerda de él. Carmelo repasa sus cuarenta de años dedicado a la profesión, las carreteras recorridas, los momentos que no ha podido compartir con sus hijos. Es un mundo de puertas frías, de manos y miradas frías, de tratos distantes, provisionales, donde la cuestión es vender, y asumir que también eres mercancía, que también te vendes.
Salva (magnífico Antonio Dechent) se inclina sobre su vaso con el cuerpo encorvado. Sobrevive, ha conseguido un éxito que le permita coger aire y no ser apartado en los arcenes de la profesión, como aquellos pistoleros veteranos del lejano Oeste que veían cuestionadas sus habilidades con las llegadas de los jóvenes pistoleros, de los jóvenes comerciales que harán lo que sea, y aceptarán lo que fuera, para alcanzar una posición de éxito. Salva lo ha conseguido, aunque haya implicado ensuciarse aún más. Un éxito que ha sido una sórdida derrota, por los medios que ha sido necesario emplear, o a quien ha sido necesario emplear como una pieza de sacrificio. Hay también un personaje, Inés (María Valverde) que puede recordar a Shirley MacLaine, en 'El apartamento'. Incluso, físicamente tienen cierto parecido. Inés es una azafata contratada para la feria de electrónica que se realiza en este hotel de Sevilla. En principio, accede a ayudar a Salva por una mera cuestión de pago de servicios, ya que su dominio del inglés es crucial para Salva, porque su objetivo es realizar una venta con un empresario estadounidense, Battleworth (Nick Nolte). Pero la relación deviene en complicidad. No son dos náufragos, o quizá no todavía, pero las olas arrecian contra sus diques. Inés llora porque no quiere volver a la casa de sus padres. Salva no llora, pero su mirada empieza a empañarse porque su futuro comienza a perfilarse como un naufragio sino consigue realizar esa venta.
Battleworth podría ser la correspondencia con Sheldrake, el jefe de la empresa que encarnaba Fred MacMurray en 'El apartamento'. Battleworth significa 'el valor de la batalla'. En la batalla comercial hay tratos que implican venderse como carne. Es lo que te piden, además, tus superiores. No les importan tus escrúpulos. Tampoco importa la soledad que se expanda en tu interior como un agujero negro, ni que le ocurra lo mismo a aquel con el que tienes que realizar el trato ventajoso. Una noche, Battleworth y Salva, ambos sentados en su taburete, en la barra del bar, cada uno con su vaso de whisky ante él, se miran como dos figuras extraviadas. Pero no importa, luego, en el campo de batalla, esa fragilidad desnuda no cuenta. Son dos rivales que compiten. Por ello, la alianza entre los que se apoyan, porque se aprecian, no porque meramente les conviene, como es el caso de Salva e Inés, se convertirá en herida compartida. Por eso, no hay justicia poética como en el final de 'El apartamento'.
En 'Doce años de esclavitud' (2013), Steve McQueen dedica un extraordinario primer plano dilatado al protagonista, en la secuencia previa a su liberación. Puebla también dedica un plano de envergadura expresiva semejante en la anteúltima secuencia, un plano de Salva descendiendo en el ascensor, tras contemplar cómo ha tenido que ceder, o aceptar, que alguien se venda o sacrifique por él. Salva desciende, se encorva, se hace pesadumbre. No hay liberación, sino aumento de condena. Su singladura entra en derrota. En los planos iniciales,le veíamos en su habitación de un hotel colindante, de menor calidad al lujoso en el que se realiza la feria. Es una figura en penumbras, sentado sobre la cama en un inhóspito plano general. Una figura que no siente deseos de arrancar, de volver a la corriente, de seguir batallando, porque siente que no vale la pena. Porque siente que es perderse aún más, un camino sin retorno hacia la desaparición. Y así será.

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