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lunes, 2 de julio de 2012
Plácido
Ya 'sangra' mordacidad la elección del nombre del protagonista, Plácido (Cassen), pues es todo menos plácida la considerada 'noche de paz', la Nochebuena, que más bien 'padece' como un calvario, en constante tensión, ya que pende durante todo el día la amenaza de que pierda su motocarro si no logra abonar el pago de la primera letra antes de que finalice el día. Como también sangrante ironía esa noche está contratado, con su motocarro, para la campaña 'Un pobre en vuestra mesa'; en la fase de elaboración de guión su título era, precisamente, 'Siente un pobre en su mesa', inspirado en una campaña del regimen franquista, pero era demasiada explicita su manifiesta carga de profundidad y la censura obligó a que optaran otro título, más sutil pero no menos incisivo, 'Plácido' (1961), magistral obra de Luís García Berlanga. Mientras los ricos, o los privilegiados, complacen su hipocresía, con esa campaña orquestada por 'Ollas Cocinex' (otro cáustico detalle, que sean ollas a presión, como lo es la sociedad que se retrata tras falsas sonrisas), Plácido batalla por no perder aquello que supone el sustento para su familía.
Plácido es un personaje en permanente agitado movimiento, extraviado en unos encuadres siempre rebosantes de figuras, una convulsión de encuadre en la que parece siempre figura periférica, buscando su lugar ( el espacio de vida para su familia, que puede quedar 'inmovilizada' si se quedan sin su motocarro; otra figura metafórica como 'el cochecito', que 'comparte' a Rafael Azcona, allí adaptaba su propia obra con e director, Ferreri, y aquí es argumentista con Berlanga, y co guionista con éste, Jose Luis Colina y Jose Luis Font ). Ya sea en la procesión de coches tras que los organizadores de la campaña, en la que destaca el coordinador, Quintanilla (Jose Luis Lopez Vazquez), hijo del dueño de la serrería, epítome del ser 'intermedio', del medrador, hayan recibido a los artistas (aunque entre ellos no estén las 'estrellas' anheladas, como Carmen Sevilla, sino starlettes aspirantes al estrellato, niño cantores, y un actor 'de prestigio' que no cesa de protestar por el desconsiderado trato que recibe como si fuera 'cualquiera), o en la subasta que realizan, en la que quien se lleva al 'pobre' subastado es el típico arribista que puja sólo cara a la galería ( confiando en que no hubiera ganado), o en el 'tráfico' de personajes en la casa de una de las organizadoras, donde realizan la emisión radiofónica, o en la del ex republicano donde sufre un infarto el 'pobre' que les había 'tocado'.
Plácido en todos los espacios parece un dibujo animado acelerado, adherido al gabán de Quntanilla,o de quien pueda facilitarle que pueda pagar el diner, o conseguir lo que le queda para alcanzar la cifra (ya se sabe que siempre hay gastos inesperados eneste mundo de usura; la secuencia del banco, y su menosprecio con los 'clientes' no pudientes es ásperamente acerada). Pero aún con esa plétora de personajes diversos, es asombroso cómo se logra dibujar con ingeniosos escuetos trazos a los múltiples personajes que cruzan, más o menos fugazmente, la pantalla, desde la novia de Quintanilla, y su fascinación por el engolado actor gangoso al que le zurce los pantalones, a Julián (inmenso Manuel Aleixandre), el cuñado de Plácido, y sus particulares tejemanejes para quedarse con una de las cestas de navidad que ha repartido ( y trabajo por el que ha cobrado una miseria), pasando por el perro que está subido a una silla de bebé, y que tratan con más mimo que a cualquier pobre, como el que por una noche limpia su conciencia ( un excelente Luís Ciges, cuya expresión cuando tiene que dejar de degustar las viandas, para acompañar al médico, que es dentista, que tiene que atender al pobre que ha sufrido el infarto, es todo un poema).
Pero, aunque muera un pobre, 'con lo bien que iba la noche' (muletilla que repiten los organizadores), y no se pueda disfrutar de la cesta de navidad ( de hurtar al rico un trozo de paraíso que sólo puede ser degustado por su fugaz caridad), siempre quedará la Nochebuena para aliviar los espíritus, o contrarrestar las precariedades, carencias y preocupaciones ( otra letra que habrá que pagar el mes que viene), o el fútbol ( o cualquier evento que descargue tensiones, sean las competiciones de canicas, las exhibiciones masificadas de numismática, o las contemplaciones colectivas de cernícalos), o si vives en Casablanca, siempre quedará París. Sino, si vives en Muskiz, Talavera o Manresa, puedes jurar en hebreo ( o cualquier idioma que desconozcas).
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Buena recensión, compa Solaris, de una magnífica peli: vitriolo a espuertas y talento y agudeza más que sobrados para esquivar las zarpas de la censura. Una pieza digna de destacar...
ResponderEliminarUn abrazo y buen día.
Muchas gracias, caballero! Es curioso cómo la censura siempre es permisiva con sutilezas: ¿Es porque no las captan o porque piensan que los espectadores no la advertirán?
ResponderEliminarSutil es la cuestión que planteas, compa… Tema sobre el que reflexionar largo y tendido, y de nada fácil conclusión; supongo que habrá casos tanto de una como de otra circunstancia, en función de la particular idiosincrasia del censor de turno, o de las premisas que, en cada momento puntual, se hayan venido manejando a nivel general. Salvo testimonios que pueda haber sobre el tema de los propios protagonistas (algo que desconozco), todo lo demás son cábalas y especulaciones (a veces, harto osadas). En fin…
ResponderEliminarUn abrazo y buen día.