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sábado, 14 de enero de 2012

No habrá paz para los malvados

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No es habitual en las últimas dos décadas encontrarse con thrillers que te hagan sentir que los cristales te rasgan la piel, que la sangre es pegajosa y que las sombras tras los ojos son abismos afilados en los que podemos ver reflejadas las inconsecuencias e inconsistencias del mundo en que vivimos. Se había sofisticado la pirotecnia de los efectos especiales, de cómo explosionar decorados, sobre todo a espaldas de personajes que caminan hasta la cámara y convertido la pantalla en una pista de circo en el que no hacen falta redes, por lo cual lo imposible podía campar a sus anchas en ese subgénero llamado cine de acción. De vez en cuando surgen en el horizonte islotes como 'No habrá paz para los malvados' (2011), de Enrique Urbizu, que no busca ser complaciente sino sacudirte un poco el riñón. No hay filigranas que valgan, los golpes son secos, no hay asideros donde sostenerse sino una emponzoñada atmósfera que arrastra como un remolino. Recupera el aliento de los estimulantes film noirs que se produjeron en España desde finales de los 40 a principios de los 60, dirigiodos, entre otros, por Julio Buchs, Francisco Perez Dolz, Miguel Iglesias o Julio Coll. Y reverdece una herencia, la del film noir en general, que ha sido recogida muy puntualmente, como hizo una de las grandes obras mastras del género y del cine de estas últimas décadas, 'Distrito 34: corrupción total' (Q&A, 1990), de Sidney Lumet, con la que se pueden advertir ciertas concomitancias. Su doble línea narrativa, en paralelo: por un lado la que sigue al policía corrupto encarnado por Nick Nolte para lograr acabar con aquellos que pueden incriminarle con el crimen que realiza en la primera secuencia, como Santos Trinidad (excepcional José Coronado) en busca del testigo de sus crímenes en las primeras secuencias; las similitudes entre ambos personajes, aunque en el segundo, como magistramente se condensa en la presentación, bebiendo en un bar dominado por las sombras, que parecen pulpa de sombras, su corrupción es la de quien ya está extraviado, en descenso de caida libre, con un interior que exuda deterioro, desvencijado, un sórdido estercolero ( como ese desde el que lanza las balas).
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Si en la obra de Lumet la otra línea narrativa seguía el proceso, en la investigación, del joven abogado que encarnaba Timothy Hutton, aún con ilusiones de un mundo en el que prevalezca lo íntegro, y entrando en colisión hasta con sus propias contradicciones (un ramalazo xenófobo que ni él mismo imaginaba), enla obra de Urbizu son dos figuras casi robóticas, dos burócratas de impecable aspecto (o diseño estético; el atildado policía de traje y corbata y la jueza que parece salida de una pasarela tras realizar varias carreras) que contrastan con el desastrado aspecto de Trinidad. No parece que tengan un espacio íntimo más allá de su labor ( a la inversa de Trinidad y su intimidad arrumbada), sobre todo ella, por eso choca (eficazmente) ese breve instante en que el rictus de su máscara de eficiencia, de su rol, se quiebra, y surge una sonrisa,y una distensión, cuando conversa con su marido e hijo. Tras la máquina, que sólo busca realizar eficazmente, y con la pertinente distancia, su labor, pero no comprender, lo que implicaría 'mancharse' ( por la vida mancha) hay algo separado con condición humana (cual jekyll y hyde pero una dualidad seccionada voluntariamente, y controlada); es la enajenación del Orden, perdidas ya las raices o los horizontes ( Trinidad) o neutralizados como máquinas ajenas a lo real.
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También coinciden ambas películas en el componente de la diversidad étnica, o en la condición del 'otro' con otras señas de identidad étnicas ( y en el espacio de la no legalidad; son las figuras sospechosas o amenazadoras). En la de Lumet, los látinos, y en concreto los cubanos. En la de Urbizu, los colombianos y los musulmanes. Es admirable cómo conjuga la subtrama del grupo musulman preparando los atentados (bombas camufladas en extintores; irónico en un paisaje humano, como el descrito, necesitado de otro tipo de 'extintor'). Urbizu demuestra su gran talento como narrador, su impecable precisión, su sabio uso de los planos generales, sin enfatizar acciones, como cuando pregunta la encargada del caso en el night club donde Trinidad ha realizado los crímenes qué es ese olor,y le contestan que en esos sitios siempre huele así, que hace se sienta el peso de las sombras, que dominan buena parte de la obra, sombras que sangran, que tiemblan, que hieden. La secuencia final recupera,combinado, el aliento de ciertos finales de obras de Schrader o Peckinpah, aunque aquí no hay ni redención, ni los gestos siquiera sirven para nada. Nadie sabrá lo que contienen esos extintores que no explotarán ( o por el momento).

1 comentario:

  1. No alcanzo a entender las grandes críticas y contínuas recomendaciones que recibe "No habrá paz para los malvados".
    Es una buena historia sí, pero muy mal contada, sin explicar las motivaciones del único protagonista, Santos Trinidad y con unos secundarios no sólo insulsos, sino prácticamente inexistentes. Un guión más trabajado y una mayor profundidad en los personajes hubiese hecho de este film algo realmente extraordinario.

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