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jueves, 3 de marzo de 2011

El leñador

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El abrazo de la comprensión. Entre Walter (Kevin Bacon) y Vickie (Kyra Sedgwick)se ha creado la magía de una conexión, la de la intimidad. Pero hay algo que a Walter le cuesta compartir, una revelación sobre su pasado, una revelación sobre un impulso, o perturbación, que le dominaba, y que quizás, y eso él aún teme, pueda volver a dominarle. Vickie no sabe que Walter ha salido hace poco de la carcel, donde fue condenado, durante doce años, por pederasta. ¿Lo que siente Vickie por él variaría si se lo revelara? ¿Lo que se ha creado entre ellos, que parece tan genuino, se trastornaría? ¿Eso indicaría que no es tan genuino, y que su conexión no es tal, que ella no se ha sentido conectada con alguien real sino con una proyección?

Uno de los méritos de esta estupenda opera prima de la directora Nicole Kassell, 'El leñador' (The woodsman, 2004), es su mirada tan comprensiva como audaz. No estigmatiza. Con su mirada 'despejada', nos presenta al personaje, magnificamente encarnado por Kevin Bacon, sin condicionar su acercamiento, o comprensión, por ese hecho de su pasado -su turbia mirada opuesta podría ser la de la maniquea y mediocre 'Hard candy' (2005), de David Slace, centrada en la venganza contra un pederasta, y así, se convertía en una película violenta, por su mirada 'nublada', que justificaba la justicia de la revancha-.
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Kassel no mostrará, aunque sea en flashback, ningún momento preterito relacionado con sus actos de pederasta. Esa visualización sería demasiado determinante, e imprecisa. Importa el 'peso' en el presente que siente Walter. Ser pederasta implica una imagen ya rigida y unidimensional, y a Kassell le importa el hombre real.
Kassell 'naturaliza' su mirada. Lo mira, y retrata, como a un hombre 'normal'-o real-, como lo puede ser cualquier otro. Con la peculiaridad de que se debate con ese tormento, con esa inclinación, que otros llamarían desvío, de sentirse atraído por los niños, esa perturbación ante la que no quiere subordinarse. Quiere rehacerse. Quiere dejar de obsesionarse por lo que representa ese balón rojo (hermosa y poderosa imagen) y abrazar la conexión y amor real.

El monstruo no es él. Doliente, Walter pregunta al psiquiatra, '¿Cuándo seré normal'?. Pero son precisamente aquellos los llamados normales los que revelan su monstruosidad, o que la normalidad está compuesta de monstruosidades legitimadas. Monstruos lo son aquellos que no se esfuerzan en conocerle, y que condicionan su juicio por esa 'mancha' de su pasado. No es Walter, con sus contrastes y matices de personalidad, sino sólo 'el pederasta' -podríamos evocar un tratamiento semejante con otra figura semejante, la del pederasta de esa mágnifica película que es 'Juegos secretos' (2006), de Todd Field-, y así sufrirá el rechazo inflexible y discriminativo de compañeros de trabajo, cuando se enteran de ello, o de sus familiares, que aunque procuran apoyarle, cuando menos porque es 'familia', su 'alerta' es permanente, de tal calibre que al final revelará su forzado apoyo, asi como su irreversible repulsión suspicaz (no le dejan tratar con sus sobrinos).
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Conmovedora es la secuencia en la que se enfrenta con su tormento, o 'fantasma interior pertubador' este 'leñador' u 'hombre del bosque' (alusión al personaje de caperucita roja), cuando habla, precisamente, en un parque, con una niña, resistiendo su inclinación, y esforzándose, en cambio, en apoyarla animicamente en su sufrimiento, en sentirse mutuamente identificados por los dolores que sufren ambos.
Como hermosa es la historia de amor entre Vickie y Walter. Ella es de las pocas personas que sabrá de verdad cómo es Walter, sin dejarse nublar por reductores prejuicios, palpando cuál es la tortura con la que lucha (valora su actitud, su voluntad, que se debate con un impulso que no es elegido, e, incluso, le cuestionará que haya sido inflexible prejuzgando que no sería comprensiva). Y superpondrá su amor por Walter, porque sabe, y siente, que esa conexión es genuina, sabe cómo es, le ha conocido y sentido sin saber ese detalle revelador, y eso es lo sustancial. Conoce, y ama, al Walter real, no al estigmatizado por un corsé moral social que no sabe comprender a los demás, sino que sólo los etiqueta. Y todas esas emociones y sensaciones nos las hace palpables la cineasta, con un estilo impresionista que capta la respiración interna emocional, logrando que sintamos como el 'otro', que nos pongamos en su piel.
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'El leñador' (The woodsman, 2004), de Nicole Kassell, es un obra excelente, y tan audaz como necesaria. Kassell mira al hombre, no a la imagen creada con la noción de pederesta ( Prenom: Pederasta), y cuestiona a quien infiere ya por esa noción sin procurar conocer al hombre (prodigioso Kevin Bacon). Autora del guión junto a Steven Fechter, apuesta por un estilo impresionista atento a los climas emocionales, que hace palpable a través del estupendo trabajo fotográfico de Xabier Pérez Grobet. La obra está producida por Lee Daniels, quien en cambio, adoptaría un tratamiento estetico y narrativo más efectista a un tema conflictivo en 'Precious'(2009). Más cerca en mirada y logros está de otra producción de Daniels, 'Monster's ball' (2001). Tras siete años sin dirigir, Kassel ahora rueda 'A little bit of heaven'.

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