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jueves, 24 de marzo de 2011

La maldición del hombre lobo

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'La maldición del hombre lobo' ( 1960), de Terence Fisher, es la película que mejor ha ahondado en las raíces y condición de esta figura mítica maldita, combinando una mirada compleja y turbadora. Situada la historia en la España del siglo XVII, e impregnada de de un trágico romanticismo, nos presenta a El hombre lobo como el fruto y reflejo de la crueldad y abusos del poder. En concreto, nacido de la violación de una sirvienta (Ivonne Romain) por un trastornado mendigo (Richard Wodsworth) que había sido encarcelado, durante decadas, por el capricho de un cruel y depravado marqués, de preclaro nombre, Siniestro (Anthony Dawson).La animalidad descontrolada se convierte en la huella o marca de una maldición, que no es sino la crueldad humana, y en símbolo de una inconsciente y desesperada rebelión ante una condición impotente, donde ni el amor puede redimir del peso de unas discriminatorias convenciones y rígidas tramas sociales, y la congénita crueldad humana. Además, la transformación en hombre lobo no será 'visible' hasta los últimos minutos, consecuente con el propósito de indagar en la raiz de su por qué, que no es sino ese 'fuera de campo' que son los 'otros' (la sociedad).
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Así, se dedica su primer tercio a ese dibujo de las circunstancias que dieron a luz a esta maldición, esa sucesión de crueldades del marqués con el méndigo, al que abandona como criatura 'invisible' en sus mazmorras, reflejo de una realidad social, aquellos que carecen de los privilegios, que se silencia con el abuso de un poder. Elocuente es esa imagen de un ya avejentado marqués, arráncandose tiras de su piel casi pútrida. La ironía es que su nuevo gesto de arrogante y caprichoso poder, el recluir a la joven sirvienta sordomuda con el mendigo, al negarse ella a satisfacer sus deseos libidinosos, propiciará tanto la violación del mendigo a la chica ( el oprimido que reproduce los abusos del poder), como la posterior insurrecta reacción violenta de la chica, que acabará con su vida.
El relato se centrará después en el nacimiento e infancia de su hijo, León, con situaciones tan sugerentes como ese aullido que se confunde con los berridos del bebé al dar a luz, que escucha su perplejo protector, Alfredo (Clifford Evans),o las sombras que surgen en el interior de la iglesia cuando van a bautizarle, a lo que se añade la agitación de las aguas bautismales, en la cual se refleja una siniestra gárgola del artesonado (añádase la leyenda que hace mención a la maldición que pesará a quien nace a la misma hora que Cristo, cosa que ocurre a Leon)
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Durante su infancia, será la contemplación de la sangre por primera vez, en una acción de crueldad humana, la caza de unos animales, cuando se 'despierta' esa bestia en él, aunque no recuerde nada cuando esté despierto (magnifica esa imágen del niño asido a los barrotes de su ventana, con expresión poseida, porque desea salir a matar; esa 'mazmorra' interior de la que es cautivo). Pero el cariño y el amor, que son los aspectos que el sacerdote señala como los que podrán evitar su transformación, conseguirán durante unos años que no vuelva a repetirse.
Aunque ya adulto, con los rasgos de Oliver Reed, la maldición resurgirá cuando se enfrente, de nuevo, a las aleatorias injusticias de un rigido entramado social que impide que su amor por Cristina (Catherine Feller) pueda materializarse, porque su padre, por conveniencias(los 'barrotes' sociales que separan), la ha 'destinado' a un rico petimetre). Y la furia inconformista y rebelde le domina, y la fiera vuelve a 'reaparecer'. Sus primeras acciones no serán 'visibles', jugando con el fuera de campo o el reflejo de las sombras, o incidiendo en la idea de 'aparición' como ese plano de su brazo sobre el cuello de una chica, en el primer crimen (ejemplar en su utilización del cambio de plano, como abrupta expresión de la aparición de la violencia). Las circunstancias, demasiado rigidas, no parecen poder superarse.
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Sólo quedará la constatación de esa furia que es reflejo de una reacción desesperada a una realidad social sustentada sobre el abuso de poder, y de una rebelión impotente. Si el relato comenzaba con la llegada del mendigo al pueblo, acompañado por el resonar de las campanas, la muerte de Leon tendrá lugar en un campanario. El recorrido de los sótanos de las mazmorras a la elevación del campanario no ha conducido a la liberación, sino a la muerte (o una mera variación de un mismo destino), porque no se puede aspirar a esas alturas (la elevación de un amor entregado y genuino sin barreras) porque desde las alturas, del poder instituido tramado sobre la 'posición' que se ocupa y detenta, se oprime y sojuzga con sus inclementes 'barrotes'. No hay más hermosa y desgarradora manera de expresar la fatalidad que anunciaba el destino de este personaje que quería amar pero fue dominado por la crueldad humana.

‎'La maldición del hombre lobo' (The curse of the werewolf, 1961) es una de las obras más hermosas, y más desesperadamente líricas, de Terence Fisher. El productor Anthony Hinds, con el seudónimo de John Elder, adapta, muy libremente, la novela de Guy Endore, 'A werewolf in París', ubicándola en España. Fascinante es el trabajo cromático y lumínico de Arthur Grant. Sin duda, el más apasionante y complejo acercamiento a la figura del licantrópo. Sin olvidar otras notables obras como 'En compañía de lobos' (1984), de Neil Jordan y 'Lobos humanos' (1981), de Michael Wadleigh.

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