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martes, 29 de marzo de 2011
El arpa birmana
Se pueden rastrear en la sublime 'La delgada línea roja' (1998), de Terrence Malick, ecos de 'El arpa birmana' (Biruma no tategoto, 1956),de Kon Ichikawa, cuya esposa, Natto Wada, adapta la novela de Michio Takeyama, o constatar miradas afines. En las secuencias introductorias de la obra de Malick se reflejaba el espacio de la armonía posible, el de la conciliación con la naturaleza y los otros, para, en el desarrollo del relato, con el 'escenario' emblemático de un conflicto belico, reflejar cómo esa poibilidad se degrada por la inclinación del ser humano a la destrucción, y, aún más, hacer de la narración interrogante de por qué no prevalece la actitud que cultive la armonía y la conciliación, la empatía. El sorprendente inicio de 'El arpa birmana' transita próximos senderos. Un plano aéreo sobre los bosques birmanos nos muestra una esplendorosa naturaleza, pero la voz en off que la acompaña señala que lo que prevalece (en su 'interior') es el caos. Estamos en 1945, en los estertores de la segunda guerra mundial. Un pelotón, comandado por el capitán Inouye (Rentaro Mikune), se detiene a descansar, y guiados por su capitán (que estudió música) comienzan a entonar un canto, acompañados del arpa que toca el soldados Yasuhiko (Shoji Yasui). Pareciera que no están inmersos en un conflicto bélico. La música es el símbolo de una unión que contrarresta el horror que viven. Es el símbolo de la conciliación. Secuencias más tarde, en un poblado birmano, advierten que están siendo rodeados por soldados británicos. Al advertir que el carro con los explosivos está fuera de su alcance, disimulan entonando un nuevo canto para recuperarlo, pero, para su sorpresa, los soldados británicos responden con el mismo canto, exponiéndose a su vista. Es su manera de decir que la guerra ha terminado.
Entremedias, se ha dado una circunstancia que alcanzará mayor significación en el relato. El soldado Yasuhiko, que siente una particular afinidad con Birmania (un compañero le pregunta, "¿y con Japón?", pero no contesta), se viste con ropa birmana como avanzadilla para ver si hay o no en las proximidades ejercito enemigo, y será el tema musical que toque el que indique si lo hay o no. Pero se da la circunstancia de que unos ladrones le roban la ropa. Es todo un anuncio de su 'cambio de uniforme'. Esto tendrá lugar por azar. Cuando el pelotón tenga que trasladarse a un campo de prisioneros a un lejano poblado, se le requiere a Yasuhiko que intente convencer a otro pelotón de que se rinda. Estos soldados están apostados en una cueva en lo alto de una ladera escarpada en una montaña que Yasuhiko asciende trabajosamente, para encontrarse con el desprecio de los soldados, que por su obtuso orgullo, prefieren morir a rendirse. Serán bombardeados, y todos perecerán excepto Yasuhiko que será atendido por un monje budista, al que robará su ropa para recorrer una larga distancia y así unirse con sus compañeros. Y este nuevo atavío se convertirá en su nuevo uniforme, o más bien parte de su piel, cuando no deje de encontrarse con cadáveres de soldados no enterrados en terrenos pedregosos, o apilados en la orilla embarrada junto a un rio, que se dispondrá a enterrar. Su acción contrarresta el absurdo de la guerra, la soberbia de aquellos que han propiciado la guerra por valores que promulgan la destrucción.
Su odisea se alternará con las secuencias del pelotón en el campo de concentración. La falta de Yasuhiko es como una herida en esa unión que se han esforzado en crear, sobre todo en el capitán (con el que se podría establecer cierta asociación con el personaje de Sean Penn en la obra de Malick), quien se resiste a creer que haya muerto, porque el que esté vivo se convierte en símbolo de su retorno al hogar, de su retorno a la vivencia pacífica, el olvido de un horror. Que le hayan creído ver con esos atavíos de monje budista no deja de sumirles en el desconcierto. ¿Por qué si es él no se une a ellos, y erra con un loro sobre los hombros por el camino?. Hermosa es la secuencia en la que se encuentran, aunque refrende ya su separación, separados por la alambrada del campo de concentración, pero unidos, de nuevo, por el canto que entonan, acompañados del arpa birmana. El regreso al hogar de los soldados, en el barco, apuesta por un reinicio: se conjuga con la figura de Yasuhiko avanzando por los caminos. Permanece, porque el recuerdo de un horror es necesario para que no vuelva a repetirse, y debe restituirse cultivando la armonía, la entrega a los otros, desde el mismo corazón de las tinieblas.
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Después de la experiencia recomiendo regalarse "Nobi" (Fuego en la llanura) del propio Kon Ichikawa.
ResponderEliminarSaludos
Tomada cumplida nota! Eso sí, amplia filmografía la de este cineasta, y escaso lo que se ha llegado a estrenar (o editar en DVD) por estos lares. Un auténtico desconocido.
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