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sábado, 4 de septiembre de 2010
Villa Amalia
Villa Amalia es el lugar y final de trayecto, que pone en movimiento, tras un recorrido sinuoso, es el lugar en el que los postigos ya están abiertos, como la mirada, que descansa, porque está en sí misma, es la atalaya desde la que se mira, el horizonte, despejado, y a sí misma, despejada. Ya no está oculta, ni para sí misma. Es un lugar que es fin y comienzo. 'Villa Amalia' (2009), de Benoit Jacquot, es una hermosa y extraordinaria partitura de celuloide. Ann Hidden (portentosa Isabelle Huppert, en una de sus más admirables creaciones) es concertista de piano. En su vida se ha producido un quiebro. El trayecto será de la noche de un malestar a la luz de la conciliación. Es su mirada la que abre la película a través del parabrisas de su coche, en el que sigue a su marido, Thomas(Xavier Beauvois), hasta que corrobora su sospecha: tiene otra historia, una historia en la que no está ella, ¿y eso dónde la deja ella, cuál es su historia, cuál es el escenario de su vida? En ese mismo instante, mientras entreve las figuras de su marido y la mujer en un balcón, un hombre la alude, Georges (Jean Hughes Anglade). No lo reconoce, mientras que él la recuerda vividamente aunque hayan pasado muchos años. Es un encuentro extraño, como la situación en la que se siente Ann. Jacquot elude, inteligentemente, explicaciones reductoras, ( esa causalidad simplificadora, tan recurrente, que domestica y trivializa las emociones).
Jacquot hace narración de un malestar vital, el de Ann, a través de una sintaxis abrupta, de cortes bruscos de plano, del mismo modo que Ann parece haber perdido el raccord con su vida, la conexión consigo misma. Ese encuentro con Georges es como si se mirara hacia el pasado, y no se reconociera, como si ya no supiera qué fue y en qué se ha convertido.
Los personajes, que son presente a la vez que pasado, sea Thomas o Georges, van y viene en la narración, como ese vaivén, esa agitación vital de Ann decidida a desprenderse de lo que ha sido, que es consciencia de que dejó de ser. Se desprende de su piso, de lo que fue su hogar, abandona su dedicación a la música. Interrumpe lo que fue su vida, porque quiere hacerla desaparecer, y ser otra que es recuperarse a sí misma. Las acciones, los gestos, los silencios, lo que quema y se revuelve entre los planos y los silencios y las miradas, es el diapasón que guía la narración, alterada y sincopada, como los acordes de la música que interpreta Ann, y que a veces rasgan el plano, como una contracción que hace habla de lo que late en el silencio de Ann sentada en la mesa de la cocina, o como el mensaje de voz de Thomas sobre las imágenes de los objetos que Ann está quemando y que la relacionan con él .
La narración sigue siendo abrupta y entrecortada pero transmite ya una cierta fluidez, porque ya es un despegar, en el montaje secuencial del viaje de Ann por Tanger o la costa italiana. Es una sucesión de movimientos, que es puesta en movimiento a la vez que desprendimiento. Sumergida en el agua del mar avista sobre el acantilado una casa, una atalaya hacia el horizonte, un hogar que un hombre construyó en el pasado para la mujer que amaba. El lugar en el que volverá a sentirse ella misma.
'Villa Amalia' (2009) es una formidable obra de Benoit Jacquot, de quien se puede recordar la estupenda 'La escuela de la carne' (1998), también con Isabelle Huppert, y que demuestra el buen estado de la filmografía francesa, si consideramos otras dos obras magnas, de narración heterodoxa también, como 'La chica del tren' de André Techiné y 'Cuento de navidad' de Arnaud Desplechin. Una obra tramada a través de acciones que hace música narrativa de una circunstancia y proceso emocional, de una ruptura y reinicio vital.
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