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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Arthur Kennedy, la mirada magnética

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Una de las presencias, o miradas, más magnéticas, e intensas, del cine ha sido la de este excepcional actor, Arthur Kennedy, que se inició en los 30 en el teatro interpretando a Shakespeare o dramas sociales, pero que tardó más de una década en conseguir con frecuencia papeles de más enjundia y en ver reconocido su talento, cuya versatilidad ya se puede apreciar contrastando la templada y mordaz lucidez del periodista de 'El fuego y la palabra' (1960), de Richard Brooks con la mezquindad del pequeñoburgués preocupado por su imagen social en 'Como un torrente' (1958), de Vincente Minelli. Kennedy era capaz de crear personajes fluctuantes, con los que no sabes cuál será su siguiente reacción, como en dos de sus más memorables personajes en dos magníficos westerns, el pistolero de 'Horizontes lejanos' (1952), de Anthony Mann, con quien no se está seguro en ningún momento de hacia qué o quién inclinará sus lealtades o intereses, o el empecinado errante que busca vengar la muerte de su amada en 'Encubridora' (1952), de Fritz Lang. En ambas, esa electricidad que podía palpitar en su mirada lo hacía imprevisible, fuera lo que moviera sus actos,lo cual supo de nuevo aprovechar muy bien de nuevo Mann con su complejo personaje de 'El hombre de Laramie' (1955). En sus comienzos como secundario colaboró con Raoul Walsh en 'El último refugio' (1941), 'Jornada desesperada' (1942) y,destacando sobre todo su mezquino personaje de 'Murieron con las botas puestas' (1942). Tras la guerra,ademas de una exitosa labor teatral protagonizando obras de Arthur Miller, participaría en interesantes obras como 'La ventana' (1949), de Ted Tezzlaf, 'El justiciero' (1947), de Elia Kazan o 'El idolo de barro' (1949), de Mark Robson, para quien protagonizaría el papel que le supuso su primer gran reconocimiento, en 'Bright victory' (1951). En esta década también es destacable su personaje en la excelente 'Hombres errantes' (1952), de Nicholas Ray, en 'La furia de los justos' (1955),de Mark Robson o en 'The naked dawn' (1955), de Edgar Ulmer. En los 60, el periodista de 'Lawrence de Arabia' (1962), de David Lean, o secundarios en las estupenda 'Barrabás' (1962), de Richard Fleischer, con quien reincidiría en 'Viaje alucinante' (1966) o en la notable 'Nevada Smith' (1966), de Henry Hathaway. En los 70 su gran talento 'erraría' en producciones de escasa calidad. Rodó con Jorge Grau, 'No profanéis los sueños de los muertos' (1974), no carente de interés. Una mirada electrificante inolvidable.

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