En la conclusión de Indiscreta
(Indiscreet, 1958), de Stanley Donen, sutil comedia de engañosa ligereza,
adaptación de la obra teatral Kind Sir,
de Norman Krasna, Anna (Ingrid Bergman) y Philip (Cary Grant) convienen, tras
los vaivenes escénicos de la fase de cortejo, en erradicar la mentira y el
teatro de una relación que ya dan, por fin, por sellada (como si ambas partes emitieran el sello de certificación,
cuya función ejerce la aceptación del proyecto matrimonial). Otra cuestión es
ya el escenario posterior, el de la relación instituida, y sus deterioros,
lesiones, averías o cortocircuitos (que pueden ser provisionales o
irreparables), circunstancia agudamente diseccionada por Donen en Página en blanco (The grass is greener,
1960) y Dos en la carretera (Two on
the road, 1967). Por su parte, tanto Indiscreta,
como la posterior Charada (Charade,
1963), inciden, con ironía, en los procesos de exploración y tanteo de ese otro (que conmociona sentimentalmente)
como pantalla difusa que cuesta percibir con precisión. La claridad del
sentimiento, o su convicción (de quien explora o tantea), colisiona con las
apariencias movedizas o mudables (de ese otro). En Página en blanco, el personaje de Cary Grant se pregunta cómo alguien puede saber qué es la realidad.
Puede resultar difícil discernir qué es la realidad o cómo son o sienten los
otros (y más aún si hay expectativas o implicaciones sentimentales). Durante el
transcurso de la narración de Charada,
el personaje de Grant rectifica su
identidad, o su modo de presentarse a la mujer que se enamora de él, encarnada
por Audrey Hepburn, cuatro veces. Cuatro sucesivas identidades distintas. Ella
se siente atraída, pero no logra estar segura no sólo de quién es, y cuál es su
nombre verdadero, sino de qué intenciones tiene, qué papel juega en la
desconcertante circunstancia. En las tres primeras identidades está casado pero
separado, y en la cuarta, y la definitiva, y real, no lo está. En Indiscreta, se revelará, ya superado el
ecuador de la narración que Philip no está casado aunque le haya dicho que lo
está a la mujer que ama, Anna. Una estrategia conveniente para evitar posibles
compromisos que no está dispuesto a asumir. Prefiere esa circunstancia
flotante, una realidad en parte escénica,
pues se sostiene sobre una mentira, a la vez que real, pues su sentimiento es
cierto, y no tiene intención de que la relación sea provisional. Simplemente,
prefiere la circunstancia con los términos más cómodos para él.
La afirmación del sentimiento erradica (aparentemente) las tramas, los cálculos y las estrategias, hasta que hace aparición (o irrumpe en escena) una mentira: se desvela cómo uno de los dos, Philip, porta una máscara (no manifiesta como la crema facial) o no es sincero del todo, ya que actúa como presunto hombre casado, es decir, finge para su conveniencia. Su sentimiento es real, pero prefiere que esta circunstancia o dinámica de cortejo se dilate en el tiempo (acorde a su profesión, como buen economista previsor) por lo que le ha hecho creer a Anna que está casado para así evitar, precisamente, que le pueda plantear esa opción (un engaño que, según él, por otra parte, posibilita la opción de que la otra persona no acepte ese escenario de relación). En principio, es un hecho que reconoce como cierto a Alfred, mientras juegan al billar (el escenario la relación sentimental como una partida), cuando el segundo le revela el resultado de las investigaciones de Scotland Yard por el cargo que Philip ocupa, pero la información prontamente será filtrada a Anna, ya que a Alfred le será difícil ocultárselo a su esposa. La reacción de Anna sería equiparable a la de las furias desatadas, primero, porque a él le habían ofrecido un cargo en Nueva York, que implicaría una estancia de cinco meses, y cómo podía afectar esa distancia a la relación, y segundo, y sobre todo, por la mentira en sí. Irrumpe la beligerancia de la trama, el cálculo, las tácticas y las escenificaciones. No se justifican en la conveniencia, como en el caso de Philip, sino en el despecho. Anna desea vorazmente el castigo sancionador, devolvérsela y hacerle sentir mal. Y lo intentará mediante el recurso escénico de la provocación de los celos, mediante un astuto y retorcido juego de sombras entrevistas, a través de insinuaciones (con un afectación de actriz que él percibe enseguida, y que le descoloca: ¿con quién está hablando?) o literal (con el teatrillo que monta en las secuencias finales haciendo uso de la figura (en sombras) de un antiguo cortejador).
El despecho propiciará la rectificación, o modificación de actitud, de Philip, pero está a punto de causar un cortocircuito irreparable por su desorbitada reacción al optar en vez de por la confrontación directa por la vía retorcida. Prepara una escenificación con la que hacerle creer que está con su antiguo cortejador (aunque realmente esté utilizando a su sirviente), sabiendo que él tiene prevista una aparición sorpresa a medianoche por su cumpleaños, pero para su sorpresa él aparece con una proposición de matrimonio. ¿Cómo no iba a reaccionar así quien había realizado jubilosamente desatado, sin sentido del pudor, un baile de raíces escocesas en otro evento social? Hay formas de saltarse el protocolo de los pasos que son más vivaces que fingir lo que no se es como camuflaje conveniente. Al fin y al cabo su forma de bailar sentimentalmente con ella era sincera, reflejo de una conexión genuina (manifiesta en la secuencia en la que conversan telefónicamente, pero por el uso de la pantalla partida parece que entrelazan sus manos). Y esa coreografía de sentimientos, con pasajera interrupción por fingimientos convenientes y ofuscaciones despechadas (o diferentes mecanismos defensivos, con vaselina o garras y colmillos), está narrada con exquisita modulación.
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