Beau Geste, de
Percival C Wren, publicada en 1924, y adaptada al cine en 1939, dirigida por
William A Wellman, dispone de uno de los más intrigantes inicios: un
destacamento militar de la legión extranjera francesa, en el desierto africano,
se encuentra con un siniestro decorado, un fortín en el que los cadáveres de
los soldados están colocados en cada parapeto en posición de defender un
ataque, a lo que se añade el desconcertante hecho de que dos cadáveres estén dispuestos
de otra forma, uno de ellos, incluso, en una posición yacente como si se le hubiera
dedicado una respetuosas exequias fúnebres. En Horizonte final (1997), de Paul W Anderson, la tripulación de la
nave estelar Lewis & Clark se encuentra en el interior de la Event
horizont, desparecida siete años antes en un agujero negro (que había creado
artificialmente para realizar un salto en el tiempo), con un solo cadáver
mutilado, sin ojos, flotando en el puente de mando. En ambos casos, ¿qué ha
ocurrido? En El invencible
(Impedimenta), de Stanislaw Lem, publicada originariamente en 1964, tres
años después de Solaris, la nave estelar de guerra Invencible llega al planeta
recién descubierto Regis III, con la intención de descubrir qué ha sido de otra
nave de guerra con sus mismas características, El condor. Primero se encuentran
con una configuración que no saben si son las ruinas de una ciudad o si son
residuos de una maquinaria. Se enfrentan con lo ignoto, con aquello que resulta
complicado identificar, o comparar con algo conocido. Lo que habían denominado ciudad en realidad no se parecía en lo más
mínimo a los asentamientos de la Tierra. Oscuras moles de superficies erizadas
como las púas de un cepillo, no semejantes a nada que hubieran visto ojos
humanos, se erguían hundidas a una profundidad desconocida en las dunas
móviles. Sus formas, que resultaban imposibles nombrar, alcanzaban varias
plantas de alturas. No tenían ventanas ni puertas, ni siquiera paredes; unas
parecían entretejidas redes onduladas en un sinfín de direcciones, muy tupidas,
con nudosidades gruesas en lugar de junturas (…) la regularidad ajena a las
formas vivas revelaba su presencia a través del caos de la destrucción.
Posteriormente, se encuentran con la nave Condor, o con una
circunstancia tan desconcertante como enigmática y turbadora. El caos de los camarotes, las provisiones
intactas, la posición y la distribución de los cadáveres, las instalaciones
dañadas, todo eso significa algo, Pero ¿Por qué un cadáver, a diferencia
del resto, está congelado? Las pesquisas no encuentran rastros que puedan
determinar una explicación precisa, o indicar cuál pudo ser la causa que generó
su destrucción. Ni siquiera resulta efectivo el <<auscultador de tumbas>>. Cuando alguien llevaba muerto
poco tiempo o cuando el cuerpo no había llegado a descomponerse, debido a la
baja temperatura, era posible <<escuchar el cerebro>>, o más bien
la última manifestación de la conciencia. Pero no se puede escuchar nada en
los cerebros de los muertos, como si hubiera sido incluso vaciado el rastro de
su vivencia o experiencia. Solo piensan, o sienten, una certeza. Tiene que
haber una amenaza al acecho. Algo o alguien provocó la muerte de todos ellos.
Pero cuando comienzan a percibir su presencia, resulta complicado discernir o
comprender qué es, cuál es su constitución o naturaleza, y cuál su propósito
(¿funcionan por intención o reacción? Y otra cuestión. ¿Sienten que hay una
amenaza porque no entienden qué ha pasado? Por tanto, ¿esa manifestación que
les resulta incomprensible es realmente una amenaza?
En La investigación
Lem se interrogaba sobre la causalidad. O planteaba cómo puede haber fenómenos
cuya causa quizá no logremos comprender. Su misterio será irresoluble por
nuestros propios límites. En La fiebre
del heno se interrogaba sobre la aleatoriedad o azar, o cómo la más
sorprendente combinación de hechos o elementos puede dar como resultado una
serie de hechos con respecto a los que quizá, por esa repetición, pensábamos
que debían responder al plan o propósito de alguien. En Solaris indagaba en los espacios que no exploramos en nosotros
mismos, espacios emocionales con los que nos confrontamos, los espacios de los
remordimientos, arrepentimientos o la no asunción de la pérdida o de los sueños
truncados, agujeros negros en nuestro firmamento interior que preferimos no
explorar y en cambio mantener arrinconados como estrellas muertas por miedo, vergüenza
u orgullo. En El invencible explora
la dirección opuesta, la relación con el exterior, con los territorios
desconocidos, con la Otredad o lo diferente, o cómo el afán de conquista o
apropiación y dominio se superpone sobre la comprensión, la interrogante y la
asunción de lo que no es como nosotros, sino diferente, y quizá de una manera
que no logremos siquiera comprender (y que por esa diferencia quizá
consideremos una amenaza). Establecemos límites (incluso en nosotros mismos,
como cercados o sombreados emocionales convenientes) o no asumimos nuestros
propios límites (de conocimiento) o queremos imponer nuestros límites a otros. ¿Cuántos
fenómenos así, extraordinarios y ajenos al entendimiento humano, puede ocultar
el Universo?¿Acaso tenemos que llegar a todas partes con una gran potencia
destructora a bordo de nuestras naves para aplastar todo lo que contradice
nuestra forma de ver las cosas?. Por algo la nave se llama invencible. Pero
un personaje se pregunta si su actitud es la adecuada, si ese planeta no es más
bien un territorio desconocido que a lo
largo de millones de años ha creado su propio equilibrio, no dependiente de
nadie ni de nada, más allá de las fuerzas radioactivas y de las fuerzas
materiales, una existencia activa y dinámica que no es ni mejor ni peor que la
de los compuestos proteicos llamadas animales o seres humanos. Y lo que
haya ocurrido, más allá de que se sepa cómo o por qué, quizá sea el reflejo de
que es otra realidad con otras coordenadas o dinámicas. No algo que contradice
ni amenaza, ni algo que haya que someter o neutralizar. El universo dispone de
múltiples realidades, algunas de las cuales nunca conoceremos ni lograremos
comprender. No somos el centro del universo. << No todo, ni en todas partes, es para nosotros>>
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