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sábado, 29 de mayo de 2021

Despierta la furia

                             

Despierta la furia (Man of wrath), de Guy Ritchie, no es solo una obra sobre las tenebrosas sombras de la furia desatada (por el dolor), sino también sobre la corrupción, la doblez, las falsas apariencias y la mezquindad, que caracteriza a casi todos los personajes, sean representantes de la ley, delincuentes habituales (organizados como una empresa) o ex militares en Afganistan que optan por el robo del dinero que trasladan furgones blindados. Los límites se difuminan. No hay diferencia entre quienes trabajan dentro o fuera de la ley. Una única certeza: el mandato del instinto. Sea por reacción, por dolor o sentimiento de agravio, o por carencia de escrúpulos o codicia. La bestia que nos define. La primera secuencia es un plano secuencia desde el interior de un furgón blindado que es asaltado. Esta sociedad: un furgón blindado, nuestra cerrazón blindada, nuestro ombligo blindado. Al mantenerse la cámara dentro del furgón, los sucesos exteriores se insinúan, por imagen o sonido, de modo insuficiente y parcial. Disparos. Los dos guardias son abatidos. Pero por lo que después se dice, hubo una tercera víctima, un civil. El relato se construye mediante una sucesión de capas que son a su vez distintos ángulos que revelarán lo que ocurrió en ese suceso, pero también la implicación de los personajes en ese hecho, sea como víctima o como infractor, por tanto las consecuencias derivadas o su ausencia por la carencia de sentimiento de responsabilidad. El esclarecimiento deriva en un ángulo, más que ciego, muerto. La película concluye con un coche que se aleja mientras la cámara asciende y encuadra la ciudad. De modo indirecto se ha reflejado la entraña de la ciudad, de nuestra sociedad, construida sobre la corrupción, la doblez, las falsas apariencias y la mezquindad (ombliguista).


La narración de Despierta la furia es un impecable engranaje narrativo modulado por la excepcional banda sonora de Christopher Benstead (en una fusión modélica de montaje y música: es una narración que es pura composición de edición) de cariz tenebroso (con un violonchelo que parece provenir de una composición de Gorecki). Es también la ratificación de la progresiva depuración cualitativa del cine de Guy Ritchie. La autoindulgencia de los juegos formales, con la perspectiva y construcción del relato, o los malabarismos con los recursos visuales y sonoros, de sus primeras obras, se ha tornado rigor y precisión, como ya era patente en la pasada década, con obras tan notables o excelentes como Operación U.N.C.L.E (2015), El rey Arturo: la leyenda de la espada (2017) o The gentlemen: los señores de la mafia (2019). Es su obra más sombría y grave, ya sin la afectación recargada de Revolver (2005), su obra más indigesta (y pretenciosa), aunque desconozco Barridos por la marea (2002) o Aladino (2019). En Despierta la furia, más que nunca, transmite la sensación de que no hay plano accesorio. La construcción narrativa es tan sintética como cortante. Tras ese plano inicial desde un interior (del furgón), un plano desde un exterior (una figura que entra en la empresa de furgones blindados). Esa figura es Hill (Jason Statham), quien aspira a conseguir empleo como guardián. Nos lo presentan ante una fachada. Ya se sugiere que la identidad con la que se presenta puede que sea también una fachada (conveniente: una identidad de camuflaje). Los compañeros advierten pronto la lacónica cáustica distancia que interpone. No le preocupa no hacer amigos. También les sorprende su fulminante reacción, sin vacilación ni temblor alguno, cuando su furgón es asaltado. Para quienes rigen la compañía es un lujo, solo les preocupa su eficiencia (que quizá contagie a sus compañeros), pero el gerente, Terry (Eddie Marsan) piensa que su frialdad es más bien la del psicópata. Pero ¿Por qué alguien que se comporta como si fuera un androide se preocupa de la corrupción de una de sus compañeras, Dana (Niam Alhgar), cuando descubre la cantidad de dinero de la que se apropió de modo solapado? ¿Quién es realmente? ¿Cuál es su propósito? ¿Por qué parece que, al respecto de su propósito, muestran cierto interés agentes del FBI?


La narración, como suele ser recurrente en el cine de Ritchie, se construye sobre la variación y sucesión de ángulos, retrocesos en el tiempo, o alternancias de tiempos como montaje secuencial. La narración retrocede para ofrecernos el ángulo de Hill, cuyo nombre era otro, y su dedicación no desde luego la que había notificado cuando fue contratado (ya que era completamente falsa). Se revela de qué manera estuvo implicado en aquel robo inicial, cuáles fueran las consecuencias que sufrió como daño colateral, y cómo se convirtió en una masa corporal que retiene su infección emocional (cómo encaja, sin decir nada, los reproches de su esposa sobre su responsabilidad en la muerte de su hijo; cómo habla con sus subalternos sobre la búsqueda de los responsables dándoles la espalda). La ironía: la causa de su desgracia fue provocada por la acción de quienes realizaban el mismo tipo de acción que él, pero mientras que él es un profesional (un empresario al margen de la ley) los infractores habían sido previamente representantes de una institución legal, el ejército. A esta capa o ángulo le sucede el de la perspectiva de los infractores. La narración se sucede como un cuerpo secuencial de círculos concéntricos que a la vez amplían perspectiva de conjunto. Por tanto, la acción inicial, sucesivamente, es narrada, contemplada, ampliada, desde las diferentes perspectivas, y de ese modo dispondremos de toda la información, qué sucedió y cómo estaban implicados unos y otros, o qué implicaciones tuvieron para unos y otros. Solo queda un último ángulo pendiente, que es la figura del topo dentro de la empresa de furgones blindados, que se revelará cuando se realice el atraco que ocupa todo el tercer acto, modulado con un magisterio de montaje raro de apreciar en el cine actual de acción (con la excepción de Christopher Nolan, David Fincher o Sam Mendes). Su conclusión, seca y cortante. No hay congratulación en la venganza, a diferencia de la autoindulgencia que supura el cine de Quentin Tarantino este siglo, cineasta con el que se le asoció a Ritchie, como emulo británico en los noventa, sino la constatación de una infección (vital y ética) que define a unos y otros. La bestia que somos.

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