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miércoles, 5 de mayo de 2021

El jardín de vidrio (Impedimenta), de Tatiana Tibuleac


 <<Todos llegamos allí, los vivos y los muertos, y los de en medio>>. Sus palabras me embistieron (…) La muerte, en cualquier caso, hace lo que ella quiere. ¿Pero qué pasa cuando la vida te hace saltar varias etapas? Cuando ves que tienes todavía carne y aliento, pero ella, la vida, te manda al final de la cola y te contempla como un casi muerto. Yo estoy en el medio. Tamara está en el medio. Toda mi vida ha estado en el medio. Los náufragos arrojan botellas al mar con un mensaje de socorro, esperando que alguien lo encuentre y les rescate. Pero también, quien las recoge, aunque sea en tierra firme, puede vivir una vida que parece un permanente naufragio, una vida que parece siempre en medio, en mitad más de nada que de todo, como, desde niña, Lastoschka en El jardín de vidrio (Impedimenta), de la escritora moldava-rumana Tatiana Tibuleac (1978). Ella misma relata, evoca, como quien escupe añicos que aún duelen, esa vida en medio que es naufragio constante, y lo hace desde la edad adulta, treinta años después, ya doctora y directora de una sección de un hospital de Bucarest. Su hija, que nació enferma, se llama Tamara, como la mujer que ella, en principio, cuando tenía nueve años, pensó que la había adoptado como huérfana cuando más bien la había comprado a unos padres que la habían abandonado. Y lo había hecho para utilizarla, cual Fagin dickensiano, para recoger botellas. Las ampollas reventaban en las botas de piel, y las nalgas se habían vuelto duras como nueces. Recogía botellas todos los días, dos veces al día junto a ella.

Un siglo después de las desventuras de Oliver Twist, Lastoschka se desplaza en un universo que corta y duele. El corazón, Lastochka, no es una uña, duele. Una vida en medio (como un animal atropellado en una carretera), un naufragio en vilo en el que belleza y luz veía raras veces. Respiraba todos el día alcohol, escuchaba juramentos  y contaba monedas. Con el paso de los años, a mí la palabra amor me transformaba en un caracol (…) yo era entonces un carámbano vestido. Coraza que hubiera querido que fuera de camuflaje, pero nunca dejaba de estar expuesta a esa intemperie de vida. Se sentía huérfana pero había sido abandonada, lo que acrecentaba su pesar, su sentimiento de desubicación, de vida golpeada, apalizada, e incluso violada. Una niña asustada y sola que, al igual que los pájaros, había empezado a construir su nido con porquería y restos. <<Lastochka>> me llamaban todos y no había cuchillo en este mundo que pudiera despegarme ese nombre. Su cuerpo no es vidrio sino herida. La realidad sí es vidrio, y ella se desplaza por su filo, como una equilibrista que logra crecer a base de convertir sus heridas en puño apretado y gesto decidido. Durante toda la vida me he arrancado trozos y los he repartido entre la gente, que ha alimentado con ellos los hocicos de los perros.

La realidad alrededor se enreda con múltiples vidas fracturadas, otros naufragios en esa vida en medio de nada que nunca saborea siguiera la esquina de un todo. Pasaban los meses y comprendía que, de un orfanato pequeño, había acabado en uno grande. Y también en un grupo de chicas. Las mismas conversaciones, las mismas normas, la misma crueldad mezclada con el miedo y la envidia. Las chicas se habían convertido en mujeres. Les habían crecido los pechos, pero no los corazones. Da igual qué trozo de mapa es, es un trozo infectado como cualquier otro. Pero aun así ella busca el equilibrio en las distinciones. Moldavia, Rusia, Rumania. Ella proviene de Moldavia, pero encuentra tapias para que su lengua, la lengua que le hace sentir el sabor de hogar, pueda expresarse, hasta que alguien posibilita la brecha por la que ella pueda apuntalar su futuro a través de la educación en moldavo, más allá de que no sienta lazo alguno con unos padres que son la encarnación ausente de un rechazo. ¿Quién eran sus padres? ¿Pueden ser algunos de esos rostros con los que se cruza? En mi cabeza, las lenguas se enredan y me entumecen el cerebro. ¿En qué lengua debo buscaros? ¿En qué lengua perdonaros? Identidades, sean nacionales o genéricas, que son lides y marañas. El amor se convierte en una trampa mortal porque conduce solo a la desolación, a una trampilla camuflada bajo la imagen de un espejismo. No le coloques una corona en la frente, no le levantes un monumento. No se merece tantas palabras con todo el daño que ha causado en este mundo. Recuerda lo que te digo. El amor, el amor. Todos gimen, discuten, gastan dinero. Un asesino, eso es el amor.  Los hombres son presencias que maltratan, por activa o pasiva. Un pene que fuerza,  un cigarrillo que quema la piel que no es receptiva, o simplemente una figura que se escurre como humo. El daño parece la pauta en esa vida en medio, sea a congéneres o animales desvalidos. En un ser humano, la crueldad crece más deprisa que las uñas, que el pelo, que los dientes. La crueldad es el principal obstáculo que sortea y resiste quien sobrevive a los embates de las olas de ese jardín de vidrio para convertirse en sanadora, como si así pudiera insuflar ilusión de equilibrio entre tanto filo.

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