You and me (Id, 1938)
es la tercera película que Fritz Lang rodaba en Estados Unidos, tras exiliarse,
o huir, de Alemania, tras el ascenso al poder del Nazismo. No podían ser más
demoledoras y sombrías sus dos anteriores obras, Furia (1936) y Sólo se vive
una vez (1937), un fustazo de indignación y desolación ante la
inconsistencia humana, por su falta de sentido o sensibilidad de justicia, ya
sea de modo individual o colectivo (como masa linchadora) a través de sus
instituciones. Una visión corrosiva sobre el ser humano como ser social. Que la
acción dramática de ambas obras aconteciera en el país representante de la
democracia, considerando lo que estaba ocurriendo (y ocurriría) en su país
natal, adquiría unas siniestras y dolorosas resonancias. La crueldad y la inclemencia
es patrimonio universal. Con su tercera obra parece que quiso rebajar el pistón
de su furiosa denuncia, por lo menos en su tono o tratamiento. El proyecto le
llegó de rebote. El guionista, Norman Krasna, no contó con la confianza del
Estudio Paramount para realizar su opera prima con dos de sus estrellas, George
Raft y Carole Lombard. Raft tampoco parecía dispuesto a ser dirigido por
Krasna, lo que le reportó una sanción. Durante dos años fueron variando los
implicados en el proyecto, fuera Richard Wallace como director, John Howard y
Arlin Judge como protagonista masculino, o Sylvia Sidney como protagonista
femenina. Esta, que había sido protagonista de sus dos anteriores obras, reclamó
a Lang. Dado que en su punto de partida había conexiones con Sólo se vive una vez (en este caso, son
ambos, la pareja protagonista, los que tienen antecedentes penales, y aspiran a
integrarse en la sociedad), Lang no quiso repetirse, y solicitó la intervención
de otra guionista, Virginia Van Upp (quien la siguiente década llegaría a ser,
junto a Joan Harrison y Harriet Parsons, una de las tres únicas mujeres
productoras en Hollywood), para realizar las oportunas modificaciones que
hicieran oscilar la acción más entre la comedia y el drama. Al respecto se
incidió en el juego de equívocos y engaños en la relación de la pareja protagonista,
que conforman Joe (George Raft) y Helen (Sylvia Sidney), ya que ella en principio
no reconoce que también tiene antecedentes penales). Una conducta que ejerce
reflejo de una dinámica social.
Ambos se conocen porque trabajan como dependientes, como otros tantos ex presidiarios, en unos grandes almacenes, cuyo dueño, Mr Morris (Harry Carey, todo un icono de la integridad que había afianzado en los westerns con los que adquirió fama), es la antítesis de aquellas mentes inflexibles que no permitían la integración, o segunda oportunidad, al protagonista de Solo se vive una vez. Su discurso, apología de la tolerancia, a su esposa, escandalizada por la condición de esos dependientes y cómo puede afectar a la imagen del negocio, es toda una declaración de principios. Este peso de la imagen se amplia, cual enriquecedor círculo concéntrico, o dicho de otro modo, infecta a la propia relación de la pareja protagonista, que mantiene su idilio en secreto (cuando una asciende y el otro desciende por las escaleras mecánicas se tocan la mano fugazmente). Por un lado, Joe está decidido a dejar el empleo y abandonar la ciudad porque no quiere complicar la vida a la mujer que ama, como si su pasado delictivo pudiera contaminarla con su mancha. Pero, por otro, ignora en qué medida influye en Helen ese peso de la condicionante imagen, ya que es incapaz de reconocerle que ella también sufrió prisión y está en situación de libertad condicional. De hecho, no se revela que ella también tiene esos antecedentes hasta que ya se ha consolidado la relación, se han casado y conviven juntos. En principio, por tanto, You and me se centra en cómo influye ese peso de la imagen, como dictadura o potencial linchamiento social, que puede imposibilitar la materialización de una relación, y posteriormente, con la revelación de la información que ella ha ocultado, cómo ese escenario social se puede enquistar cual quiste sebáceo, o contagiar cual virus, en la forma de actuar, incluso en el espacio íntimo, que se adopte, aun por omisión, una condición de actante escénico.
Una de las principales virtudes de You and me es su desconcertante indefinición genérica. ¿Es comedia, drama, una obra puente entre el cine de gangsters y el cine negro, o todo a la vez? ¿Y sus escenas musicales, que inciden en un acusado extrañamiento, y acentúan la abstracción? Son éstas, además, algunas de las mejores, aparte de más sorprendentes, secuencias de la película. Las canciones están compuestas por Kurt Weil, que había colaborado con Bertold Brecht. Lang reconoció la influencia de este en el empleo de las canciones como recurso de distanciamiento expresivo que pone en evidencia el mecanismo de la ficción, a la par que ejercen de comentario sobre la propia acción (aunque no carentes de emoción). Un escenario social que nos convierte más en actores que deben ajustarse a un repertorio y actuar o aparentar ser de acuerdo a lo que es legitimado y no anatemizado necesitaba ser desentrañado con una opción estilística que expusiera su condición de ficción social. Ya la introducción de You and me es tan chocante como brillante, con ese vibrante montaje que alterna objetos o figuras que representan a la sociedad de consumo, en la que lo prioritario y dominante, como se remarca en la letra de la canción, Song of the cash register/Canción de la caja registradora, es el concepto del dinero. El segundo momento musical es el más emotivo. Ambos protagonistas escuchan en un nightclub el tema que interpreta una cantante, The right guy for me/El hombre idóneo para mí, que gira alrededor del amor fugaz entre una mujer y un marinero. La alternancia de primeros planos sobre los rostros de ambos, en los que se aprecia cómo afectan las resonancias de la canción, y dos o tres planos intercalados que evocan la historia narrada en la canción (donde destaca uno del marinero marchándose, bajando las escaleras de la casa de la mujer) crea un intenso momento de interacción entre fantasía y sentimientos particulares. De ahí, que en la secuencia siguiente, cuando ella le despide en la estación, y el autobús arranca, no pueda contenerse y le dice que contestaría que sí si él le propusiera matrimonio. El sentimiento impide que él se aleje físicamente, pero aún ella interpone distancia con su miedo a reconocerle que comparten mismo pasado delictivo.
El tercer número musical, Knocking song/La canción del golpeteo, es decididamente memorable (aunque Lang no lo evocará precisamente con afecto). Los ex convictos, reunidos en un sótano, establecen una conversación, que delinea su complicidad, constituida por diálogos, estrofas de canción y repiqueteos de nudillos, alternando sucesivos primeros planos de cada uno de ellos con evocadoras imágenes (sombrías) de los pasillos de la cárcel. La aparición de Joe intensifica el momento, constituyéndose, con los recuerdos de la celda que compartió, también parte integrante de esas evocaciones que puntúan la canción. Pero la relevación de lo que ella le ha ocultado ensombrece la confianza y determina un alejamiento, incluso físico, ya que él se marcha de casa, e incluso, como quien ha perdido ya ilusión y confianza, decide reincidir en la actividad delictiva, y unirse a sus amigos, ex convictos, en el propósito de robar en los grandes almacenes. Si la realidad es un engaño, y te sustrae la ilusión, porque no responder con el latrocinio que refleja una decepción. Resulta antológica la secuencia que propiciará la reconciliación. Helen, tras lograr convencer a los ex convictos que no roben en los grandes almacenes, les explica en una pizarra, como si fueran niños, cómo la delincuencia no rinde beneficios, escribiendo con tiza las distintas cifras de los gastos que conlleva el robo, y los intereses que se llevan sus jefes, y cómo, al final, si se realiza el cálculo ajustado, ganan menos que en los grandes almacenes. Y es que, como ya había dejado claro en M. El vampiro de Dusseldorf (1930), en una sociedad capitalista poca diferencia hay entre los modos empresariales legitimados o ilegales. La pirámide jerárquica se cimenta sobre la desigualdad y la desproporción, el engaño y la explotación. Por eso el único cimiento realmente consistente es el que puede fundamentar la yuxtaposición de un tú y yo.
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