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lunes, 15 de marzo de 2021

El grupo (Impedimenta), de Mary McCarthy

                         

Nuestra educación me hace difícil aceptar el papel que tradicionalmente se nos asigna a las mujeres. (…) Me ha dejado imposibilitada para la vida. Este es un relato sobre un desajuste. O dicho de otro modo sobre una decepción. Por tanto, también es un relato sobre un reajuste. Ocho mujeres, un grupo que había pasado por la universidad con el estigma de ser unas esnobs. Eran mujeres admiradas, o envidiadas, por vuestra desenvoltura. Vuestro mundo. Vuestro aspecto. El éxito con los hombres. Los bailes. Los partidos de fútbol. Vuestras reuniones con los profesores de primer curso. Un grupo al que llamaban la Torre de Marfil, como quien parece inmune a las consecuencias de las batallas, y está, y se siente, por encima de todo. El grupo (Impedimenta), de la escritora estadounidense Mary McCarthy (1912-1989), es una obra publicada en 1963, que se convirtió en un gran éxito, y sería adaptada al cine en 1966, dirigida por Sidney Lumet. Es una obra que refleja las agitaciones o los cambios sociales de esa década, aunque el arco temporal que abarca la narración abarca desde 1933, el año en el que abandonan la Universidad de Vassar (y en el que se licenció la propia McCarthy), y concluye poco antes de que Estados Unidos intervenga en la II Guerra mundial. Se inicia con la boda de una de ellas, Kay, con un hombre de teatro, Harald (como así se llamaba el primer marido de la escritora), y concluye con un funeral. El progreso, que es más bien deterioro, de esa relación es el reflejo de esa colisión, o dificultad de ajuste, con la realidad. Una guerra en las trincheras de la realidad cotidiana. Partían de un desajuste: Ellas pensaban que era muy importante que la mujer preservara su individualidad, su independencia; de no ser así, podría no conseguir retener al marido. Ambos elementos no parece que sintonicen. O la ecuación no era la correcta. Además, los sueños del amor no se corresponden con las relaciones sentimentales inscritas en el tiempo. Harald ya anunciaba qué tipo de espejismo era: No eran cartas de amor en absoluto, son resúmenes de sus éxitos personales entre las celebridades del teatro. Por eso, pronto, narrado en uno de los capítulos que componen una estructura fractal (perspectivas o reveladoras experiencias de las diferentes amigas), se hicieron patentes las pequeñas diferencias que habían crecido entre ellos en aquellos tres meses; al principio ella había sido el eco de Harald. Si eres el eco puedes sentir que tus pasos se sostienen sobre un vacío. O que te desenvuelves en una representación escénica que ignorabas que lo era.

La iniciación en el sexo también se enreda con la sublimación del enamoramiento, y con otras cuestiones pragmáticas. La iniciación en el sexo implica tener en cuenta la etiqueta de la contracepción (…) un código de costumbres resultado de una realidad social. Un campo de batalla, las etiquetas y los códigos. Otro, entenderse con los hombres. Otro, encajar las decepciones, y uno más, saber reenfocarse tras una decepción. Dottie surca, en el tiempo, una tormenta de perplejidades como asombrarse de que pertenecía a ese tipo de mujeres a las que los hombres les guiñan el ojo, preguntarse ¿qué significaba que un hombre te hiciera el amor y no te besara ni una vez, ni siquiera en el momento de más excitación?, y optar, con los años, por un matrimonio de conveniencia como engalanamiento de la armadura que quería portar delante del hombre que no la había amado como deseaba que hubiera hecho, como quien le restriega así su error. Pero ¿de qué sirve realmente esa escenificación que ella misma sabe que es mero fingimiento? La naturalidad parece que no es el componente fundamental en las relaciones. También la misma lactancia se ve contaminada por tanta desorientada afectación, como le ocurre a Priss: Amamantando a su hijo estaba haciendo <<lo más natural del mundo>>, y por alguna razón peculiar había dejado completamente de ser natural y se había transformado en algo falso, afectado, como una fotografía de estudio.

Otros se pierden en las arenas movedizas de sus ofuscaciones mentales: El pequeño Gus, el partido, el psicoanalista. Por mucha mentalidad de izquierdas, afinidades estalinistas incluidas, y erudición intelectual, que dispusiera Gus, Polly, al fin, después de padecimientos y desencuentros (absurdos), se había dado cuenta de pronto de un hecho que lo explicaba todo: Gus era un hombre corriente y moliente. Eso era lo que le pasaba. Castillos en el aire, desquiciamientos, mentiras (a los demás y a uno mismo) parecen los componentes fundamentales del repertorio de las relaciones. Libby, que intenta hacerse lugar en ese mundo editorial, se plantea mostrar cómo cada uno de nosotros estamos encerrados en nuestro propio mundo. El <<cajón fatal>> podría titularse. O <<El cajón secreto>>, lo que transmitía la idea de vidas ocultas y cerradas. Define de modo certero las vidas que se relatan, su confusión y su misma naturaleza esquiva y difusa, actores en una representación que creen controlar o de la que no saben que son actores (y dramaturgos). ¿Quiénes son? ¿Con qué o quiénes se relacionan? Cada pantalla que es el otro parece convertirse en arena movediza. Están y no están. Resulta elocuente que quien fuera la abeja reina del grupo, Lakey, una joven intelectual, impecable, altiva, sobre la que las otras hablaban como juguetes que comentaran el comportamiento de su dueña, y llegaban a la conclusión de que era inhumana, reaparezca solo en el último capítulo, por el funeral, después de haber estado ausente en Europa. Su reaparición reajusta, o pone en entredicho, qué poco se conocían, o qué difícil es, realmente, conocer a alguien, más allá de lo que represente o de lo que se proyecte sobre ella. Ninguna de ellas imaginaba que realmente le gustaran las mujeres. Una carencia de discernimiento acompasada al tardío discernimiento de Kay sobre quién o qué era su marido, Harald: No se podía amar a un hombre que siempre estaba jugando al escondite (…) lloraba, decidió, por un Harald que nunca existió, no por el verdadero Harald. Pero si perdía al verdadero Harald, que no era perder mucho, perdía también su vínculo con aquel Harald que nunca existió. Durante todos esos años ¿no habían estado jugando al escondite, incluso con ellas mismas o ellos mismos, a la vez que intentando comprender de qué materia estaba constituido el escenario social así como el sentimental, intentando encajar su preparación intelectual con la asunción y aplicación de unas etiquetas y unos códigos y unos roles?¿Qué es lo que había existido realmente?

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