Castillos, procesos, condenas, metamorfosis, desapariciones.
Los títulos de la obra de Franz Kafka condensan los conceptos de su perspectiva
sobre la relación con la realidad (o formas de sentirla y habitarla). El desaparecido (Eterna
cadencia), de Franz Kafka, se conoció durante un tiempo como América, bautizada de ese modo por Max Brod, hasta que se comprobó que El desaparecido era el título de trabajo de Kafka. La escribió tras La condena, y
durante su dilatado, e intermitente, proceso de escritura, escribió La metamorfosis; tras otro largo parón de año y medio, la retomó cuando elaboraba El proceso. Este es el relato de una
desaparición o de una metamorfosis en un hombre insecto integrado en un
sistema. Tan integrado que asume como aspiración su funcional servicio al
sistema. Y cuando Karl tuviera un puesto
en su oficina, entonces no se ocuparía de otra cosa que no fuera su trabajo de
oficina (…) pensaría solo en el interés de su empresa, a cuyo servicio se
pondría, y se someterá a todos los trabajos, incluso aquellos que rechazaran
otros oficinistas como indignos para ellos. El desaparecido se escribió hace un siglo pero refleja nuestro
presente de sumisos hombres insectos que cumplen su cometido o función dentro
del sistema, aunque su amoldamiento, o enajenación, sea justificada por la mera
supervivencia. Nuestro sistema económico laboral es un sistema que procrea
desapariciones. Más que las cualificaciones importa la aplicación a la
plantilla de una actitud, tanto en ambición como en adaptación y sumisión. Karl
estudió para ser ingeniero. Ese es su nivel de preparación. Pero en Estados
Unidos aceptará cualquier función servil, cualquier labor aunque sea en el
escalafón más bajo, sea ascensorista o lacayo, porque considera que la
dirección será siempre el ascenso. Aunque se embarranque en esa posición
intercambiable con tantos peones insectos del sistema. La ilusión de una posible
dirección vertical en ascenso determina la asunción de la horizontalidad de un
rasero que pueda camuflar una condena.
El laberinto es un embudo que se angosta en la obra de Kafka. Se inicia la narración en el barco que llega a Estados Unidos, pasaje en el que quedan ya definidas las abisales diferencias entre un arriba y un abajo, como reflejan un fogonero o su acaudalado tío. Arriba y abajo, descensos y ascensos, humillaciones e intercambios interesados. Será ascensorista en un hotel, en donde sufrirá la degradación no solo de ser despedido sino de no ser comprendido. Sabía que a todo lo que dijera le cambiarían el sentido que él había querido dar y que decidir lo bueno o lo malo quedaba en manos de la forma en que lo juzgasen. La realidad es un escenario que se enmaraña con las actitudes susceptibles u obtusas, como representa el jefe de conserjería. Eres como te presentas, pero también la percepción que tienen de ti- Quién sabe lo que puedes representar para otros. Tu realidad puede convertirse en la distorsión que otros determinan quién sabe por qué causa. Previamente ya sufre una singular experiencia de realidad de trampantojos (con respecto a lo que pretenden o no de él) en una mansión. Hay múltiples direcciones en el interior de los castillos, y no resulta fácil discernir cuáles son reales y cuáles meros reflejos. Habla como si no supiera nada de la gran casa, los pasillos interminables, la capilla, las habitaciones vacías, la oscuridad por todas partes.
El trayecto de la narración se dirige hacia la zona más
angosta de un embudo, un confinamiento en un piso en donde será un prisionero
al que quieren relegar a lacayo. No hay mucha diferencia entre ambos términos,
ni tampoco con el de empleado de oficina satisfecho con su posición servil y
complaciente. Esa es su metamorfosis de degradación. La asunción de que no es
nada sin conflicto alguno, a diferencia de cómo se sentía al llegar. Tenía grandes expectativa en su música, en
la posibilidad de ejercer una influencia en la vida estadounidense (…) pero
cuando miraba hacia la calle, veía que todo seguía igual y solo era un pequeño
trozo de un gran ciclo que uno no podía detener por sí solo sin conocer todas
las fuerzas que actuaban sobre el mismo. Karl asumirá que no ejerce
influencia alguna sino que es una micra de polvo sin resonancia en el vasto
universo, una figura desvalida que no será comprendida, que será utilizada, o
despreciada. Su voluntad parece tener poca capacidad de influencia. No tiene
eco, sino que él se convierte en eco. Cuando llega a Estados Unidos se
encuentra con un escenario que se
presentaba como una mezcla, compuesta por principios siempre renovados que se
disgregaban unos en otros, de figuras humanas deformes y techos de vehículos de
todo tipo, de la que a su vez se elevaba una nueva mezcla, multiplicada y aún
más bestial, de ruido, polvo y olores. Karl desaparecerá como otro ruido,
otro olor u otra mota de polvo. Un empleado sumiso convencido de la utilidad de
su sometimiento que soñará algún día que es una cucaracha sin saber que ya lo
es.
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