Un hombre habla por teléfono. Sonríe. Es una sonrisa
comercial, una sonrisa de máscara, falsa. Está encuadrado en primer plano. Un
primer plano que no evidencia proximidad sino filtro, distancia interpuesta. El
siguiente plano encuadra al mismo hombre desde la distancia. Un hombre tras un
cristal. No se escucha nada, porque, realmente, nada dice. Es un hombre que
funciona con las apariencias. Es un hombre que ante todo es apariencia.
Cristal, hueco, distancia, máscara. Son los dos planos con los que se inicia
The nest (2020), de Sean Durkin. Dos planos que definen a un personaje, Rory
(Jude Law). Otra acción definitoria: Rory despierta a su esposa, Allison
(Carrie Coon). Una acción que es ritual de costumbre. Pero cuando de nuevo se
repite es para introducir una ruptura. Rory propone una mudanza. Propone que
dejen Nueva York para retornar a Londres, donde Rory inició su labor comercial.
Todo un cambio de vida. Un reinicio. Allison se muestra reticente, pero acepta.
Rory vende la idea de que implicará una mejora. Sus necesidades parecen
disimiles. Rory se dedica a lo intangible, las inversiones y especulaciones
financieras. Allison, a lo tangible. Es instructora de equitación. Uno trata
con abstracciones, la otra con concreciones. Son abstracciones movedizas, porque
incitan a una avidez insaciable. La acción dramática acontece en la década de
los ochenta, cuando se apuntalaron los cimientos movedizos de este capitalismo
sustentado fundamentalmente en la escurridiza e intangible especulación
financiera que nos ha llevado, como un virus, al colapso actual, como la
ruptura o mudanza de Rory y Allison, junto a sus dos hijos, derivará en inestabilidad, y amenaza de
fractura. Rory es encuadrado a través del cristal del parabrisas del coche en
el que llegan Allison y sus dos hijos a la mansión.
El cineasta Sean Durkin domina el coreográfico trazado de las atmósferas inestables con una sutil narración impresionista, fragmentada (en ocasiones, planos que son secuencias breves pero también funcionan como transiciones: secuencia y transición se confunden, como una vida realmente deshilachada pese a su apariencia contraria), como ya bien había demostrado con sus previas, y magníficas,Martha Marcy May Marlene (2011) y la miniserie británica de cuatro capítulos Southcliffe (2013). Desde sus secuencias iniciales, ya parecen quebradas, como si nos introdujeran en una realidad fantasmal, de contornos desgarrados, o deshilachados. Southcliffe se inicia con una figura borrosa, en segundo plano, que dispara con la mujer en primer término. Desde distintas perspectivas se enfocaba la matanza que realizaba un hombre en el pueblo inglés de Southcliffe. Quince muertes cuyo enfoque desde los añicos desentraña el desenfoque de una sociedad. Hay quien se preguntaba cómo era la sociedad y qué es ahora, de dónde surgen esos disparos. También palpitan en las imágenes de The nest la interrogante de qué era esa sociedad, hace cuatro décadas, y qué es ahora. Rory compra una mansión en Surrey, emblema de cómo su (modo de) vida, su actitud y dedicación, se construye sobre apariencias, según cómo te presentas ante los demás, reflejos de una dinámica social y económica apuntalada, como un tumor, desde entonces. No dispone de dinero real pero aparenta que dispone de todos los lujos. Lo contrario de lo que es. La apariencia de un nivel de vida que no se corresponde con lo que realmente dispone.
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