Para Bloom (Jake Gyllenhaal), en Nightcrawler (2014), de Dan Gilroy, no hay mucha diferencia entre
la chatarra y un ser humano. Por eso, no le cuesta realizar la transición entre
dedicarse a la rapiña nocturna de cualquier tipo de chatarra y la acción
carroñera de grabar, para un programa de televisión, las imágenes más obscenas
de accidentados, heridos o asesinados. Bloom tampoco tiene escrúpulos con
respecto a la manipulación de los hechos, o la elaboración de escenificaciones,
para conseguir el efecto impactante. No es solo cuestión de registrar, sino de
conseguir la imagen más espectacular. Incluso, puede influir en el curso de los
hechos para propiciar situaciones que puedan convertirse en noticias de las que
sea testigo exclusivo aunque implique alguna que otra muerte. Un precedente
conocido, en el terreno de la dedicación periodística, podía ser Tatum (Kirk Douglas),
en El gran carnaval (Ace in the hole, 1951), de Billy Wilder, quien sugería que utilizaran un método que
demorara lo más posible el proceso de rescate de un hombre atrapado en el
interior de una cueva para, de ese modo, poder sacar el mayor beneficio posible
del circo mediático que había organizado, con la correspondiente notoriedad que
él mismo adquiriría. Un año antes, parecidas ambiciones eran las del fotográfo
Early (Howard Duff), para quien una fotografía es solo una fotografía, en
Shakedown (1950), opera prima de Joseph Pevney. No importa si para conseguir la
mejor fotografía, que pueda ocupar portada, manipula los hechos, como retrasar
el rescate de un hombre que no puede salir de su coche, que se hunde tras caer
al agua, decir a una mujer que quiere saltar desde una ventana de un edificio
en llamas que espere unos segundos para poder realizar la fotografía de su
salto, o aún más manipular las circunstancias de tal manera que determine la
muerte de alguien, para así, convenientemente oculto, poder fotografiar el
momento de su asesinato.
El primer tratamiento, escrito por Nat Dallinger, fotógrafo
que ejerció de asesor técnico, y Don Martin. Se titulaba The red carpet, la
alfombra roja en la que esperaba se convirtiera la realidad para el ambicioso
Early, quien en principio iba a estar interpretado por Dan Duryea, pero el
proyecto quedó aparcado hasta que lo convirtieron en guion Martin Goldsmith,
que firmaría el de la excelente Testigo accidental (Narrow margin, 1952), de
Richard Fleischer, y Alfred Lewis Levitt, que había escrito el de El muchacho
de los cabellos verdes (The boy with Green hair, 1948), de Joseph Lewis, y que
sería incluido un año después en la lista negra de Hollywood tras que fuera
requerido para testimoniar, por su afiliación comunista, por el Comité de
Actividades Antiamericanas. Supuso cinco años sin conseguir empleo. Era tiempo
para que mentalidades sin escrúpulos se aprovecharán de las circunstancias precarias
o vulnerables de otros, como Tatum o Early. El título definitivo sería
Shakedown, chantaje, el que no duda en realizar Early para conseguir sus
propósitos, aunque sea a quien poco tiempo antes ha sido un aliado o socio.
Pevney, que había participado como actor, como el amigo del boxeador que
encarnaba John Garfield, en Cuerpo y alma (Body and soul, 1947), otra obra que
fue foco de atención (o varios de sus participantes) para el Comité de
Actividades Antiamericanas (por su cuestionamiento de la falta de escrúpulos de
un sistema basado en la codicia y el éxito), despliega una narración precisa y cortante
que ya empieza de modo impactante, con la persecución que sufre Early en la
noche, en unos almacenes portuarios. Su cámara es lanzada al agua y es
apalizado, pero aun así no ceja en conseguir esa imagen impactante que le
consiga las portadas, aunque pueda ser la de su propio asesino.
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