Hay
cineastas sobre los poco o nada se ha escrito, y algunos sobre los que se ha
escrito mucho. Es el caso del cineasta alemán Fritz Lang, uno de esos cineastas
que rara vez es cuestionado. ¿Cuál puede ser el nuevo ángulo sobre el que
enfocar una obra tan ampliamente estudiada? Fernando Usón en La telaraña del destino (Providence), opta
por centrar su estudio en los recursos cinematográficos, dejando de lado la
vertiente sociológica, el contexto, o apuntes biográficos (a no ser como apoyo
en puntuales pasajes). No es que la opción sea novedosa, pero como él señala en
la introducción, toda revisión puede proporcionar un redescubrimiento, en
particular, cuando se aborda una obra compleja, o tan elaborada en su
construcción cinematográfica, como es el caso de la de Lang. Por eso, resulta
fundamental el copioso apoyo visual de imágenes, o capturas específicas, de sus
películas, como si la lectura ejerciera, al mismo tiempo, de clase magistral.
Usón centra el libro en el análisis de cada una de sus películas, con una
previa introducción en la que condensa cuáles considera que son sus constantes.
Destaca tres situaciones recurrentes: en primer lugar, la inclinación del Lang silente por las culminaciones espectaculares o
catastróficas, en segundo lugar, la
ubicua red de criminales que permea toda una sociedad corrompiendola (…) que se expande a una sociedad de carácter
represor (…), lo cual conecta con una cuestión nuclear de su obra, la bestialidad del ser humano, y en
tercero, el amor acosado. La
realidad, según Lang, no es lo que parece, por eso es recurrente en su cine el complot, el fingimiento, la
representación, cuando no la simple veladura de los sentimientos, o el uso
espacial del (engañoso) laberinto, o la distinción entre espacios subterráneos
(u ocultos) y espacios visibles. Esa condición difusa o equívoca, cuando no
opaca, se desentraña en dos direcciones. Por un lado, evidencia la escasa fiabilidad de nuestras
percepciones, de nuestros sentidos y sentimientos, y por otro, se expone
cuán moldeable puede ser esa percepción por la manipulación interesada, de ahí
la recurrente presencia en sus obras de personas
que pretenden erigirse en demiurgos. Según Lang, realidad y representación
confunden sus límites, aunque nos desplacemos por la primera como si quedaran
bien definidos sus contornos. En sus obras son también frecuentes los
dispositivos (monitores, cámaras, proyectores…) que evidencian la enunciación,
o cómo nuestra relación con la realidad está filtrada o condicionada.
La vertiente cinéfila más visceral y doctrinaria suele generar estériles, y ofuscados, frentes. Con respecto a Lang el campo de batalla fue la divergencia con respecto a cuál fue su etapa más fecunda, si la alemana o la estadounidense. Usón considera que fue afinando su estilo con el paso del tiempo. No vacila en calificar su obra alemana muda como irregular, caracterizada por una espectacular arquitectura visual pero lastrada por la morosidad narrativa (personalmente, pienso que de modo manifiesto en el díptico de Los nibelungos). Cuestiona que parecía mostrar mayor preocupación por los decorados que por las personas, por lo que destaca particularmente Spione, ya que desdeña mensajes grandilocuentes y despliega una planificación menos redundante. Y resalta M. el vampiro de Dusseldorff (1931), como su primera obra maestra. Pero también señala cómo su remake, M (1951), de Joseph Losey no solo no desmerece a su lado, sino que resulta más destacable en ciertos aspectos, en concreto, por su intensidad. Una oportuna puntualización porque hay una inclinación a desvalorizar las nuevas versiones como si fueran sacrilegios. También reivindica obras que no suelen ser mencionadas habitualmente en las antologías del cine de Lang. Las cualidades de You and me (1938), caracterizada por una osada indefinición que lo convierte en uno de los títulos más arriesgados de Lang, quedaron, injustamente, veladas por el impacto o calado de Furia (1936) y Sólo se vive una vez (1937). Su enfoque era más distendido o irónico que el sombrío dramatismo de las dos previas. En Furia había planteada una descarnada visión de la carencia de justicia y de la mezquindad del hombre corriente, capaz de convertirse en una turba para linchar a un hombre que creen un asesino (independientemente de que además no lo fuera). En Sólo se vive una vez refleja cómo esos seres humanos corrientes, representantes de la sociedad, los así considerados normales, pueden no dar ninguna oportunidad a alguien que quiere integrarse, ser como cualquiera que sólo aspira a disponer de su parcela particular de vida. La bestialidad humana y sus distintas formas (institucionales, colectivas o individuales). Con You and me quiso variar e incidió en el juego de equívocos y engaños, que hiciera oscilar la acción más entre la comedia y el drama. Pero comparten las tres una narrativa concisa y elegante, a veces indirecta que, al contrario que antes, prefiere no detallar en exceso.
A diferencia de la abundancia de personajes fuera de lo corriente en su etapa alemana, en su etapa estadounidense predominan personajes más ordinarios y gana en sugerencia, en desasosiego. Su cine ya no resulta tan ampuloso. Su imaginación visual sigue desplegándose con inusual ingenio, pero explora, como pocos cineastas, la potencia expresiva del fuera de campo, como ya había quedado patente en su magistral inicio de M. Y por otro lado, se afina de modo más elaborado y, de nuevo, con inusual ingenio, su capacidad narrativa, su dominio de la elipsis o de la síntesis. Particularmente, mi descubrimiento, en la adolescencia, del lenguaje del cine fue a través de una de las obras maestras de Lang, Hombre atrapado (1941). Cada (tamaño de) plano, cada composición (o uso del montaje interno), cada corte de plano o transición (asociativa), cada movimiento de cámara, se revelaban como una elección significante y meditada. Usón, por ejemplo, destaca cómo, a diferencia de lo que indicaba el guion de Dudley Nichols, optó, en las secuencias de tortura, por recurrir al fuera de campo y no mostrar el impacto de la tortura sobre el rostro o cuerpo del protagonista. Al respecto, también reivindica otra excelente obra, Espíritu de conquista (1941), también velada por la mitificación de Encubridora (1952), sin duda más singular, pero no por ello (tan) superior a una obra más ajustada a unas pautas genéricas (o narrativas) más ortodoxas como Espíritu de conquista de la que destaca la gran importancia en la obra de su autor de ser casi el primer título en el que las muertes, siempre violentas, se dan indirectamente de forma deliberada y constante: fuera de campo y mediante brillantes indicios, sinécdoques y elipsis.
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