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sábado, 10 de marzo de 2018
Camino a la gloria
En ‘Camino a la gloria’ (Road to glory, 1936), de Howard Hawks, un hombre toca el piano en un sótano de un edificio abandonado mientras caen las bombas y se queda prendado de una enfermera que busca refugio. Un hombre lleva un día gimiendo, mientras agoniza, entre alambradas, y los soldados de un pelotón, en el refugio de una trinchera, se desquician porque escuchan el sonido constante de los picos bajo tierra que realizan los zapadores alemanes; cuando llegue el silencio sabrán que explotará la bomba bajo sus pies. Contrastes en la guerra. Sonidos de las emociones relegadas, acordes de una sensibilidad que ha sido confinada a unos oscuros sótanos porque ahora prevalecen los sonidos de un horror, el de la siembra de alambradas y explosivos. Distintos tipos de guerras, o de bombas, las que caen del cielo, o las de la decepción y el daño sentimental. El pianista en cuestión es el teniente Denet (Fredric March), quien se va a unir al pelotón del capitán La Roche (Warner Baxter), el cual acaba de despedirse de la enfermera que ha cautivado a Denet, Monique (June Lang, que probablemente componga la enfermera más chic, elegante y sensual del cine).
La Roche es alguien a punto de quebrarse, necesitado de aspirinas y coñac para mantener su lucidez y estabilidad en pie, y así continuar siendo un oficial admirado por todos (las apariencias son engañosas: hay quien duda de su capacidad por ese detalle, como lo hacían del ‘quemado’ y alcohólico Dean Martin de ‘Río Bravo’(1959), quien había sido alguien muy competente hasta que la decepción amorosa le convirtió en una piltrafa). Denet, como impetuoso e impulsivo que es, resulta demasiado avasallador en su primer acercamiento a Monique, y ante los gemidos del soldado que agoniza entre las alambradas opta por enviar a dos hombres para que lo rescaten, aunque le hayan dicho que ya se intentó antes, causando la muerte de otros dos soldados). Incluso, él saldrá, sorteando las balas, para salvar la vida de uno de ellos. En cambio, La Roche es más expeditivo, un disparo certero sobre el soldado para zanjar su sufrimiento. Con respecto a los ruidos de la zapa, que enerva a los soldados (que depara una de las mejores secuencias de la película), La Roche les insta a que resistan (es la médula del combatiente: resistir), mientras que Denet les alivia diciendo que saldrán de ahí pronto, lo que suscita el reproche de La Roche por colocarle a él en la posición de villano.
‘Camino a la gloria’ es una nueva adaptación de ´Les croix de Bois', de Roland Borgeles, tras 'Las cruces de madera' (1932),de Raymond Bernard, de la que reutiliza planos de las secuencias de combate. Supone la segunda colaboración de Hawks con William Faulkner (que coescribe el guión con Joel Seury). Había escrito los diálogos de la adaptación de su propio relato ‘Turn about’ en la también excelente ‘Vivimos hoy’ (1933), cuya acción dramática también acaecía en pleno conflicto bélico. Sólo se necesitan tres breves secuencias sucesivas para trazar la atracción sentimental que se consolida entre Denet y Monique. Y, por otro lado, resuelve con una extraordinaria secuencia cargada de sombras dolientes la pesadumbre de un conflicto que les desgarra a ambos (en la que March, de nuevo, demuestra sus soberanas aptitudes de actor, su dominio del sutil gesto, su naturalidad desbordante): tras que Denet se entere de lo que La Roche siente por Monique ambos pugnan entre el amor que sienten y sus cargos de conciencia por La Roche: para Denet, es además una cuestión que excede a ellos tres. Particularmente hermoso el detalle de la sonrisa que ilumina el rostro de Monique cuando le agradece que no quiera besarla, tras que le haya dicho que no la ama. Sabe que un beso no puede mentir.
A mitad de narración irrumpe un personaje que amplifica (y complejiza) las tensiones dramáticas, el veterano de guerra, el sexagenario que ha dicho, al alistarse, que tenía 48, Morin (Lionel Barrymore), quien resulta ser el padre de La Roche. El y el sargento que interpreta Gregory Rattoff protagonizan uno de esos memorables excursos a los que solía tender Hawks (como Ford o McCarey), en la escena en la que dirimen si no notificar que ha llegado la carta que señala el traslado de Morin. Las escenas de combate, el prototípico asalto a las trincheras enemigas, cruzando el campo socavado por las bombas no desmerece de las secuencias de ‘El gran desfile’ (1925), de King Vidor, ‘Sin novedad en el frente’ (1930), de Lewis Milestone o ‘Cuatro de infanteria’ (1931), de G.W. Pabst (posteriormente, quizá sólo ‘Capitán Conan’, 1996, de Bertrand Tavernier alcanza tal poderío expresivo). Magnífica es la secuencia en la que Denet tiene que establecer, con seis de sus hombres, un enlace telefónico. Todos son vulnerables. El héroe, aquel que se había lanzado sobre una granada (que no explotó) para salvar a sus compañeros, puede sufrir una crisis nerviosa que propicie que lance otra granada que mate a varios compañeros. Y quien se convierte en el bastión anímico de los demás puede sentir cómo se quiebran sus entrañas por la decepción amorosa, como su vista se pierde, quizá porque la lucidez y la contemplación de tanto abismo de frente le ha acabado arrasando como una explosión en suspensión. La guerra continúa, los reemplazos sustituyen a los muertos, y las aspirinas y el coñac los sigue tomando quien está al mando, aunque su rostro no sea el mismo.
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