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jueves, 15 de marzo de 2018

El espía que surgió del frío

Tal es la espectral opresión que transmite la severa y áspera mirada al desolador mundo del espionaje de la esplendida 'El espía que surgió del frío' (The spy who came in from the cold, 1965), de Martin Ritt, primera adaptación cinematográfica, de una novela de John Le Carre, que se la podría considerar una obra de terror. Los grises de la admirable fotografía de Oswald Morris y la cortante sobriedad de la narración generan una sensación de 'callejón sin salida', como si el aliento vital se hubiera congelado. Una fronteriza sensación emocional que se palpa en el dibujo de este escenario tan tétrico como fantasmal de la 'guerra fría', en el que, realmente, ya los dos contendientes, como reconoce 'Control' (Cyril Cusak), el jefe de los servicios británicos, no se diferencian en sus procedimientos y tácticas. El escenario es un partida de ajedrez, regida por la conveniencia, en el que se utilizan a sus componentes como pertinentes peones, por supuesto, sacrificables en aras del logro de un jaque mate, y sin que sepan que son utilizados, o de qué modo son utilizados, ya que pueden disponer de perspectiva, por información parcial, insuficiente. A los peones se les transmite la información que resulta conveniente que sepan para que puedan cumplir con su función.
Leamas (un admirable Richard Burton), cuya mirada parece cargada permanentemente por una encendida mecha de cansancio, hastío y rabia, se sabe pieza de un juego del que no sabe salir, o quizás, en su escepticismo, no quiere, porque en nada cree. Para definir el mundo en el que vive utiliza el ejemplo de un accidente del que fue testigo, en el que una furgoneta llena de niños fue embestida a la vez por dos camiones: así ve a la inocencia, aplastada entre el capitalismo y el comunismo. Leames es consciente, pero no en qué grado, del callejón sin salida hacia el que se desplaza su función de peón. Supera diversos 'muros' o escalones, del servicio secreto soviético, para ser sucesivamente validado como desertor, sin que nadie sospeche que está actuando como infiltrado, cuyo propósito es desacreditar, con equívocas informaciones y distorsiones, a Mundt (Peter Van Eyck), el jefe de los servicios secretos soviéticos.
Para lograr acceder a la alta jerarquía, debe partir de la base, por eso simula haber abandonado la actividad como agente, y haberse convertido en un autodestructivo y apático desempleado que encuentra trabajo en una biblioteca en donde conecta, y establece relación afectiva, con una simpatizante comunista, Nan (Claire Bloom). Cuando escenifica un enfrentamiento violento con un tendero, para reflejar la condición terminal de quien dejó de creer y por lo tanto parece vulnerable a la tentación de una colaboración con el enemigo, que implica una breve estancia en la cárcel, será contactado por un captador, Ashe (Michael Hordern). Sucesivamente, escalará en la jerarquía, pasando las 'aduanas' de Dick Carlton (Robert Hardy), o ya en Holanda, Peters (Sam Wanamaker), y por último, en Alemania, el lugarteniente de Mundt, Fiedler (OskarWerner), aquel que se espera que sea, sin saberlo, el arma estratégica que propicie el descalabro de Mundt. Claro que, como peón, hay aspectos de su papel o función que Leamas ignora, como la misma real finalidad de su labor.
La relación que establece con Nan pareciera un soplo de aire fresco, una posible espita, aunque califique de ingenuo su espíritu comprometido (aunque, al fin y al cabo, vea en ella lo que él dejó de ser, pervertido por un mundo sin inocencia). Cualquier dogma, sea cual fuere, lo ve como una trampa, como una enajenación, que además propicia el fanatismo. Considera a cualquier de los burócratas de los servicios secretos como seres miserables que contrarrestan sus personales carencias con su juegos escénicos, con sus estrategias y eliminaciones de rivales sin remordimiento alguno. Un escenario de pulsos de poder en el que meramente transferir sus ansias de sentirse relevantes, cuando no son sino seres huecos. Ritt modula la narrativa, acorde a ese mundo en el que las marañas de las manipulaciones son su definición y dinamo, sobre lo escamoteado, sobre las equívocas apariencias, a través de cuya espesura no sabes realmente quién es quién, o de qué lado estará cada cuál, y cuáles serán sus veladas intenciones o sus recónditos pensamientos. De este modo, se genera esa atmósfera de doliente y tétrica incertidumbre, que tiene su desgarradora conclusión sobre las alambradas del muro que separa esos dos corruptos mundos que son realmente el mismo. Hay un último muro que Leamas ya no está dispuesto a superar, porque le ha sido extraída la única opción de vida en ese escenario espectral. Ya no siente, por tanto, motivación o impulso. Su negativa supone tanto el discernimiento como la amarga aceptación de que se desplazaba en un callejón sin salida cuya materia eran los muros y las alambradas. El preludio para piano de la excelente banda sonora de Sol Kaplan

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