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viernes, 24 de marzo de 2023

Trabajo clandestino

 

Los esbirros son aquellos que consiguen que los sistemas injustos se mantengan, se reproduzcan, sean dictaduras manifiestas, o encubiertas (como esta dictadura económica corporativa que vivimos). En septiembre de 1981, en Polonia, el primer congreso nacional de la unión sindical de trabajadores Solidaridad eligió a Lech Walesa como presidente, y aprobó un programa republicano, La republica del autogobierno. Un par de meses después el gobierno estableció la ley marcial, e instauró, durante años, un régimen de represión. En Trabajo clandestino (Moonlighting, 1982), de Jerzy Skolimowski, cuatro trabajadores polacos viajan por un mes a Londres para realizar el trabajo de restauración de un piso, por el que cobrarán (por el cambio de moneda) lo que ganarían en un año, como el dueño, polaco, se ahorra una gran cantidad de dinero al no tener que contratar obreros ingleses. Las arteras maniobras del capitalismo (aunque esté disfrazado de comunismo): economizar es la clave.

Sólo el capataz, Nowak (Jeremy Irons), sabe inglés, con lo cual es el único que dispone de la herramienta de relación con el entorno. Es el transmisor o gestor del que dependen los otros tres trabajadores (los actores que los interpretan, por aquel entonces, exiliados, vivían en Londres, en casa del director). Su vida gira alrededor o dentro de ese piso en el que trabajan incluso los días festivos (para tortura de sus vecinos), como los domingos o el día de Navidad. Nada puede interrumpir ni interferir ni trastornar la concentración del trabajo para cumplir los plazos previstos. NI siquiera que hayan instaurado la ley marcial en su país natal. Nowak evitará por todos los medios que los otros tres se enteren de ese hecho. La comedia de absurdo se tizna con la sombra de lo siniestro. Nowak se convierte en una máscara que manipula y oculta, del mismo modo que realiza la escenificación en el supermercado de volver a por sus guantes para, de ese modo, salir con la réplica de la compra realizada (usando el recibo de esta), y disponer de dos por una. Nowak aplica su particular ley marcial, escamotea información, manipula, en suma, establece un control, por acción u omisión, que es tanto represión como imposición (en un momento dado, comenta cómo les eligió porque eran fácilmente controlables).

Al mismo tiempo, como eficaz esbirro incapaz de enfrentarse a sus superiores, al poder instituido, se reconcome con la posibilidad de que su esposa pueda mantener o establecer una relación amorosa con su jefe. La añoranza se convierte en una pantalla que le desgarra (la imagen de la fotografía de su esposa se superpone sobre la pantalla del televisor, animándose, hasta que Nowak la rompe con la botella de vodka incapaz de resistir lo que es un cuerpo en la distancia, y una posibilidad que le abruma, aunque no modifique su aplicada condición de esbirro). Su voz en off puntúa la narración episódica, una voz interior que acentúa la escisión entre el yo y las circunstancias, y que remarca la tensión por manejar una realidad. Una narración que se va transformando en un relato a la deriva, que si no se precipita en la asfixia es porque se contrapuntea con el absurdo: Nowak corre por la calle, y un peatón le sortea, y al de unos segundos echa a correr tras él (al fin y al cabo, como él en su mente, con sus decisiones en conflicto); en otro momento, tras él, se aprecia en segundo término, a través de una ventana a la altura de calle, a una mujer desnudándose, y segundos después se cruza con un hombre que porta un gigante peluche de oso panda. Es como si la reflejara, como distorsión, reflejara sus miedos, las sombras de su intento de control de realidad, su absurdo consustancial.

 Nowak regateará por un televisor (para evitar otras distracciones que supongan más gasto y desgaste, como salidas nocturnas; qué mejor que este aturdidor medio), aunque se estropea tras dos minutos de funcionamiento. Pero el control de la película de realidad dispondrá de unos límites: más adelante, Nowak despertará en un contenedor, cubierto de nieve, tras que haya dormido ahí toda la noche porque a sus compañeros, que no eran al final tan manipulables como pensaba, no les ha hecho mucha gracia que el poco dinero que les quedaba, para regalos para su familia, lo haya gastado en una lijadora. El plano final es tan brillantemente sintético, como contundente, como reflejo de una furia ante una imposición. Su resultado, en Polonia, se vería siete años después, cuando el pulso entre Solidaridad y el gobierno consiguió que se realizaran unas elecciones que, con el nombramiento del primer ministro no comunista en el este de Europa después de la segunda guerra mundial, propiciaron la reinstauración de múltiples derechos humanos e importantes cambios en la Constitución así como transformaciones en el sistema económico.

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