Drole de drame, lo gracioso del drama. Bizarre, bizarre (Raro, raro), dice, mirando un cuchillo , tras descubrir la mentira de su anfitrión, Molyneux (Michel Simon), sobre el paradero de su esposa, el obispo Soper (Louis Jouvet), uno de los protagonistas de esta rara y bizarra comedia con crímenes reales y supuestos, Drole de drame (1937), de Marcel Carné, escrita por Jacques Prevert (que adapta His First Offence de Storer Clouston), que supuso la tercera colaboración de siete de la fructífera entente entre director y guionista. Aunque bien raro o bizarro es el disfraz que escoge el obispo para recuperar un folleto que le puede comprometer en un escarceo con una corista (o mujer de vida disoluta, en palabras de su esposa): el atuendo de gaitero escocés con su correspondiente kilt, y unas gafas ahumadas que pueden recordar a las que usaba, posteriormente, el Conde Dracula que interpretó Gary Oldman en otra desaforada película, aunque con menos gracia, Drácula (1992), de Francis Coppola; resulta más equilibrada o lograda la celebración desopilante, como exuberante apología de la imaginación desatada, de la obra de Carné/Prevert. Lo es también, raro o bizarro, que Molyneux se encuentre en la singular tesitura de tener que colaborar en el caso que Scotland Yard investiga (estamos en Londres, por cierto, en 1900), la muerte de su esposa, con respecto a la cual es el principal sospechoso; pese a que sólo usa una barba postiza, nadie le reconoce y todos piensan que es aquel como se presenta, el novelista de éxito Felix Chapel. Aunque realmente él no ha matado a Margaret (Francoise Rosay), su esposa, y esta, incluso, no está muerta, pero prefieren no esclarecer el equívoco porque ella no quiere que queden como estúpidos si revelan que ella desapareció porque no quería reconocer ante el invitado, el obispo Soper, que la cocinera y el mayordomo se habían despedido, lo que motiva una serie de malentendidos que determinen que el obispo piense que Molyneux ha asesinado a su esposa. Y es que es una sociedad que da mucha importancia a las apariencias. Como una sucesión de cajas chinas o muñecas rusas, en la que resulta difícil discernir o distinguir lo verdadero. De hecho, las ideas de las novelas no son de Molyneux, sino que se las da su sirvienta, Eva (Nadine Vogel), a quien a su vez se las da el lechero, Billy (Jean Pierre Aumont), un enamorado que, en su cortejo, ha infestado la cocina de botellas de leches.
Todo parece encajar, o más bien se entiende que todo se desencaje tan fácilmente. Sigues el hilo pero cada vez se enreda más. El desentrañador que lo desentrañe buen desentrañador será, aunque tras descubrir todas las máscaras quizás sólo queden los reflejos de las máscaras. Es lo gracioso del drama (drole de drame). O, como decía la pareja de adolescentes protagonistas de la tan desaforada, y afín en narrativa excéntrica y espiralizada, Terciopelo azul (1986), de David Lynch, El mundo es muy extraño. Algo que ya se intuye, que el escenario (el de la representación y el de la realidad) es raro, bizarro, en la secuencia introductoria en la que el obispo, ante sus feligreses, suelta un indignado sermón sobre los efectos nocivos de las novelas de intriga, sobre crímenes, como las que Molyneux firma como Chapel, aunque, paradoja (o lo gracioso del drama), él mismo, Soper, será quien genere el caos social (incluso con jaurías humanas que quieren ahorcar a quien sea el culpable del crimen que sea) cuando su desorbitada imaginación piense que hay asesinato donde no lo hay (cuando él no lee esas novelas y de hecho las desprecia).
Entre sus feligreses está presente alguien que es dos a la vez, Molyneux y Chapel, alguien, por cierto, aficionado a cultivar las mimosas, plantas carnívoras (que alimenta con sumo placer, dándoles las dosis correspondientes de moscas). Y alguna figura peculiar, que condensa el absurdo de tantas paradojas (o contradicciones), Kramps (Jean Louis Barrault), quien asiste a la diatriba con bicicleta, y manifiesta su resentimiento contra las novelas de Chapel porque le enajenaron de tal modo que le convirtió en un criminal que sólo asesina carniceros porque matan animales, y él quiere a los animales ( y lo expresa con una cara de niño bueno que enternece; esa bicicleta que lleva de aquí para allá amplifica la sensación de que es un infante que no conoce la doblez: es un niño fauno: cuando es sorprendido desnudo por Margaret en la alberca junto a las plantas carnívoras: él es tan natural como una planta carnívora). Entre los feligreses también se advierte (aunque siempre en plano general) que hay una mujer con velo que no parece precisamente mujer, y que en seguida se desvela, nunca mejor dicho, que es uno de los policías presentes que quiere capturar a Kramps. inspector luego al cargo (es un decir) de la investigación de la supuesta muerte de la esposa de Molyneux. Hay más detalles bizarros, o raros, como el atuendo mismo del lechero, con su chistera y su mandril y guantes de cuero (como si fuera a alguna sesión BD/SM), o ese empleado del bar en el barrio chino que golpea a viandantes para coger las flores de sus solapas e ir rellenando así el jarrón de la barra del bar. Flores que llevará a la habitación donde está escondida Margaret, y en la que la corteja nada menos que Kramps, sin saber que su marido es quien usa el seudónimo del escritor que quiere asesinar. Más flores del racimo que no deja de enmarañarse, y que costará desentrañar, porque en un mundo en el que tanto se cultiva las apariencias y la doblez es ya difícil saber quién es quién, como quién no es una planta carnívora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario