‘No soy tan poco convencional’, ‘No seas tan anticuada, ¿Qué es una convención?, una reunión de vendedores’. Es el diálogo que mantienen en una secuencia de Candidata a millonaria (Hands across the table, 1935), de Mitchell Leisen, Regi (Carole Lombard) y Drew III (Fred McMurray), tras que él le haya propuesto que le acepte como compañero provisional de piso durante unos días. La ironía es que Drew era un objetivo como posible consorte, ya que pensaba que era millonario, pero tiene incluso menos dinero que ella, ya que Regi al menos tiene trabajo como manicura. Ironía también la hay en el título de la película (con guiOn de Norman Krasna, Vincent Lawrence y Herbert Fields, según un argumento de Viña Delmar), en ese detalle de las manos sobre la mesa (hands across the table), equivalente al zapato que tiene que ajustarse al pie de la chica que ha gustado al príncipe en Cenicienta. Aquí, la cenicienta es Regi, una manicura harta de las apreturas de su vida, como la presentan en la magnífica secuencia inicial, saliendo a trompicones de un atestado vagón de metro.
Signo de los tiempos ( estamos en los años posteriores a la depresión del 29), como en las posteriores comedias de Leisen que se constituyen en variantes del cuento de Cenicienta, Una chica afortunada (1937), o de modo más manifiesto en Medianoche (1939), pero también incluso, ya de modo más siniestro o amargo, en Recuerdo en la noche, destaca la configuración de los personajes femeninos como mujeres condicionadas por una posición social o laboral precaria, enfrentadas a la posibilidad del acceso al otro extremo de los privilegios económicos. La boda con un hombre rico, un millonario, se presenta como la solución a sus penalidades o carencias, ya que se veían relegadas a trabajos de bajo rango, si es que lo tenían. No sólo era buscar la estabilidad a través del casamiento como fin de trayecto: el sueño del millonario/príncipe era el premio de lotería, la supresión de cualquier preocupación de apreturas materiales (para no verte abocada a un trabajo que condena a una vida de apreturas y privaciones, como en una secuencia, evoca Regi con amargura, que fue la vida de su madre). Sino, si te resistías a ser parte de esa circulación económico laboral, como el personaje de Stanwyck en Recuerdo esa noche, te veías obligada a recurrir a la vía rápida, la del robo. Porque hay cenicientas a quienes sus madrastras impidieron la posibilidad de acceder a cualquier sueño (en el caso de Recuerdo esa noche, una madre: la secuencia del reencuentro de ambas es una de las más siniestras rodadas por Leisen). Pero las cenicientas también tienen espíritu de princesa que también aspira a elegir, además de ser elegida. Por lo tanto, las manos son como los pies que se contrastan en Cenicienta en busca del pie especial, es la mano de aquel que hará cumplir un sueño.
En su trabajo, conoce a un millOnario que además es un hombre encantador, respetuoso, solidario, Arlen (Ralph Bellamy), es decir, parece tener las virtudes del genuino caballero, pero está impedido en una silla de ruedas (es decir, no dispone de la movilidad de los pies, por lo tanto queda descartado como posible ceniciento/príncipe, por millonario que sea; con él no encajan los zapatos de los sueños). En los pasillos se topa con Drew III (Fred MacMurray). Si él primero transmite una mente asentada, adulta, a Drew se nos lo presenta como un niño, pegando saltos jugando a la rayuela. Ironía: cuando le haga la manicura casi le destroza todas las cutículas: el temblor ya anticipa la conmoción del sentimiento; aunque en principio le mirara con deferencia porque le consideraba infantil; cuando lo mira como millonario cambia la percepción sobre él; pero parece que los sentimientos entran en juego: de hecho, Arlen le preguntará si se siente atraída por él por ser millonario o por cómo es él. Pero durante la noche en la que comparten cena, baile y borrachera ella descubrirá que él está prometida. Si sus direcciones no se separan en ese momento es porque la borrachera de él es de tal calibre que ella lo acoge esa noche en su piso. Drew no sólo pasará de ser quien pudiera solucionarle la vida a Regi a compañero de piso, es decir, de precariedades, sino que incluso, en otro atinado ejemplo de mordaz contraste o reflejo, tiene la misma aspiración, el casamiento con una millonaria, para que le solucione la vida, y así evitar cualquier trabajo. Como Drew, también se había dejado engatusar por la venta de una convención, la de arreglarse la vida accediendo al escaparate de lujo de los privilegiados. Claro que los deseos y la realidad entran en colisión, sobre todo cuando interfiere el sentimiento, y pone en evidencia lo complicado que resulta que este se pueda engarzar con el sentido práctico. Si en principio se consideran cómplices en una misma búsqueda, el sentimiento que va surgiendo entre ambos va complicando y cuestionando sus prioridades y elecciones. Regi podría haberse enamorado de Arlen, millonario y caballero cortés, pero no, se enamora de quien es su reflejo en el espejo.
Leisen demuestra, de nuevo, su dominio de la transición de momentos cómicos a dramáticos con aguda desenvoltura. Hay brillantes momentos cómicos como la llamada que realiza Drew a la millonaria con la que está prometido, intentándola hacer creer que se encuentra en las lslas Bermudas y no todavía en Nueva York, llamada en la que Regi se hace pasar, con voz nasal, por la telefonista, interrumpiendo constantemente la conversación. Los dos intérpretes no pudieron evitar contener las carcajadas al finalizar la conversación, cayendo al suelo sin dejar de reír, lo que no constaba en el guiOn, pero Leisen decidió no sólo seguir rodando sino que lo incluyo en el montaje definitivo (como apuntó, difícil es filmar a un actor riendo con naturalidad). En las secuencias de la última noche que ambos comparten en el piso demuestra cómo sabe dar un volantazo a la narración para sumergirse en las sombras de los sentimientos, en las dudas y anhelos disimulados entre ambos, cada uno en su cama, o juntos, sin saber decidirse a dejarse llevar por los sentimientos, zarandeados por una marea confusa de sentimientos encontrados. Tanto les ha costado expresar lo que quieren o anhelan, ya que contradice lo que era su supuesto plan de vida, que el momento en que por fin se declaran Leisen lo filma, agudamente, fuera de campo. Como guinda irónica de esa indecisión que les ha indefinido, la narración concluye con un lanzamiento de moneda que definirá si van primero a comer, a casarse o él a buscar un empleo.
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