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viernes, 16 de septiembre de 2022

Espacios sin aire (Muñeca infinita), de Shulamith Firestone

 

Shulamith Firestone (1945-2012) publicó en 1970 La dialéctica del sexo: el caso de la revolución feminista, aunque su implicación activista ya había remitido. En 1974, falleció su hermano. En principio se pensó que la causa había sido un accidente, pero pronto se reveló que se había suicidido. Shulamith reconoció que ese suceso fue el detonante de su inestabilidad o desequilibrio mental, aunque su esquizofrenia fuera diagnosticada en 1987. Esa experiencia se ve reflejada en el último fragmento literario de Espacios sin aire (Muñeca infinita), que sería publicado en 1998. Un origen que es conclusión. Buena parte de los restantes breves fragmentos relatan sus vivencias en un sanatorio psiquiátrico y la dificultad de la reinserción, por cuanto había variado drasticamente su forma de habitar la realidad, el tiempo. Ya se sentía un cuerpo extraño que no lograba coger el paso correspondiente, la inercia de habitar la realidad. En primer lugar, porque se sentía anomalía en sus miradas. Ahora sufría al reconocer cuánto había cambiado la mirada de los demás, cómo la gente se alejaba cuando cruzaba la mirada con ella en la calle. Y qué lento era el regreso, cuesta arriba, intentando disimular la rigidez en los andares y con el gesto un poco idiota y babeante debido a la medicación. Tal vez sea esta la razón por la que los enfermos mentales tienen en conjunto esa apariencia sin interés: luchan para pasar desapercibidos, para ser normales, <<pasables>> (…) eran tantas las cosas entre las que tenía que elegir, y que debía hacer, que no sabía por cual empezar. No podía cambiar de marcha, o más bien tenía las marchas bloqueadas

Los fragmentos de su vivencia en el sanatorio son capsulas que son a la vez añicos, retratos de otras figuras con las que compartió el espacio y sensaciones, esas largas horas en blanco mirando las manecillas del reloj, dar vueltas hasta la siguiente hora de comer o acostarse o despertarse. Una vida sin acontecimientos, como meros cuerpos estancados en el espacio. Instruyó a un director de cine turco cómo combatir esa inacción, la confrontación con el mero paso del tiempo como un hueso desnudo. Su aburrimiento se volvió tan mortificante que estuvo dispuesto a hacer cualquier cosa (…) Debes ser sistemático. Recorres los pasillos una y otra vez, incluso si hay gente. Puedes contar también. Sistema y contabilidad, un reverso siniestro de la normalidad. Hay quien no lograba conciliar el sueño, y cuando lo conseguía, aunque fuera por quince minutos, se despertaba preguntándose quién era o dónde estaba. No duermes porque quizá no quieres despertar. Había una artista, a diferencia de otros enfermas mentales, que sí podía ser aún funcional, aunque tenía que bregar con las estrategias de su hermano para declararla incapaz. Los retorcimientos de los que sí son calificados como funcionales, la tortuosidad legitimada. O quien, por su condición psicótica, escupía calumnias sobre Shulamith. Filias y fobias como dinámica de la vida, la naturaleza caprichosa de tantas conductas humanas.

Esa primera capa de estancia en la periferia donde quedan aparcados los que no logran superar un desequilibrio que los convierte en inútiles da paso a otros relatos que son descritos como obituarios, y finalmente a unos últimos centrados en figuras que optaron por suicidarse, por el abandono definitivo de un escenario de realidad en el que se sentían fuera de lugar, o en el que no lograban encajar. La muerte de su hermano también era el reflejo de sus propios desajustes o de las dificultades, y la marginación, que sufrió por su diferente actitud o perspectiva sobre la realidad o modo de vida predominante, por su cuestionamiento de una institucionalización de la realidad. Su afán dialéctico se desgastó y su talante combativo perdió fuelle. Optó por la pintura, pero fue devorada lentamente por el desequilibrio de su desajuste emocional, y comenzó a sentir a los demás como presencias ocultas bajo máscaras. Quizá la estancia en un sanatorio era el reflejo de su ansia de meramente desaparecer de una estructura de realidad cotidiana y normativa que no le convencía y en la que se sentía fuera de lugar. Quizá se veía en esa paciente que se imaginaba que el hospital sería como una burbuja de protección durante veinticuatro horas donde no tienes que ocuparte de dar órdenes a nadie ni de gestionar una plantilla porque el personal hace todo por tu cuenta, como una flota de robots automatizados. En cierto breve relato, unas escasas frases, habla del éxito de un tratamiento que había propiciado que el cáncer de una anciana de más setenta años entrara en recesión, pero Shulamith se pregunta qué sería de ella, cómo podría disfrutar de esa buena nueva si quizás no tenía nadie en el mundo, quizá por eso había enfermado, en primer lugar, como un grito de atención. Quizá este libro no dejaba de ser otro grito de atención.

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