Los amos de Brooklyn (2009), es casi un requiem fúnebre ( o sin casi) que destaca por su atmósfera descarnada y fronteriza. El centro neurálgico de esta obra es la deriva de los tres principales personajes, cuya circunstancia está en un punto vital límite, desesperado, a punto de quebrarse. Significativamente no nos son presentados de acuerdo a su profesión sino a su circunstancia vital, como tres hombres que evidencian que han cruzado un umbral del que no hay vuelta posible, o que están tentados de hacerlo. A uno el asesinato que realiza le corroe con la desesperación y la culpa, otro siente que su vida carece de propósito, por lo que se introduce una pistola en la boca nada más levantarse, y un tercero contempla una realidad en el que los límites, la defensa de la ley o el asesinato, parecen difuminar sus fronteras. Los tres trayectos de estos policías nos son narrados en paralelo en una estructura arriesgada que alterna los trances que sufren cada uno, sin que casi se crucen unos con otros (salvo muy fugazmente), hasta que confluyen, aunque no coincidan, en un mismo (nocturno) espacio. Ya la presentación de cada personaje marca el tono de la película, y el estado en el que está sumido cada uno de ellos. Sal (Ethan Hawks), un oficial de narcóticos, ha soprepasado los límites éticos de la ley, tomándose la justicia por su mano, asesinando en un arrabal, en la noche, a un confidente que había disparado sobre unos policías. Lo que no evita que se sienta culpable y busque, más que consuelo, una ayuda, con un confesor. Queda pronto patente que es un hombre desesperado por la precariedad económica y las dificultades para mantener a su familia, compuesta por cinco hijos y uno en camino. Eddie (Richard Gere), se levanta una nueva mañana, en una habitación despojada, como si casi fuera un muerto viviente, como si le pesara incorporarse al mundo. Le quedan ya sólo siete días para el retiro, y transmite la sensación de que siente que ha desperdiciado sus veinte años como policía, ya vencido por la inercia última.
Los amos de Brooklyn, o de modo más certero el cáustico título original, Brooklyn finest (Lo mejor de Brooklyn), recupera con vigor y con rasgante pulso sombrío el brillo acerado de los thrillers policiacos de los 70, caso de la magnífica Los nuevos centuriones (1972), de Richard Fleischer. No es un cine referencial, sino que sabe asimilar una herencia, perdida en estas décadas, con destellos puntuales, como Distrito 34: corrupción total (1990), La noche cae sobre Manhattan (1997) o Antes de que el diablo sepa que has muerto, todas de Sidney Lumet, Atrapado por su pasado (1993), la mejor obra, a mi parecer, de Brian de Palma, Hasta el límite (1991), de Lili Fini Zanuck, las magistrales Camino a Perdición (2002) y Zodiac (2007), de David Fincher, o las esplendidas obras de James Gray, La otra cara de la ley (2000) y La noche es nuestra (2007), vibrantes incursiones en los abismos de la noche, en donde los límites se desvanecen y se quiebran. Como así es el final de esta áspera y nocturna obra, un final desolador como un disparo con silenciador, en donde ni la realización del gesto comprometido exime de esa sensación de intemperie vital y moral. Antoine Facqua realiza, con Los amos de Brooklyn, como en Día de entrenamiento, otro retrato tan corrosivo y tenebroso del universo de los representantes de la ley, y de lo que suponen como espejo de una sociedad. Un oscuro viaje a las tinieblas desazonador y nada complaciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario