En Hardcore (id, 1979), el protagonista, VanDorn (George C Scott), buscaba a su hija en lo que el consideraba el degradante submundo de las producciones pornográficas, para descubrir que ella no sentía ningún anhelo o ninguna necesidad de ser rescatada. Más bien, había huido, se había liberado del rígido universo paternal en el que se había educado. El protagonista de American gigolo (id, 1980), Julien (Richard Gere) es otro de los especímenes que proliferan en ese mundo ilegal del negocio del sexo, en concreto, la prostitución masculina. Aunque el ambiente que transita no es de el los sórdidos callejones. Tiene poco de tétrico o proceloso inframundo. Habita un mundo que parece impoluto, refulgente. Es un gigolo, un prostituto, de alto standing, en la zona pudiente de los Angeles, entre casas junto al mar, mansiones, casas de subasta y lujosos hoteles de cinco estrellas. Es un complemento, un objeto de lujo, de una sociedad prospera que satisface sus caprichos sexuales con sus refinados servicios, acordes a una sociedad que da tanta importancia a las apariencias, al brillo de las superficies. Julien es alguien acomodado en un departamento adyacente de los pudientes, alguien que ejerce un servicio social, dar placer a los que quizá ya no lo disfrutan o no saben cómo disfrutarlo, o, simplemente, posibilitar que se alardee con su compañía en algunos eventos sociales. Julien pertenece al servicio, aunque no esté legitimado. Pero como responde al inspector Sunday (Hector Elizondo), que algo sea legal no implica que sea lo correcto. Las leyes, al fin y al cabo, las hacen los hombres, y varían y se modifican.
Julien habita una jaula, aunque no sea consciente de ello, mira la realidad a través de las persianas sin saber que son barrotes, porque se siente satisfecho con los lujos que disfruta. En algo coincide con VanDorn. Su mundo, progresivamente, a medida que avanza la narración, también se tambalea y se desmorona. Su mundo, aunque sea en ese otro lado de lo ilegal, es igual de cuadriculado, un mundo de rutinas y rituales, un mundo medido y compartimentado, como el amplio número de cajones en el que dispone de un pródigo vestuario. Es también un escenario con su guion establecido, Julien realiza sus ejercicios, colgado cual vampiro o murciélago (al fin y al cabo, es sobre todo criatura de la noche), se desplaza por la ciudad en su coche de casilla a casilla, de trabajo a trabajo (de cliente a cliente), y toma su correspondiente dosis de cocaína, como quien toma el zumo con las tostadas. Y, en especial, mantiene el compartimento de su intimidad aparte. Es alguien sin biografía, alguien que realiza un servicio; su identidad, su condición, es lo que realiza cuando suministra placer; su uniforme, su selecto vestuario. Su vida es una secuencia de rutinas como las de VanDorn, Una inercia en la que no está presente aunque sea su cuerpo lo que utilice como instrumento de trabajo. Julien vive en la superficie, entre reflejos.
Julien trafica con su cuerpo, como con drogas lo hace otra solitaria criatura de la noche que transita con su coche de casilla a casilla (de cliente a cliente), LeTour (Willem Dafoe), en Posibilidad de escape (Light sleeper, 1992). Ambos realizan un largo recorrido hasta encontrar lo que buscaban. Y tiene rostro de mujer. En ambas conclusiones resuena la de Pickpocket (1959), de Robert Bresson. Julien no sabe lo que busca pero hay alguien que hará temblar sus cimientos, su vida organizada, para liberarle, para propiciar que se encuentre. Ese alguien tiene rostro de mujer, Michelle (Lauren Hutton), en principio cliente, pero los sentimientos ejercen de erosión para crear fisuras en la presa erigida por Julien. Aunque lo que le dejará desnudo, lo que ejercerá de literal demolición de esa vida que controla porque mantiene la distancia con la máscara de su personaje, será la espiral en la que se verá envuelto cuando sea asesinada una de sus últimas clientes, y las sospechas le señalen a él como el asesino porque alguien se está esforzando sobremanera en manipular las apariencias para incriminarle. Vivía de las apariencias, ahora las apariencias crean sombras que enturbian su imagen, que manchan su realidad y borran su vida. Y se confrontará con la mirada que encontrará en él su ideal culpable, Sunday, el hombre que carece de gusto para vestir, y que proyectará en Julien el resarcimiento de lo que a él le falta mediante su conversión en culpable propiciatorio: debe ser culpable porque es lo que él no es. La mirada policial contamina la presunta objetividad con las ofuscaciones personales. Sunday piensa que Julien es el culpable porque quiere pensar que es el culpable.
Para LeTour la desestabilización de su vida de circulación en inercia acaece con la irrupción del pasado, con la mujer que amó años atrás, lo que le servirá, con esa limpieza de errores pretéritos, cual muda vital, para darse cuenta de que el amor lo tenía a su lado, en su presente, no en sueños confusos del pasado. Julien es alguien que rehúye tanto el pasado como el futuro, como una presencia en estado suspenso, sin darse cuenta de que no sólo no sabía lo que buscaba sino que no sabía que necesitaba ser rescatado. Los fundidos en negro puntúan las últimas secuencias, como una respiración que refleja una liberación, el desprendimiento de una vida encorsetada, como las costuras que se deshilachan y rompen. Su cabeza se reclina, reverencialmente, sobre la mano de quien le ha liberado de la condena de vida ausente en la que se había sumido. Ahora sí es un cuerpo presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario