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domingo, 29 de marzo de 2020

Intimidad con un extraño

Tu realidad puede variar de un día a otro por un acontecimiento que determina que se rompa la inercia de la rutina y de la costumbre, ese escenario que conocías como si ya dieras los pasos sin percatarte de cómo los dabas, o quizás porque alguien plantea una versión de tu pasado que tú no reconoces haber vivido. En ambos casos habitas la realidad de un modo radicalmente distinto. En el segundo caso, puedes poner en cuestión tu percepción de la realidad. Si alguien relata experiencias que compartiste con esa persona ¿es una versión falaz interesada, por una razón u otra, o quizás es un problema de tu mente?. Esto es lo que se plantea Reginald Wilson (Richard Basehart), en el prólogo de Intimidad con un extraño (Intimate stranger, 1956), de Joseph Losey. Y expone a su médico de cabecera el porqué de esa duda sobre sí mismo que le ha llevado a plantearse si es capaz de haber vivido una doble vida que ignora. Wilson fue un montador en Hollywood que, al casarse con Leslie (Faith Brook), la hija del productor británico, Ben Casey (Roger Livesey), se encargó de la labor ejecutiva de la productora. Su vida parecía equilibrada, armónica. Pero comienza a recibir unas cartas de una mujer, Evelyn (Mary Murphy), que alude a la relación sentimental que mantuvieron. Wilson, en esos momentos, está supervisando una producción titulada Eclipse. Su propia vida comienza a sufrir un eclipse. ¿Quién es esa mujer? No compartió esa vida de la que ella le habla. No recuerda siquiera haberla conocido. Y segundo, ¿Cuál es su pretensión?¿Qué busca?¿De qué quiere hacerle responsable, quiere dinero?. Ese otro relato ejerce de injerto que, por un lado, amenaza con desestabilizar su misma vida, laboral y marital, y por otro su propia percepción de la realidad y de sí mismo. Resultan tan convincente los detalles de los que hace uso en su ¿evocación?¿relato? que Wilson llega un punto en el que, más que pensar que sea un montaje, con una intención que desconoce, duda de sí mismo. ¿Hay una sombra de sí que desconoce?
En un principio no fue acreditado Joseph Losey como director, sino el productor Alec C. Snowden. Se debía a la resaca de la persecución de comunistas por parte del HUAC (Comité de Actividades Antiamericanas). Losey fue nombrado por dos testigos en 1951, y requerido para declarar, pero optó por marcharse a Europa, donde rodaría Stranger on a prowl (1952), en la que participaban otros que habían sido incluidos en la lista negra que impedía trabajar en la industria del cine estadounidense, como el guionista Ben Barzman (que colaboraría posteriormente con Losey en Time without pity, 1957, La clave del enigma, 1959 o Ceremonia secreta, 1967). Cuando Losey retornó un año después, efectivamente, se encontró con que no le era posible encontrar trabajo en cine ni en teatro, publicidad o en la educación. Decidió asentarse en Gran Bretaña. El guionista, Howard Koch, que había participado en los guiones de Casablanca (1943), Misión a Moscú (1943), ambas de Michael Curtiz, o Carta de una desconocida (1948), de Max Ophuls, también había sido incluido en esa lista negra. Retornaría en 1956. Losey no volvería hasta doce años después.
Esa sensación de que el escenario de tu vida cambia de modo radical, incluso como si te hubieran extirpado tu propia realidad, y ahora fuera otra, injertada, en la que no te reconoces, o te sientes extraño, porque has sido señalado o nombrado, es la que transmite la narración. Hay una secuencia particularmente elocuente. Wilson ha contactado con esa mujer, Mary, e incluso la ha visitado acompañado de su esposa, tan seguro está de que no es real lo que ella expone, pero sus relatos siguen siendo de lo más convincentes (tanto que Wilson esconde una fotografía de él para que no la vea su esposa, gesto que le hace parecer culpable a sus ojos). Caminan ambos por la calle, tras haber estado en comisaría. Wilson se siente aturdido. ¿Qué vida ha vivido, qué realidad habita, en cuál se desplaza? Losey no recurre a las crispadas texturas sombrías de sus obras estadounidenses, de hombres en conflicto con un entorno, como The lawless (1950), M (1951) o The big night (1951). Dominan unos grises, sin sombras muy perfiladas, y con planos más bien generales, abundando en el vacío que les rodea (y el escaso tráfico de gente), pero se consigue transmitir la sensación de que se habita más un decorado que una realidad, que uno es más un personaje que alguien real porque, sencillamente, no sabe quién es él mismo. Por eso, besa a la mujer, en parte para probar a esa mujer, porque no sabe aún qué pretende, y en parte a sí mismo, como si debería sentir algo que se supone vivió con ella.
El título original, Intimate stranger, desconocido familiar, se refiere a esa serie de personas que conforman nuestra vida rutinaria, pero que no conocemos, esas vidas que quizá nunca conoceremos ni siquiera un atisbo, las personas que realizan el mismo recorrido que nosotros al trabajo, que viven en las casas adyacentes, que compran en los mismos locales, rostros que nos pueden resultar familiares porque los hemos visto alguna que otra vez durante años. ¿Y si alguien nos indica que ha compartido con nosotros una serie de experiencias durante años y el desconocido familiar intenta convencernos de que hemos sido íntimos? Evidencia de qué modo puede ser nuestra vida vulnerable, cómo puede trastocarse de un momento a otro, y la realidad sentirse un decorado, una ficción en la que no sabemos si fallamos nosotros o se ha modificado su montaje con intenciones esquinadas que ignoramos. Por eso, no podía ser sino en un decorado cinematográfico, trincheras con alambradas de un escenario bélico, donde se desentrañe cómo la realidad de Wilson había sido transfigurada.

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