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miércoles, 4 de marzo de 2020

Ser bosques. Emboscarse, habitar y resistir en los territorios de lucha (Errata naturae), de Jean-Bapiste Vidalou

Hay bosque allí donde hay resistencia, allí donde hay rebelión contra los estragos que genera esta civilización. En cierto pasaje de Ser bosques. Emboscarse, habitar y resistir en los territorios de lucha (Errata naturae), Jean-Bapiste Vidalou trae a colación la película Avatar (2009), la resistencia de un pueblo a que una compañía minera (con su particular ejército) explotara (en un sentido amplio del término) su bosque-deidad. La película arrasó en las taquillas de todo el mundo, pero su impacto en el imaginario colectivo no tuvo su correspondencia en la remisión de la arrasadora progresión de la destrucción de bosques en el mundo. La tierra ha perdido 2,3 millones de kilómetros cuadrados de bosque entre 2000 y 2012, el equivalente a cincuenta campos de fútbol por día. Cifras que desencajan la mandíbula si se es capaz de imaginar la dimensión real de los entornos vivos que han sido arrasados y eliminados. Ya no existen. Los autores de tal devastación son aquellos que conciben la realidad a través de los cálculos y las medidas, los gestores e ingenieros, quienes han convertido (transfigurado) el mundo en un sustrato homogéneo, una superficie plana sobre la que depositar y ejercer el poder (…) inscriben en la carne del mundo sus leyes hechas de acero, hormigón y cables. Según esta mentalidad dominante, la mentalidad económica, gestora, el entorno natural no es un espacio real, no es materia, sino mapas, líneas rectas, medidas, volúmenes, espacio que debe ser aplanado para ser útil (y rentable). Se piensa en términos de accesiblidad. Es un teatro de operaciones que alterar, modificar y reconstituir en suelo sobre el que edificar. No se derrama tanto hormigón armado sobre toda la superficie del planeta sin asfixiar con ello la vida misma. La conexión de tantos no-lugares sólo podía dar paso a una colosal circulación de la tristeza, desde los vestíbulos de los aeropuertos hasta los parques eólicos, desde las centrales eléctricas hasta las talas rasas, desde un aparcamiento de supermercado hasta un área de servicio de autopista. Se trata de una colonización, pero una 'colonización reticular'.
El entorno natural, el bosque, cualquier bosque, no es un espacio de vida, un lugar definido por los múltiples vínculos y las diferentes percepciones según las distintas especies que lo habitan, o los humanos que viven en su proximidad, sino un espacio que explotar, un espacio instrumental. La economía se ha basado, históricamente, en el destrozo sistemático de las formas de vida que no entran en sus cálculos, en el enrase de toda heterogeneidad. Esta sociedad de la gestión, de la eficiencia, pretende llevar la parcelación hasta los últimos intersticios de vida. Un entorno natural es un depósito o un yacimiento del que extraer algo que nos sea útil. Suministro para cumplimentar el servicio.Francia codicia el subsuelo marino de sus colonias polinesias para hacer prospecciones de yacimientos de lantánidos, esenciales para la tercera revolución industrial, puesto que se hallan en la composición de todo material informático. Dinamarca, Suecia, Australia, Estados Unidos: Todo el mundo quiere su porción del pastel y está dispuesto a lo que sea para explotar su propio subsuelos o sus fondos marinos con el único fin de 'variar la relación de fuerzas y el actual monopolio de China' en la producción de lantánidos. (…) Este nuevo nomos de la Tierra que es el extractivismo no se aplica sólo al gas y al petróleo, sino a todos los yacimientos disponibles. Es la nueva religión de la transición energética.
Plácidamente apoltronados, mientras nos confeccionan, en la sociedad occidental, un menú de servicios que amplifican nuestra comodidad, el entorno natural es una entidad abstracta. La naturaleza se revela ante todo como la construcción cultural, para el espectador, de un sentimiento grandioso, a semejanza de un cuadro hecho para ser contemplado (…) Pero ¿qué queda una vez rasgado el lienzo? Nada de 'valles bucólicos', sino un perfil paisajístico. Nada de 'aldeas pintorescas', sino ingeniera medioambiental. Es un entorno cada vez más lejano, con el que no se establece ya vínculo, o un espacio recreativo, como quien visita un museo, mientras los discursos sobre gestión ocultan sistemáticamente que la tierra no es un depósito. Los seres vivos no se definen como reservas de energías. El bosque no se nutre de cifras.
Nos convertimos en extensiones de esos lantánidos, elementos que son denominados tierras raras, ya que se encuentran en forma de óxidos. No sabemos que son parte fundamental de nuestra vida, como la informática es sustento y columna vertebral de nuestra relación con la realidad. Como ignoramos cómo se está haciendo desaparecer nuestro entorno natural, en el que cada vez son más raras las tierras que no son reconvertidas en cemento o escenario útil o que no sea espacio de extracción, un entorno natural arrasado, como la progresión de una oxidación, aunque sigamos pensando que es un depósito sin fondo. Esta sociedad de servicios nos ha mal acostumbrado de tal modo que pensamos que los servicios serán infinitos e, incluso, cada vez más eficientes y sofisticados. La cuestión será saber cuántos nos preguntamos, como Vidalou: ¿Cómo habitar un mundo? ¿Cómo cuidarlo? ¿Cómo conservar el apego a los lugares y, al mismo tiempo, propagarse más allá? A no ser que sólo importe cuál será el próximo escenario habilitado, quizá en otro planeta en el que también se pueda seguir extrayendo lantánidos. Ser bosque es también una actitud.

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