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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Los siete magníficos

Si no te preocupa enfrentarte en un pueblo en el que eres forastero a aquellos que no permiten el entierro de alguien a quien no consideran digno, por ser indio, es probable que aceptes la propuesta de tres agricultores mejicanos que necesitan ayuda para defenderse de unos bandidos que, cada cierto tiempo, utilizan su poblado como fuente de suministro. Chris (Yul Brinner) no duda en ninguna de las dos situaciones. Y ya deja bien claro, con la primera, que en el segundo caso no sólo acepta porque sea un pistolero a sueldo. Parece que es de esas personas a quien le importa que alguien quiera imponerse sobre los demás, estigmatizar y despreciar a quien no es como ellos, aprovecharse de quien es más débil. Quizá por eso sea un fuera de la ley. En la reciente 'El llanero solitario' (2012), de Gore Verbinski, se apunta que el héroe no sirve a la ley, más facil es que sea un fuera de la ley, un forajido, quizá la justicia poco parece tener que ver con la ley. Quizá porque ante todo prime la imposición de la ley del más fuerte. Chris es una figura errante, como tantos otros que se convierten en pistoleros, como buena parte de los que conformarán el grupo de siete que decidirán apoyar a los agricultores, aunque sea un ralo beneficio el que consigan.
Hay quien como Luck (Brad Dextet) no puede pensar que su esfuerzo tenga tan escasa recompensa, tiene que haber 'gato encerrado', es decir, algún tesoro oculto, alguna poco conocida mina de oro o plata de la que aprovecharse. Hay quien como Lee (Robert Vughn), más bien se apunta porque necesita afirmarse, porque está ya demasiado quemado, y las pesadillas que tiene se convierten ya demasiado a menudo en gritos de pánico. Hay quien como Chico (Horst Buchholz), aún demasiado joven, aún inexperto, idealiza la figura de los pistoleros, como si su vida fuera una pantalla de la que fueran protagonistas, como si su vida fuera la calle de un pueblo que recorren con firmeza y autoridad sin miedo a nadie ni a nada, y menos a la muerte, como en la secuencia inicial Chris y Vin (Steve McQueen) en el carruaje fúnebre hasta el cementerio donde se enfrentan victoriosos a los que quieren imponer su criterio. Como Calvera (Elli Wallach) y sus secuaces con los agricultores mejicanos.
Chico quiere ser protagonista de esa pantalla, quiere ser como un torero en la plaza de toros, aún no consciente de que los cuernos pueden desgarrarle las entrañas. Y que no todo se reduce a paseos por la calle principal de un pueblo portando un arma. La vida de pistolero no resulta demasiado estimulante como reconocen casi todos ellos, ya cansados de una vida sin raíces, sin hogar, ni un amor estable, ni hijos, en la que no tienes enemigos porque los has matado. Porque siempre habrá quien te desafíe o provoque, como queda reflejado en la magnífica secuencia de presentación de uno de los siete, Britt (James Coburn). Son figuras efímeras. Por un momento,puedes sentirte padre, como Bernardo (Charles Bronson), con unos niños del poblado mejicano. Puedes sentir que perteneces a algo, aunque cuando hayas cumplido tu cometido volverás a tu vida errabunda, si es que has logrado sobrevivir.
Brinner se esforzó en conseguir un papel que habían ofrecido a Anthony Quinn. Fue quien involucró a John Sturges en la dirección de 'Los siete magníficos' (The magnificent seven, 1960), porque admiraba 'Duelo de titanes' (1957). En esta como en 'Desafío en la ciudad muerta' (1958), resulta más interesante el fuera de la ley, aunque sea alguien torturado (y tortuoso) como el que encarna Kirk Douglas en la primera, o pérfido como el que interpreta Richard Widmark en la segunda. Eran personajes con relieve: el primero parecía una falena atraída más que por la luz, por la oscuridad, la de los abismos, vulnerable, como quien desafía constantemente al azar porque ya se siente marcado por una ineluctable muerte, y el segundo mordía el resentimiento de la amistad traicionada. Los representantes de la ley, encarnados por Burt Lancaster y Robert Taylor, son severos, demasiados rígidos. Tanto que parecen autómatas, o muñecos que hacen de la ley envaramiento, una contención que transmite falta de naturalidad. Los dos primeros sirven para recordar que no hay que olvidar la fragilidad, y que la luz no puede poner barrotes a las sombras que se han llevado dentro. El protagonista que encarnaba Kirk Douglas en 'El último tren de Gun Hill' (1959) era un representante de la ley, pero se enfrentaba, casi solo (con la excepción de la ayuda de una mujer), a quien quiere imponer su voluntad, un cacique que encarna Anthony Quinn. El sheriff que interpreta Douglas es alguien que sabe contener sus instintos, su furia, ya que busca a quien violó y mató a su esposa, india. No deja que el instinto nuble su afán de justicia, mientras que el cacique sí prioriza el instinto, el lazo de sangre, la imposición de su voluntad.
Sturges no necesitaba para expresar todo esto de modo preciso el énfasis ni el subrayado que utilizaron cineastas posteriores, a los que se colocaron la etiqueta de 'desmitificadores'. Los pistoleros de 'Los siete magníficos' tienen algo de caballeros errantes. Figuras aún no definidas que no han encontrado su lugar, o temen difuminarse sin haberlo conseguido. Su vida es como una de las paradojas (irónicas) que suelta Vin: por ahora va bien le dicen, desde cada piso, al que cae de un décimo piso. O, como replica cuando le pregunta Calvera por qué han aceptado ayudar, instruir y proteger a los agricultores mejicanos: Es como el que se lanza desnudo contra un cactus, lo hizo porque en ese momento le pareció una buena idea.

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