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lunes, 30 de diciembre de 2013

My Winnipeg

Hay realidades de las que se huye para poder despertar. Hay ciudades que se convierten en sumideros anestésicos. La rueda de la imaginación gira en círculos intentando convertirse en escalera, y busca los eslabones del 'y si', las realidades que pudieran haber sido, los senderos negados, anulados, enterrados, los senderos que nunca crecieron. Hay vidas que se convierten en sonámbulas, como si vivieras atrapado en un ámbar pero siendo consciente de que estás cautivo, e intentas alzar la mano en la superficie para salir de ese hielo que entumece tus emociones y pensamientos, como cabezas de caballo que intentaron huir de un fuego, el fuego de una vida anodina, comprimida, de una vida que sangra en la repetición. Aquellos caballos que han soñado con un 'y si', que han intentado derrumbar los falaces relatos que han tejido los barrotes de la vida sonámbula de la ciudad, del modelo de realidad, que habitas ( y te deshabita). Y quieres fugarte, y tus sueños, tu imaginación, busca la brecha, busca los raíles que puedan liberarte de esa estación eterna en la que tu vida se estancó, en la que la ciudad estancó a sus habitantes, sin darle respiro, vendiéndoles entradas para una feria de atracciones, una tierra feliz (happyland), que no era real, sino una imagen, un reflejo, en el escaparate, una imagen proyectada, pero no había nada más allá sino frío, sonámbulos, gestos repetidos. Una vida de eufemismos.
Guy Maddin realiza en 'My Winnipeg' (2007), una vivisección de su infancia, y de un imaginario colectivo (así como de los eufemismos). La ciudad es una representación, es una huella, y una mancha, en su mirada, en su sistema nervioso, como un residuo que le ha empapado. Evoca e imagina, y comenta, y realiza una cirujía a través de un yo pero también un nosotros, como las extensiones de los cuerpos que se confunden en el cine de Cronenberg. La mirada mira hacia atrás con el gesto de quien mira hacia adelante. Lo real se funde con lo imaginario, el documental con la ficción ( y la animación). Trenes de la mente. En el principio un tren parecía que iba a arrollar a los espectadores. En un tren superpuesto a la realidad de la que se quiere despegar, como el despertar quiere abandonar los restos de un sueño (que es naufragio), la voz de la memoria abre la brecha de la disidencia. La evocación es la mirada de una entraña, tramada desde el artificio que desnuda una vida desvelada como escenario. Con unos actores Maddin recrea su infancia, aunque apunta que a su madre la interpreta su propia madre, cuando no es sino una actriz, Anne Savage, quien se supone que protagonizó una serie en la que ella interpretaba a una mujer que intentaba evitar en cada capítulo que un hombre se suicidara quería suicidarse lanzándose desde una cornisa. Un bucle de muerte, como las cabezas que sobresalen en el hielo, recordatorio de una tumba en vida sonámbula, congelada.
La evocación es invención, pero no lo es. No importa la precisión de la anécdota, es el territorio de la fabulación. O de la mutación de la mirada. Retrata un talante, la circulación sanguínea de un sentimiento, de cómo se siente evocando cómo se sentía. Venas de una emoción, como asemejan la forma de las cuencas de los ríos que convergen, o más bien como, según una leyenda, esos ríos subterráneos paralelos a los de la superficie. La realidad, como la mente, es laberinto, y un semillero de posibles: la circulación puede quebrar los códigos: puede haber compañías de taxis que transiten por las calles principales y otra por las calles traseras, como si fueran dos mundos distintos; hay realidades que permanecen difusas, ocultas. O que la mente transfigura en los múltiples radios de la fabulación. Las imágenes de la huelga de 1919 (sin precedentes en suelo norteamericano; ¿qué fue de aquel pionero espíritu disidente?) se conjugan con las coreografías de danzas con figuras míticas como Hermes (que conduce a las almas al otro mundo en el momento de la muerte; ¿aunque se está vivo en esta vida sonámbula?).
La evocación sobre la especulación inmobiliaria, sobre los edificios de los equipos de hockey, se conjugan con las imágenes de un imaginario equipo de ancianos de nombre 'Black tuesday', porque 'martes negro' se llama al vórtice del abismo ( con la caida máxima de las cotizaciones) de la crisis económica del 29, y al fin y al cabo, como apunta Maddin, la practica fundamental de esta cultura norteamericana es la demolición. Y Winnipeg es su emblema, porque es el corazón del corazón de Norteamerica, y de Canada, por ubicación geográfica. Los bisontes arrasan el parque de atracciones, como otras figuras explotadas a lo largo de la historia como los nativos norteamericanos o los que combatieron en las guerras. Rastros de cadáveres que se rebelan contra una falacia narcotizante, como el fulgor de una memoria histórica que se aúna y alía y conjuga con el 'y si' y que intenta reescribir en la imaginación, en el tren que quiere despertar, fugarse y rebelarse contra el sonambulismo y el entumecimiento, lo que podría haber sido si la coherencia fuera la raíz y dinamo de una cultura que poco escucha lo que desea la gente sino más bien incita al lúcido o despierto al suicidio, aunque sea imaginario, si no se deja atrapar en las redes ferroviaras del sonambulismo en bucle. 'My Winnipeg' es la constatación de un triunfo, el de un caudal de imaginación que se desborda e inunda con su ingenio, quebrando limites, talando etiquetados, y abriendo brechas de incendiarias interrogantes en los palpitantes márgenes de la disidencia.

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