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lunes, 14 de octubre de 2013
Daguerrotipos
El daguerrotipo fue el primer procedimiento fotográfico difundido. Con el daguerrotipo se presentaba oficialmente nuestra primera imagen revelada (aunque se inspiraba en las experiencias en la década anterior de Johan Niepce). 'Daguerrotipos' (Daguerrotypes, 1975), Agnes Varda se pregunta qué hay tras la imagen de aquellos que componen el entorno donde vive, en la calle Daguerre, aquellos rostros tras los escaparates de los pequeños comercios. ¿Qué hay antes de la imagen? Agnes Intenta revelar lo que hay tras esa imagen de la costumbre, figuras que ocupan su casilla, su espacio, pantalla de un hábito, figuras estables de un paisaje cotidiano, esos rostros que ya son tan parte del decorado que, por reflejo, ya no te fijas en ellos, y menos te preguntas sobre ellos. La cineasta quiere dotarlas de tiempo, inscribirlas y entenderlas en el curso del tiempo, no sólo el de su dedicación, el que constituye el presente de cada día, sus rutinas y rituales, con sus acontecimientos, el tráfico de clientes, y sus vacíos, las esperas o entreactos o pausas.
Establece una imagen enigma, incógnita, una particular esfinge que todo parece observarlo, la anciana dama 'Chardon bleau' (Cardo azul), que acompaña a su marido en la mercería, cual imagen que parece encajar el paso del tiempo, a la vez permanencia y la vez tránsito, erosión. Una figura sobre la que se desvela al final que hay cierta hora en la que parece querer irse pero no se va, como si una fuerza le superara. Imagen que quizá condensa esas vidas de mayoría silenciosa, o de silencio gris, de vidas instituidas cual engranaje. Todos los habitantes del barrio, en particular los comerciantes (como si fuera su punta de iceberg), parecen replegarse en ese anonimato de vida que supone no exponerse; a la vista, pero encerrados, su mismo escaparate es su máscara. En un momento dado, la cineasta indaga en sus sueños, y lo que transpiran sus vidas es inmovilismo, más el peso de sus problemas que la liberación de los sueños, aunque sí haya quien sueñe con lugares lejanos aunque para despertar y encontrarse con sus rutinas diarias, llamense quehaceres u obligaciones, que les hace asemejarse a dispositivos, aunque nadie parezca plantearse otras opciones, una asunción que es resignación o aceptación de un contrato con la vida que consideran ineludible.
Agnes es como el mago cuyas actuaciones se alternan con la exploración de esas vidas. La mirada de la ilusión, el excurso de una condena, la apertura de lo posible. Es la mirada que busca singularizarlos, extraerlos de la grisura de su condición colectiva, espesura en la que pareciera que se ocultan, aun no de modo consciente. Es la mirada que busca otra manera de comprender y representar la realidad más allá del mero registro. No es una mirada de paso, distraída. Es mirada también que transfigura con sus juegos, con las asociaciones. Es una mirada que interroga, que rastrea en los recovecos de la imagen, para que brote, asome, como cuando explora cómo se conocieron los diversos matrimonios, o si hay alguna aspiración adormecida o arrinconada. Al final, Agnes se pregunta qué es lo que ha realizado, si un ensayo, un reportaje o un homenaje, sisu exploración de esas vidas alrededor de la anciana 'Chardon bleu' (su emblema) refleja un arrepentimiento, un reproche o un acercamiento. La mirada interroga a lo que ve y a sí misma, se hace presencia del mismo modo que intenta dotar de presencia a esas imágenes que conforman su pantalla cotidiana. Se aproxima a todos ellos, quebrando el cristal interpuesto, las distancias establecidas, desafía a la mirada de la inercia, a la vez que se aproxima a sí misma, definiéndose, revelándose y afirmándose en su singularidad, a través de sus daguerre-agnes.
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