Los pioneros de la caravana de Meek's cutoff (2010), de Kelly Reichardt, intentaban llegar a Oregon a través de un inhóspito árido paraje. La obra arranca en movimiento, no hay presentación previa de personajes, sino el movimiento en sí, son figuras que superan los escollos de su travesía, como ese río que cruzan en la primera secuencia. Pero pronto, el movimiento se escombra, como si avanzaran en una cinta corredera, sin que varíe el fondo. Las certezas, con el extravío, derivan en la interrogación. La dirección ya no es sino superación de cada centímetro como gesta, el avance en sí mismo. A partir de 1843 se produjo la gran emigración hacia los territorios aún por poblar del noroeste, caravanas que recorrían 3.200 kilómetros desde Missouri en busca de un lugar por habitar, donde construir su hogar. En 1845, Stephen Meek (Bruce Greenwood) guio a varios colonos a través de lo que él consideraba un atajo (por temor a un ataque de indios en la ruta principal; fueron 200 carretas las que le siguieron, aunque la película se reducen a tres), aunque más bien pareció convertirse en un callejón sin salida, en un extravío en el que resultaba difícil dilucidar cuál podía ser la dirección adecuada para salir de lo que parecía un laberinto convertido en trampa.
En la obra precedente de Reichardt, Wendy y Lucy (2008), Wendy (Michelle Williams) intentaba llegar a Alaska, con su perra Lucy y el escaso dinero ahorrado, una tierra en los confines donde poder reiniciar su vida. Wendy quedaba atrapada en una pequeña población de Oregon, cuando se estropea el motor de su coche. Además, pierde a su perra tras que la hayan detenido por intentar no pagar la comida para su perra (denunciada por un empleado del supermercado, emblema del esbirro que corroe y corrompe esta sociedad). Su estancia en un espacio de tránsito se convierte casi en un callejón sin salida, en una trampa (de arena) de la que cuesta liberarse. Esas calles casi deshabitadas se convierten en un espacio más hostil y desacogedor que una selva, y la narración resulta más desesperante y terrorífica que cualquier survival, aunque no haya ningún asesino que la acose. Todo parece complicarse, la road movie se convierte en su antimateria, en detención. Y el movimiento en un extravío desazonante, la agonía de una intemperie de la que no parece se pueda arrancar. Porque Wendy representa nuestra intemperie, nuestra indefensión. Wendy llama a su familia, encuadrada tras un cristal, y no encuentra tampoco apoyo, un lazo reconfortante. ¿Cómo puede cuidar de su perra cuando la encuentre si progresivamente parece difuminarse como se empequeñecía cada vez más el protagonista de El increible hombre menguante? Su sacrificio final es uno de los gestos más conmovedores que ha dado el cine reciente, su conclusión una de las más desoladoras. La gran depresión está aquí, ahora, una figura en un vagón de tren como hace ochenta años, una figura marginal, arrumbada en la periferia, que quizá pronto se convierta incluso en proscrita.
Michelle Williams encarna, significativamente, en Meek's cutoff a quien se enfrenta de modo más directo a Meek, el guía. Emily es quien no deja de poner en cuestión su presunción, su presunción de certeza. Meek es la figura que representa la autoridad, es quien sabe dónde hay osos y dónde no hay osos, qué hay dentro y qué hay afuera, quién pertenece a los suyos y quien no, qué diferencia a una mujer, el principio del caos, de un hombre, el principio de destrucción, a partir del cual se crea. Meek es quien dice saber cuál es la dirección adecuada, pero su proclama no evita la sensación de extravío de los pioneros (hay quien talla en un tronco la palabra 'perdidos' en la primera secuencia). Según su perspectiva no pueden estar perdidos, siempre sabe hacia dónde van aunque se complique el trayecto. Meek está interpretado por un actor que ha interpretado repetidamente a figuras de autoridad, a varios presidentes estadounidenses, entre ellos Kennedy, y su caracterización puede evocar a la de Buffalo Bill o el General Custer. Reflejos de un pasado y un presente, falacias de certezas. ¿Cuál es la dirección? La palabra se desnuda y se revela polvo. El mito se resquebraja, la onda expansiva alcanza a un presente en el que Wendy se convierte en una figura errante hacia un futuro incierto, precario.
En el paraje desértico que recorren, que parece la quintaesencia de la aridez, también un survival en el que luchan contra los hostiles elementos, en el que arañan cada centímetro en busca de agua que sea potable, no como con la gran superficie alcalina con la que se topan), irrumpe lo extraño. Ellos son extraños en un paraje que parece una pantalla, una página en blanco, que intentan roturar, habitar, superar, con su presencia, pero el espacio parece superarles como a los expedicionarios que buscaban el polo ártico (Scott en la Antártida, 1948, Charles Frend) o los soldados que recorrían el desierto árabe durante la segunda guerra mundial (Fugitivos del desierto, 1958, de J Lee Thompson). El extraño, un indio cayuse (Rod Rondeaux), representa la incógnita, la incertidumbre. Es la emanación corpórea de ese espacio que no logran dominar; no logran entenderse con él porque no hablan la misma lengua, su actitud se convierte en pantalla de especulación. Para Meek, hombre de rígidas certezas, representa amenaza, alguien que hay que eliminar, como al nuevo territorio dominar. Para quienes se dejan guiar por los signos de la superstición representa una incógnita que puede propiciar una salida ya que se le supone extensión de ese espacio desconocido e inhóspito.
Meek tiene que plegar su arrogancia tras que Emily le encañone con su escopeta cuando él intenta matar al indio. Aunque su soberbia le impide reconocer que otros puedan tener razón, que otros sí sean certera guía, y menos alguien que desprecia como es el caso del indio. Si él no tiene razón, la historia ya está escrita, otra forma de intentar aseverar que no hay otras posibles autoridades, que no hay perspectivas que puedan ser más atinadas que la suya. Si no se tiene razón nunca la tiene el otro. La expedición no tuvo conclusión afortunada (por cuanto bastantes de los pioneros perdieron su vida en el trayecto), pero Reichardt concluye significativamente con la mirada de Emily que sigue a la figura del indio que se aleja, como una flecha hacia lo incierto. Quizás sabe a dónde va, quizá no, nadie sabe qué quiere decir, pero esa incertidumbre es una posibilidad que vale considerar como guía. Hay miradas que cuestionan, y que abren opciones, porque aveces los extravíos son interesadamente creados por los que portan los estandartes de unas certezas que se descubren callejones sin salida, arenas movedizas, pantallas estériles y capciosas. Y esa mirada también se dirige hacia este presente.
Stephen Meek (1807-1889)
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