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domingo, 15 de abril de 2012

Homeland - La herida del conflicto necesita de un electroshock


La extraordinaria primera temporada de 'Homeland' se revela como un importante hito en la serie de producciones que, como escribí en el artículo 'La herida de un conflicto', condensan la entraña del conflicto (los de Irak y Afganistan; el atentado de las torres gemelas como evento crucial, desestabilizador de los cimientos de certidumbre e inmunidad), la tensión no resuelta entre la necesidad de cerrar una herida y la interrogación sobre la raíz de la fisura abierta. En el primer tramo, algo más de la mitad de los doce episodios, se juega admirablemente con la incertidumbre y la ambiguedad, con la movediza condición de las apariencias, y con la puestión en cuestión que se produce, por parte del entorno, de la mirada interrogante sobre lo que es imagen reverencial, esto es, la de la agente de la CIA Carrie Mathison (excelente Claire Danes) sobre la 'pantalla' del que es recibido como héroe (imagen ejemplar de héroe) tras ocho años como prisionero en Irak, Brody (imponente Damian Lewis) y al que ya sa daba por muerto. La interrogante que mantiene, empecinada, Carrie se debe a que le informaron de que un militar prisionero de los iraquíes se había pasado al otro lado. Lo de la 'pantalla' lo traslada a lo literal, cuando establece, por su propia cuenta, un sistema de vigilancia con cámaras instaladas en el hogar de Brody. Clandestina, porque nadie se hace eco de sus interrogantes y dudas. Brody es la imagen que se necesitaba del héroe, el de una herida, para el pais, sin cicatrizar durante tantos años. Es el emblema que puede convertirse en aliviador moldeado del pasado (como si se hubiera superado todo trauma). ¿Cómo no va a ser utilizado por el vicepresidente para la campaña para la presidencia que a realizar? ¿Cómo se va a pensar que alguien como Brody pueda ser un esbirro de Al Qaeda, cuando es el símbolo que corrobora el sentimiento de víctima del país? Hay otro aspecto que complejiza el entramado dramático de la serie, aplicando los adecuados modelos, los de la obras de Graham Greene o John Le Carre (véase la reciente y portentosa 'El topo', y también revísese la serie de 1982, continuación de 'Calderero, soldado, sastre espía', 'La gente de Smiley), el trazo, con un relieve repleto de aristas y matices, con que se dibuja a los protagonistas. La conflictiva vida íntima de los agentes, el fracaso de sus relaciones sentimentales, como un gran agujero en el que no se logra construir, erigir, de nuevo, el edificio de una relación estable. O en la relación de Brody con su esposa, ella tiene que enfrentarse,de entrada, a una decisión, ya que mantenía una relación con quien era el mejor amigo de Brody, porque pensaba que éste estaba muerto ¿y ahora? ¿Qué decisión? ¿Cómo encajar el pasado? Es un aspecto que se aplica con suma agudeza en el último tramo de la serie, en concreto en el personaje precisamente que encarna la 'interrogante', Carrie, desde el momento en que la serie da un giro, desvela sus cartas, y deja de jugar con la ambiguedad, y entramos en un terreno en el que las diferenciaciones o limites , se difuminan, e incluso se equiparan. Los dos bandos son simplemente bandos, no es uno la amenaza y el otro la víctima, sino que comparten ambas condiciones, e incluso, como hacía en su alegoría la esplendida 'La niebla', señala la raíz de la fisura en las propias acciones ( el monstruo es consecuencia de los propios desatinos y desmanes). De ahí el doliente trayecto de la mirada interrogante, Carrie, 'a a contra' y en sospecha, acrecentada ya no sólo por opinar distinto sino por que es bipolar, y todo puede ser consecuencia de sus transtorno, para el que se medica, y encima se añade el hecho de la ofuscación del sentimiento, porque el objeto de su sospecha, Brody, se ha convertido en una pantalla más confusa cuando además interfiere la proyección amorosa,en un portentoso rizar el rizo de complejización dramática, que incide en el laberinto del discernimiento de lo real (¿Qué discernimos? ¿Qué deseamos discernir? ¿Qué es conveniente que sea discernido o no?. El último episodio,prodigioso, es ya la fébril inmersión en la zozobra, el electrocutamiento narrativo de una desesperación, de un grito, de aquel que no soporta más dolor, y de aquel que quiere conjurar que se produzca más dolor.¿Qué se puede hacer con el dolor? Un cierre sobrecogedor que deja en suspenso lo que promete ser una segunda temporada tan apasionante. Apuntar, además de los fantásticos títulos de crédito con un cautivador tema jazzistico de Sean Callery, que entre los directores está Michael Cuesta, que dirige cuatro episodios (entre ellos el piloto y el último), que dirigió la muy estimulante 'El fin de la inocencia' (2006), otra obra que jugaba con agudeza con lo prejuicios, estigmas morales y apariencias, con los difusos límites de lo ejemplar y lo incorrecto, y varios episodios de la primera temporada de 'Dexter'. Y Jeffrey Nachmanoff, que dirigió el cuarto, y el crucial episodio, el noveno, el del giro de perspectivas, que había dirigido la muy sugerente 'Traidor' (2008), con el excelente Don Cheadle, en donde se jugaba con la ambivalencia de si el protagonista era un agente estadounidense o de Al Qaeda, y que acaba planteando que pocas diferencias (ejemplares) hay entre ambos bandos (son eso, bandos; el dolor, además, no sabe de bandos).

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