Desde 1978 a 1988 se emitió en la primera cadena de Televisión Española un programa de nombre Vivir cada día, el cual se centraba, a modo de docudrama, en la vida de personas corrientes. Durante los primeros cinco años en quien representara a un colectivo, después en una individualidad. En esta última década han proliferado producciones españolas que parecieran adaptar ese planteamiento, sobre todo dirigidas por mujeres, con planteamientos formales que parecieran eludir la estilización, con tratamientos visuales que optan por el registro, sin uso expresivo del color o de la luz, como un ojo neutro que se asocia con la mirada externa que documenta. Es el caso también de Sorda (2024), de Eva libertad, que podría ajustarse al subapartado de conflictos con la maternidad, como fue el caso de la notable Mamífera (2024), de Liliana Torres. En esta se planteaba un conflicto que hurgaba, de modo indirecto, en una cuestión que raramente se aborda. La protagonista no aspiraba a ser madre, por lo que se sumía en vacilaciones y desesperación cuando se queda embarazada, ya que forcejea entre lo que desea y lo que el entorno presiona o demanda (si eres mujer o lo que se supone que debe desear toda mujer). Interrogante que confronta, de modo indirecto, con esa preocupación por nuestra propia parcela de vida en vez de la preocupación de la visión de conjunto, si se considera que vivimos en un mundo superpoblado.
Sorda también se centra, desde otro planteamiento, en la cuestión de la relación con la realidad. O en los conflictos que depara un diferente enfoque, cómo determina el hecho de ser sorda u oyente. En las primeras secuencias prima ese tratamiento que documenta, sin buscar el enfoque en cómo afecta a los personajes, como en la secuencia en la consulta médica, en la que la pareja que conforman Angela (Miriam Garlo), sorda, y Héctor (Alvaro Cervantes), oyente, preguntan a la doctora si su hija nacerá sorda o no, y la doctora solo puede decirles que hay mitad de posibilidades para cada opción. Pero la narración progresará, gradualmente, en exponer, a través de los recursos cinematográficos, cómo afecta a los sujetos, cómo se vive desde su perspectiva, cuya culminación es el último tramo de la narración desde el punto de vista sordo de Angela, es decir, cómo se relaciona con la realidad desde su privación de sonido o su distorsión (cuando intenta usar audífonos que solo amplifican de modo estridente todos los sonidos sin filtro diferenciador).
Esa misma dificultad de relación ya queda patente en la excelente secuencia del dificultoso parto, ya que si al principio ella puede contar con su marido para que le traduzca con lenguaje de signos lo que enfermeras y doctoras le dicen, en cierto momento crítico pedirán al marido que se aparte por lo que ella quedará expuesta, vulnerable, con su sufrimiento sin poder entender, ni siquiera lograr leer en los labios, lo que las doctoras y enfermeras le dicen. Es una circunstancia que se repetirá en la secuencia en la que les visitan amigos oyentes. Le resulta complicado entender el rápido intercambio de frases y a veces discernir quién le alude o no, porque ellos hablan, inercialmente, por lo que la pueden aludir sin que ella pueda enfocar en sus labios. Pero la narración dará un giro cuando el conflicto que se enquista, al ser la niña oyente, determina que colisione su diferente lenguaje de relación, y Angela se sienta progresivamente relegada. Aunque en parte sea así, el marido le planteará que durante los tres años de relación él se ha adaptado a ella por su circunstancia de sorda, por lo que la condición de víctima quizá disponga también de un ángulo de imposición o condicionamiento para otros. O cómo la relación con la realidad se funda en una adaptación pero también propicia colisiones cómo evidencia la relación con su hija, su educación. Por eso, en el último tramo se enfoca en el punto de vista de Angela, desde su parcela, que es afirmación, pero también constancia de impotencia y de necesidad de reconfiguración de su relación con la realidad. La asunción de una dificultad, y la necesidad de un esfuerzo, como refleja su infructuoso intento de ponerse audífonos, al ser su hija oyente, pero que no niega la posibilidad de una comunicación.
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