En principio, Bésame, tonto (Kiss me, stupid, 1964),
iba a suponer la cuarta colaboración de Billy Wilder y Jack Lemmon, pero
compromisos del actor lo impidieron. Wilder recurrió a Peter Sellers, quien
después de seis semanas de rodaje sufrió trece infartos nada menos. La ciudad
de los prodigios. Recién casado con la actriz sueca Britt Ekland diez días
después de conocerla, pocas semanas después se tomó unos cuantos estimulantes
sexuales para conseguir el orgasmo
definitivo. Lo que no consiguió fue el infarto definitivo. En tres horas
tuvo ocho, y en los siguientes días cinco más, pero ninguno fue fatal. Si Wilder
quería proseguir el rodaje con Sellersdebía esperar seis meses, a lo que no
estaba dispuesto, por lo que recurrió a Ray Walston, que había interpretado a a
unos de los ejecutivos que usaban el apartamento de C.C Baxter (Jack Lemmon),
en El apartamento (The apartment,
1960). Pero a diferencia de esta Bésame tonto, no fue bien recibida ni por
público ni por crítica, calificada como demasiado vulgar. Aunque más bien diría
descarnada. Carece del amortiguador filtro (de la carga de profundidad
implícita) que sabía aportar de entrada la inocua apariencia de Jack Lemmon en
las previas El apartamento e Irma la Dulce (Irma la douce, 1963), con
las cuáles comparte remarcables vínculos como la prostitución, sea por la utilización
instrumental de la mujer o por el uso de cualquier medio para conseguir el
ascenso laboral o el éxito, la posesividad (los celos) y la enajenación del
personaje masculino. Orville (Ray Walston) es un cruce entre el arribista CC
Baxter y el celoso Nestor, ambos encarnados por Jack Lemmon en, respectivamente,
El apartamento e Irma, la dulce. La ofuscada enajenación de Orville, por sus
obsesivos celos, marca como fuego la narración. Es la radiante presencia de
Felicia Farr, como su esposa Zelda (curiosamente la actriz era la esposa
realmente de Jack Lemmon), en la que no pareciera que hubiera doblez alguna, la
que hace más dolorosamente manifiesta la enajenación de su marido, pero a la
vez no deja de evidenciar, como reflejo, lo que él había sido (aquel hombre
sensible que compuso una canción para ella) o lo que podría ser si no le cegara
su codicia y su inseguridad (que se transmutaba en celos).
Bésame, tonto es una nueva adaptación
de la obra teatral L’a ora della
fantasia, de Anna Bonazzi, que ya había sido llevada a la pantalla por
Mario Camerini en 1952, Mujer por una
noche (Moglie per una notte), cuya acción dramática acontece, como en la obra
adaptada, en el siglo XIX. El cantante, Dean Martin, era un conde, D’Origo (Gino
Cervi, la prostituta de un bar de carretera (Kim Novak) una cortesana, Geraldine
(Nadie Gray). El músico, Enrico (Armando Francioli) también anhelaba el éxito,
y el conde aprovecha que el conde se ha quedado prendado de la cortesana pero
no sabe quién es, por lo que se le ocurre que Enrico la haga por su esposa, y
así no tenga que usar como mercancía de
intercambio a su real esposa, Ottavia (Gina Lollobrigida). En Bésame tonto, el cantante no se ha
quedado prendado de la prostituta previamente. Simplemente, no los presentan
como un cínico depredador que carece de cualquier escrúpulo, para quien la
mujer solo se distingue por sus atributos físicos (es deseable o no). Dino ha seducido a casi todas las
starlettes de su espectáculo en Las Vegas, a las que deja sin decir palabra (no
se acuerda ni de sus nombres; como para los ejecutivos de 'El apartamento' sólo
cubrían el turno de despersonalizada amante).
Orville
tiene espacio propio y esposa (mujer propia). Pero aspira al reconocimiento y
prestigio artístico. Imparte clases particulares de piano, pero compone música
para canciones (que podrían cantar figuras como Eddie Fisher, Frank Sinatra o
Barbra Streisand), con la colaboración del gasolinero, Barney (Cliff Osmond),
como letrista. Vive en un anónimo pueblo de provincias (llamado irónicamente
Climax) pero aspira a la ciudad de los prodigios, representada en la
artificiosa Las Vegas. No hay climax en su vida (a no ser que se considera
orgásmico su estado permanente de celos). Su carácter egocéntrico y vanidoso se
refleja en las efigies de grandes músicos clásicos que decoran sus jerseys, en
particular Beethoven, por socarrón contraste, ya que el músico, o su obra, es
epítome de la tempestuosidad emocional. Orville vive una ficción sin saberlo,
la del pelele dominado por las tempestuosas
emociones de los celos y la codicia del éxito. Necesita sentirse el
principal y exclusivo protagonista de la función (del escenario) del mundo y
del matrimonio. Orville es un redomado y asfixiante celoso, pero se olvida de
que es su aniversario de bodas (a diferencia de ella). Le preocupan y
obsesionan más sus obcecadas y obtusas sospechas de una posible infidelidad de Zelda
que de desplegar las correspondientes muestras de afecto a esta (demanda pero
no se entrega). Zelda es la chica más bonita del pueblo: ha conseguido a la más
codiciada, pero ahora le corroe el inseguro celo de la posesión. El apelativo
cariñoso que utiliza Orville con Zelda es el de Costillita. La considera su
costillita. El azar les posibilita una oportunidad a Orville y Barney. El
famoso cantante Dino (Dean Martin) quien, precisamente, viene de Las Vegas,
tiene que realizar un desvío de la vía principal (como la protagonista de Psicosis, 1960, de Alfred Hitchcock),
por problemas de embotellamiento (es alguien ya acostumbrado a conseguir lo que
quiere, y cuando lo quiere, o sea, rápido), por lo que recurre a un polvoriento
camino secundario y recala en Climax para repostar (es un pueblo fuera de la
circulación; en la periferia, como Orville es alguien periférico que necesita sentirse el centro).
Barney y Orville necesitan que escuche sus canciones (como
posible imprevisto pasaje al éxito), por lo que deberán tramar algunas escenificaciones
para que permanezca en el pueblo el tiempo suficiente. El primer paso es
neutralizar la posibilidad de su marcha (lo que consigue Barney saboteando el
motor de su coche). Le procuran alojamiento por una noche en el hogar de
Orville (y así de paso este tocar al piano alguna de sus composiciones). Pero necesitan el incentivo o anzuelo del sexo
femenino (para él el sexo es como el aire; es lo primero por lo que pregunta a
Barney y Orville: dónde puede mojar). Orville se debatirá entre su codicia y su
temperamento celoso. Y no sólo porque tema la descarada persecución de Dino a
Zelda (paradoja: quien puede facilitar su acceso a la ciudad de los prodigios
es la mayor amenaza que quepa imaginar en su hogar) sino porque ésta resulta
que es una encendida admiradora del cantante (fue presidenta de un club de fans
con 16 años). Inseguro como es él, su transferencia es la de pensar que la
voluntad de ella se plegará fácilmente a quien admira. Lo que podría haber sido
una prueba de la confianza y generosidad de su amor se convertirá en lección
moral para su inmadurez. La retorcida maquinación de Barney, con el pusilánime
beneplácito de Orville, es la de tentarle a Dino con su esposa (a la que aún no
ha visto, sino sólo entrevisto: su torneada figura en la ducha, el maniquí: la
mujer es una idea/ un cuerpo, sin rostro
para Dino), sin que ésta sea la tentación de cuerpo presente. Como dice Barney,
para triunfar hay que ser un caradura. Esto es, Orville, prostituirá a su esposa en un sentido simbólico, ya que la
suplantará (tras provocar una pelea para que abandone esa noche el hogar) por
una prostituta, Polly (Kim Novak) que representará el papel de su esposa.
La indignidad es doble ya que no sólo hará creer a Dino que
le concede los favores de su esposa, y que le cede su hogar como espacio de
placer exclusivo (es decir, magrearla delante de sus mismas y permisivas
narices), sino que, como Nestor en Irma la dulce, es un hombre exacerbada y
policialmente celoso de la mujer que ama (aunque su Yo te amo es más bien Yo soy
tu amo), como ha quedado dicho, tendente a pensar lo peor. Desconfía del
fuera de campo (ausencia de su esposa) y lo rellena con ficciones de
infidelidades (con el lechero, el dentista e incluso con su alumno de 14 años),
ya que es un espacio que no controla.
Si CC Baxter asumía resignado, cual subordinado, que su amada disfrutaba de su
hogar pero con otro hombre; si Nestor no asumía el alquiler de Irma a cualquier
hombre, Orville alquila a alguien que se hace pasar por su esposa, aunque para
Dino lo sea, para conseguir lo que tanto codicia y anhela. Es la
instrumentalización extrema de la mujer, de lo que se ama y de lo propio (lo
que singulariza a uno mismo). La culminante representación de la propia
prostitución por la consecución de un lugar en la ciudad de los prodigios: dinero,
reconocimiento, notoriedad, privilegio. Circulación e intercambio. Corrupción.
De nuevo, la identidad es la posición.
Será la humanidad insurgente de Polly, la prostituta la que
revelará lo miserable de semejante situación por lo que tiene de humillación,
servidumbre y subordinación. Polly no sólo representará el papel de esposa, sino
que se sentirá esposa. Deja de sentirse
por un momento mercancía de carne impersonal para el placer de los hombres en
el bar Belly Button y se siente mujer con sentimientos, sujeto íntimo y
emocional, voluntad autónoma, no subordinada ni complaciente, sino admirada,
respetada. Vestida con la ropa de Zelda, portando el anillo de casada,
conmovida por la música con la que Orville se declaró a Zelda (percibe su
vertiente tierna, sensible) se encontrará seducida por una posición a la que
siempre había aspirado, y hasta ahora vedada o no factible, la de mujer amada,
la de mujer respetada. De hecho su historia, de decepción amorosa, recuerda a
la de Fran en El apartamento: un
vendedor de hoola hoops que la noche anterior a la boda la abandonó llevándose
incluso su coche: como dirá al final a Zelda, las mujeres son remolques que
buscan el coche que no es sino el hombre honesto que realice sus ilusiones; al
menos, al final, Polly conseguirá un coche propio, y abandonar el pueblo. Aunque Polly no sea,
de hecho, la esposa, sí que representa a la esposa (como extensión de Zelda como
sentimiento propio de amor noble), y seguir la representación (orquestada por
Barney), y dejarse seducir (poseer) por Dino es propiciar esa degradación. La
ironía es que Zelda, en el espacio fuera de campo que tanto obsesiona a Orville
no controlar (y recluir en su jaula mental), sí se acostará con Dino, cuando éste la confunda con Polly en mordaz y perverso equívoco. Zelda, por despecho, porque se entera por Dino de la
transacción comercial que pretendía Orville con ella, aun en la piel de Polly,
y sabiendo quién es, su admirado sueño de juventud, se ofrecerá sin
impedimentos, con lo que se materializará lo que Orville no pretendía que ocurriera con una escenificación, lo que pretendía que no que
ocurriera para conseguir sus mezquinos objetivos. Una representación tiene como
consecuencia la realización de lo que se fingía en el hogar de Orville, y que, irónicamente, no tuvo lugar gracias a la rebelión de la mujer contratada, Polly. Orville
deberá aceptar el fuera de campo de la vida de Zelda como un espacio de acciones
con respecto a las cuales ella no debe rendir cuentas, y en el que pueda
prevalecer la incógnita y lo posible como prueba de respeto y confianza de él.
Las dos mujeres se constituyen, así, y de un modo más activo e influyente que
en El apartamento e Irma la dulce, en la
conciencia y sensibilidad ética que sanciona, pone en evidencia, y hasta corrige el patetismo y la arrogancia y
mezquindad de sus contrapuntos masculinos.
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