Los libros de Historia
le habían contado sobre el sufrimiento humano
y la brutalidad del ser humano, sobre el deseo por el poder y sus
obscenidades, sobre la necesidad y la miseria, pero aún no había encontrado el
verdadero libro de historia, aquel que contara sobre la brutal destrucción de
la naturaleza, sobre la soberbia del hombre ante las plantas y los animales, el
libro de historia que pusiera al ser humano en el lugar que le corresponde: la
mayor alimaña del planeta. Sustancialmente, esa es la razón del título
elegido para esta primera obra de una trilogía, Mengele Zoo (Capitán Swing y Nórdica libros), del escritor noruego Gert Nygårdshaug (1946). Somos la mayor
alimaña del planeta. Hemos configurado un
mundo a imagen y semejanza del doctor Josef Mengele, quien durante la
segunda guerra mundial realizaba crueles y aberrantes experimentos con animales
y humanos. Mengele Zoo es un visceral cuestionamiento de nuestra inconsecuencia
e inconsciencia. Fue publicada hace treinta años, y su publicación ahora en
castellano no hace sino dejar en evidencia que hemos alentado el crecimiento de
nuestro tumor, como un virus que se expande inclemente y voraz. Las sociedades con sus ciudades, coches, asfalto y petróleo son un
cuerpo sin cabeza, un amenazante tumor canceroso que crece sin control. Este
es el relato de la gestación de una conciencia combativa. Mino, su
protagonista, cuando es un niño en una apartada aldea de una selva tropical, se
fascina con las mariposas, con su deslumbrante y sorprendente belleza, a la que
vez que se sobrecoge con la crueldad que despliegan los soldados que imponen su
cruel capricho, y los gringos que
arrasan la selva para la extracción de petróleo o caucho. Había otros muchos países con armeros, soldateros, carabinero y gringos
voraces que trabajaban para una u otra compañía. Asediaban a la gente pobre,
mataban animales inocentes y destruían los grandes bosques. Y así seguirían y
seguirían hasta que en el mundo solo hubiera gringos y coches. Entonces todo el
planeta apestaría.
Este es el relato de una odisea. Mino cruza fronteras,
océanos, conoce poblados diversos y ciudades, viaja durante un tiempo con un
mago que, gracias a una sustancia con la que se embadurna el cuerpo, se
presenta como un cuerpo en llamas, es recluido en prisión, y torturado, por haber matado al oficial armero
que ejercía la crueldad con sus vecinos, estudia los rostros de la diversidad
de personas con las que se cruza, y
constata que predomina en sus semblantes la indiferencia, y sino el odio y
brutalidad, el miedo, la angustia y la tristeza, y en algún puntual caso la
alegría.
Ya había llegado a una
conclusión: la mayoría de los habitantes de esta ciudad, eran superfluos, no
hacían nada especialmente provechoso. Eran armeros sin uniforme ni pistolas. Es
algo que también constata cuando viaja a Estados Unidos porque quiere ver en
primer plano cómo es la gente común y corriente que permite que el sistema sea
lo que sea. Más allá de las decisiones que toman empresarios y gobernantes, o
el Banco Mundial, el ciudadano medio es cómplice de un sistema que arrasa con
su entorno y otras especies en un constante ejercicio de exterminio y
desertización. Mientras seguimos mirando al ombligo de nuestra particular parcela
de vida, se sigue extrayendo el aliento del entorno que habitamos, no como si fuera
un conjunto del que formáramos parte, sino como si fuera nuestro suministro de
recursos.
No solo el actual sistema debía
ser derribado y aniquilado para siempre, la imagen del ser humano también debía
ser destruida. Mino conformará, como un cuerpo en llamas de indignación, el
Grupo Mariposa, un pequeño grupo de activistas (que otros llaman terroristas)
que se dedicarán a atentar y matar a los que con sus decisiones destruyen
entornos naturales, indiferentes a las vidas que afectan, y destruyen, sean
humanas o de otras especies, como si fuera una máquina que borra sin
preocuparse del hecho de que nada crecerá a su paso. Exigen la condonación de
las deudas de los países que deben plegarse a la explotación de su entorno
natural por parte de empresas extranjeras para meramente sobrevivir como
sociedad (esa prisión de horizonte en la que nos encarcelan para seguir
permitiendo las acciones destructoras y explotadoras), la
liberación de los entornos naturales y las compensaciones
económicas para los afectados por esa virulenta actividad depredadora económica.
Había entendido que difícilmente
surgirían nuevas guerras de grandes dimensiones en el mundo, ahora era el turno
de otra guerra, la del terror sistemático contra quienes tenían el poder de
destruir, causar peste y oprimir. Aquellos que nunca habían entendido los
importantes desplazamientos de las hormigas, la comunicación entre las hojas,
los magistrales sentidos de los animales y la necesidad de reproducción del
todo.
Mino durante su infancia conoce de primera mano la crueldad
del ser humano en cualquier escala, qué fácilmente infligimos daños sin
remordimientos ni arrepentimientos, o qué fácilmente aceptamos con indiferencia
las aberraciones que se infligen a otros,
o a la naturaleza, porque nos basta con que nuestra particular parcela
de vida aparente estabilidad (e inmunidad). Seguimos teniendo hijos porque se
desea satisfacer la propia ilusión, pero no se dispone de visión de conjunto
sobre la creciente superpoblación y el hecho de que eso suponga un incremento
de explotación y destrucción de reservas naturales. No hay visión de conjunto,
solo del propio ombligo (de la propia apetencia).
¿Cuántos millones podía alimentar el planeta sin que esto afectara al
equilibrio ecológico a largo plazo? Del mismo modo, hoy en día, con la
irrupción del Covid-19 en nuestra vida, están los desean que todo vuelva a ser como
antes, que acabe pronto esta molesta interrupción de la cinta corredera (con el
soma del suministro incesante y la satisfacción de nuestros caprichos y el
enganche a la extensiones tecnológicas de las que somos ya extensiones) y el sistema
siga con su engranaje, y están los que consideramos que el virus es la reacción
de un naturaleza que se revuelve para no ser aniquilada del todo. Es un
equivalente de este Grupo Mariposa que protagoniza esta excelente novela. Nos
intenta concienciar, despertar, con contundencia, pero nos puede la comodidad
de guiarnos por el capricho y la apetencia. Es más cómodo no pensar en las
consecuencias de nuestros actos, no sentirnos responsables ni esbirros de
ningún sistema. La alimaña solo se preocupa de sí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario