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domingo, 12 de noviembre de 2017
El confidente (Le doulos)
En la secuencia inicial, un hombre, Maurice (Serge Reggiani), se mira en un espejo, en el que reslta una fisura. En la secuencia final, otro, Sillien (Jean Paul Belmondo), se mira en otro, del que salen radios o fisuras, o quizá los rayos de un sol que ciega. En el primer caso, Maurice se desplaza como un cuerpo renuente, como si no quisiera ascender esas escaleras que le conducen, como un condenado, quizá a la muerte, o quizá la acción letal que no quisiera realizar. En el segundo caso, Sillien se mira en el espejo antes de caer muerto. Su último gesto, afirmar la posición de su sombrero, un gesto que también realizaba su amigo Maurice, responsable de su muerte por una percepción errónea de los acontecimientos, por cegarse por unos equívocos reflejos, por las fisuras de las dudas que superaron a las de la confianza. 'Le doulos', el título original de 'El confidente' (1963), de Jean Pierre Melville, tiene un doble significado. En la jerga policial, es el soplón o confidente. Pero también es como se denomina al sombrero de ala ancha. Esa prenda que se constituye en insignia o fetiche, en propia afirmación y en símbolo de un mundo de apariencias (y que retomarán los hermanos Coen en su magistral 'Muerte entre las flores', 1990). La ambivalencia desvela un universo en el que los personaje están cautivos de los reflejos, en donde lo real, el otro, es difícil de discernir, porque siempre son reflejos.
La obra se abre con una cita de Celine: 'Hay que elegir...¿Mentir o morir?'. La fatalidad o el dominio de la muerte en un escenario incierto en el que la balanza parece inclinarse siempre a la equívoca percepción de la traición del otro. Más que la consideración de que se tienda al engaño, es que se tienda a creer que siempre nos engañan, que no hay nada cierto ni fiable, ni aquel que consideras tu amigo. Por ello, la estructura de la narración juega con la omisión de información crucial sobre las motivaciones que mueven a algunos de los personajes. Esta elección de omisión va mucho más allá de la tendencia de cierto cine en estas últimas décadas de jugar al sorpresivo giro final que pone en cuestión lo narrado hasta entonces. Melville mantiene la suspensión sobre los actos, sobre lo que pueden parecer, para incidir más que en la engañosa apariencias de los actos, la tendencia a ver reflejos en los otros, como si sólo pudiéramos mirarnos en un espejo, y más allá sólo quedara la negrura. Por eso, Sillien (Jean Paul Belmondo) no es presentado en un plano en sombras. ¿Qué es lo que es o qué es lo que parece? ¿Qué supone para su amigo Maurice (Serge Reggiani)?. Por eso cuando este muera, será una sombra que es confundida con Sillien, y precisamente muerto por quien él había contratado al creer que Sillien le había traicionado.
Sillien nos es presentado en las primeras imágenes cual fantasma por unos parajes desolados. arrumbados, entre humo o niebla, como un paisaje apocalíptico. Su cita con un perista, en una casa que parece aislada del mundo, aparenta ser el reencuentro (ya que Maurice acaba de salir de la cárcel) para organizar un nuevo golpe. Pero nada es lo que parece. La finalidad de Maurice es asesinarle, como un acto de justicia, porque el perista provocó la muerte de la mujer que amaba. Esta ambivalencia, o incertidumbre, se extiende sobre la obra, esculpida con sombras fantasmales, de cruda violencia, modulación precisa y atmósfera enrarecida. Atenta a la delineación minuciosa de las acciones, aunque, paradojas, nunca se sabrá con certeza si son un 'sombrero' o son un reflejo engañoso. En esa primera secuencia, el perista le hace saber las dudas extendidas sobre la fiabilidad de Sillien, si quizá sea un confidente de la policía, pero Maurice los cuestiona como meros rumores, y apuntala su confianza en él. El relato pondrá en cuestión cómo incluso quien declara que siente la más plena confianza en otro puede ver modificada su percepción y concepción. 'El confidente' (1962) es fascinante, entre otros aspectos, por esa depurada capacidad para captar lo concreto, la fisicidad de las acciones (interrogatorios, robos, enfrentamientos, conversaciones, ejecuciones), y cómo, a la vez, adquieren una cualidad abstracta, de ritualización o integrantes de un escenario. La realidad es siempre algo que parece escaparse entre las manos, sólo parecen quedar las apariencias o reflejos, los gestos y los fetiches.
Una hermosa composición jazzistica de Paul Misraki
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